La agarró entre los brazos, con cuidado de evitar que se le moviera la pierna.
– Tienes que tener presente en todo momento que no puedes moverte. Estoy a punto de quedarme sin antibióticos y esa pierna no puede volver a abrirse. Dale un par de días más.
Rachael era muy consciente del pecho desnudo presionando contra sus pechos, de las manos deslizándose arriba y abajo por su espalda en un movimiento calmante. Pero más que nada era consciente de la distancia que había cubierto con un solo salto. Una distancia imposible. Inclinó la cabeza para mirarlo, para examinarle detenidamente los rasgos. Tenía cicatrices, sí. Le habían roto la nariz más de una vez, pero encontraba que era el hombre más fascinante que jamás hubiera conocido. Los ojos eran diferentes. Más como los de un gato.
– Lo estás haciendo otra vez -levantó la barbilla, rompiendo el contacto de los ojos, para frotar la mandíbula sobre la parte de arriba de su cabeza-. Puedo ver el miedo en tu cara, Rachael, si fuera a lastimarte, ¿No lo habría hecho ya? -Había exasperación en la voz.
Rachael retrocedió ante su lógica.
– Los gatos me ponen nerviosa, eso es todo.
Él deslizó los dedos hacia la nuca masajeándola suavemente.
– Después de lo que has pasado, no te culpo, pero no te atacaran. Déjame que te los presente. Eso ayudará.
– Antes de que lo hagas, ¿te importaría buscarme una camisa para ponerme? Creo que me sentiría menos vulnerable -Y tal vez evitara que su cuerpo reaccionara al de él, le dolían los pechos ansiando que los tocara. La pierna era un desastre, dolorida e hinchada, la fiebre la consumía, pero aún así parecía incapaz de evitar la extraña atracción que sentía por él-. Si tus violentas mascotas deciden comerme para la cena al menos deberán trabajar por ella masticando a través de la ropa -Los músculos de él se sentían como acero debajo de su muy humana piel-. ¿Cómo hiciste eso? ¿Cómo cruzaste toda la habitación de un solo salto? -si estaba perdiendo la razón, era mejor saberlo inmediatamente-. No lo imaginé y no es por la fiebre.
– No, la fiebre te ha bajado un poco -concedió mientras la ayudaba a colocarse en una posición que la dejaba completamente tendida-. Vivo en el bosque y lo he hecho casi toda mi vida. Corro por arriba y por debajo de las ramas y salto de una a la otra todo el tiempo. Trepo árboles y nado en el río. Es una forma de vida.
Dejó escapar el aire despacio, agradecida por esa explicación, no queriendo examinar más profundamente la distancia. Tal vez pudiera hacerse. Con práctica. Mucha práctica. Lo observó darse la vuelta para caminar cruzando la habitación de vuelta hacia el armario y cuidadosamente evitó contar cada paso que daba. Caminaba descalzo silenciosamente, sin hacer ni un solo ruido. Rachael miró como se desperezaba, lo hacía lenta, lánguida y sinuosamente como un gato. Extendió las manos, los dedos bien abiertos, sobre la cabeza y pasó las manos por las paredes. Arqueó la espalda para incrementar su estiramiento. Las puntas de los dedos delinearon unas marcas profundas de garras, algo que obviamente había hecho muchas veces, tantas que las hendiduras eran suaves. Era un movimiento natural, desinhibido.
El corazón de Rachael le aporreaba el pecho. ¿Eran los leopardos nublados lo suficientemente altos como para haber dejado esas marcas? No lo creía. Se necesitaba un gato mucho más grande para alcanzar la altura a la que se hallaban los profundos surcos.
– ¿Cómo llegaron esas marcas dentro de la casa?
Rio dejó caer los brazos a los costados.
– Es un mal hábito. Me gusta desperezarme y mantenerme en forma -Tomó una camisa, la olió y se dio la vuelta con una sonrisa traviesa-. Esta no está tan mal -Le tendió una camisa azul para que la inspeccionara-. ¿Qué te parece?
– A mi gusto se ve bien -Empezó a luchar para sentarse.
