– ¿Quién era vuestro guía?
– Kim Pang. Parecía muy agradable y me dio la impresión de que era muy competente.
La mano de ella reposaba en el muslo de él donde la había puesto cuando se puso en cuclillas al acercarse a la cama y sintió como se ponía rígido. Los ojos le brillaban con una súbita amenaza, enviándole escalofríos por todo el cuerpo.
– ¿Llegaste a ver lo que le pasó?
Ella sacudió la cabeza.
– La última vez que lo vi, estaba tratando desesperadamente de cortar la cuerda para permitir que la lancha se liberara. ¿Es amigo tuyo? -Quería que Kim Pang estuviera a salvo. Quería que todos los otros estuvieran a salvo, pero sería peligroso si el guía y Rio fueran amigos.
– Si, conozco a Kim. Es un muy buen hombre -se pasó la mano por la cara-. Debo salir y ver si alguno de ellos sigue con vida, ver si puedo recoger algunas huellas.
– ¿Con este tiempo? Ya está oscureciendo. No es seguro Rio. Fueron atacados del otro lado del río -Debería irse inmediatamente. Rachael detestaba lo egoísta que la hacía sentirse. Por supuesto que Rio necesitaba ayudar a los demás si podía, aunque no veía como podía lograr algo contra un grupo armado de bandidos.
En un súbito arranque de ira contra ella misma, o la situación, arrojó la delgada manta.
– Necesito salir de esta cama, de esta habitación, antes de volverme completamente loca.
– Despacio, señora -Rio la agarró, previniendo cualquier movimiento-. Sólo siéntate quieta y déjame ver que puedo hacer -había un destello de entendimiento en sus ojos, como si pudiera leerle la mente y conocer sus pensamientos egoístas.
Rachael observó a Rio salir majestuosamente y desaparecer de la vista. Podía escucharlo haciendo ruido en el porche, lo que era inusual dado lo silencioso que era habitualmente. El viento ayudaba a despejar el opresivo calor y la claustrofobia, pero quería llorar, atrapada en la cama, incapaz de cruzar la pequeña distancia hasta la entrada. El mosquitero aleteaba con la brisa. Como siempre, Rio no había encendido la luz, parecía ser capaz de ver en la oscuridad y preferirlo así.
El pensamiento disparó un recuerdo largamente olvidado. Risas, suaves y contagiosas, los dos susurrando juntos en la lluvia. Rio balanceándola entre sus brazos y dando vueltas en círculo mientras las gotas caían sobre su cara vuelta hacia arriba. La respiración se le quedó atrapada en la garganta. Nunca había sucedido. Lo sabría si hubiera estado con él. Rio no era un hombre que una mujer pudiera olvidar nunca o quisiera dejar.
– Vamos, voy a llevarte afuera. Está lloviendo, pero el techo sobre el porche no tiene goteras así que puedes sentarte afuera un rato. Sé lo que es sentirse enjaulado. Déjame hacer el trabajo -dijo. Le pasó un brazo por debajo de las piernas-. Pon tus brazos alrededor de mi cuello.
– Peso mucho -dijo precavida, obedientemente entrelazando los dedos detrás de su cuello. La alegría brotando dentro de ella, un profundo calor entusiasta burbujeando por la perspectiva de salir de la cama, y mirar al cielo abierto.
– Creo que puedo arreglármelas -le dijo secamente-. Prepárate, cuando te levante, te dolerá.
Le dolió, tanto que enterró la cara contra el calor de su cuello, ahogando un grito de alarma. El dolor irradió hacia arriba desde su pierna, le golpeó en el fondo del estómago y explotó a través de todo su cuerpo. Le hundió las uñas en la piel y se mordió con fuerza el pulgar.
– Lo siento, Rachael, sé que duele -le dijo suavemente.
Se movió suavemente, casi deslizándose