– Espérame -Le deslizó la manga muy cuidadosamente sobre el entablillado provisional de la muñeca-. Tienes tanta prisa -La ayudó a sentarse, envolviéndola con la camisa, los nudillos rozando la suave piel mientras la abrochaba. Había algo muy satisfactorio en envolverla en su camisa favorita, y sentía como si lo hubiera hecho cientos de veces-. Creo que tu temperatura está empezando a subir nuevamente, maldita sea.
Ella presionó la punta de los dedos contra su boca.
– Maldices demasiado.
– ¿Lo hago? -Enarcó la ceja-. Y yo que pensaba que estaba siendo muy cuidadoso contigo. A los gatos no les importa -Chasqueó los dedos y los dos leopardos nublados se apresuraron a ponerse a su lado presionándose contra sus muslos.
Rachael se forzó a mantenerse absolutamente quieta. Por dentro se había convertido en gelatina, pero hacía un tiempo había aprendido los beneficios de mostrar un rostro compuesto para enfrentar la adversidad, así que mantuvo una pequeña sonrisa en la cara y la expresión serena. La lluvia golpeaba haciendo que sonara un continuo tamborileo en el techo. Era muy consciente del zumbido de los insectos y del crujir de las hojas y ramas contra la parte lateral de la casa. Tragó el pequeño nudo de miedo que le bloqueaba la garganta e inhaló el masculino aroma de Rio. Olía a peligro y a campo.
– Estoy segura que a los gatos no les importa, probablemente ya se hayan contagiado de tus malos hábitos.
Rio se inclinó más cerca de ella como sintiendo su miedo, aunque frotó las orejas de los gatos presionados contra sus piernas. Podía verle la sien donde lo había golpeado, una línea dentada, que ya estaba sanando, pero viéndose como si hubiera necesitado puntos. Antes de poder detenerse, la tocó.
– Eso va a dejar cicatriz, Rio. Lo siento tanto. Estabas tan ocupado cuidándome, que ni siquiera tuviste tiempo de cuidar de ti mismo… -Se sentía avergonzada de sí misma por haberle pegado. Los detalles del ataque se habían desvanecido en comparación con las imágenes de pesadilla de hombres convirtiéndose en leopardos.
– ¿Vas a seguir buscando razones para no tocar a los leopardos? -le tomó la mano-. Este es Fritz. Le falta un pequeño trozo de oreja y las manchas forman un patrón muy parecido a un mapa -hizo que le acariciara la espalda con la palma de la mano desde el cuello del animal ida y vuelta. Ella tenía la piel ardiendo otra vez, seca y caliente al tacto. Los ojos estaban brillantes, habían adquirido esa mirada demasiado brillante que se había acostumbrado a verle.
Rachael hizo un esfuerzo supremo para evitar temblar.
– Hola Fritz. Si fuiste tú el que me mordió la pierna la otra noche, por favor abstente de volver a hacerlo otra vez.
La dura línea que era la boca de Rio se suavizó.
– Bonito saludo. Estoy seguro de que recordará eso. Este es Franz. La mayoría de las veces tiene una disposición muy dulce, hasta que Fritz se pone un poquito rudo con él, entonces tiene algo de temperamento. A veces desaparecen por varios días, pero la mayor parte del tiempo se quedan aquí conmigo. Les dejo la decisión a ellos tanto si quieren quedarse o irse -Le presionó la mano sobre la piel del gato.
Rachael no podía evitar el pequeño estremecimiento que la recorría ante el pensamiento de estar tocando a una criatura tan salvaje y elusiva como eran los leopardos nublados.
– Hola, Franz. ¿No sabías que se supone que les tengas miedo a los humanos? -Frunció el ceño-. ¿No has considerado que al hacerlos mascotas, los has hecho más vulnerables a los cazadores que codician las pieles?
– No están precisamente domados, Rachael. La única razón por la que te aceptan es porque sienten mi olor sobre ti. Dormimos juntos. Es por eso que estoy reforzando su relación contigo, para que no haya más errores. Se esconden de los humanos.
– No estamos durmiendo juntos -objetó agudamente-. Y no tengo una relación con ellos y no puedo imaginar tenerla nunca. ¿Se te ha ocurrido que no eres precisamente normal? Esta no es la manera en que la mayoría de la gente prefiere vivir.
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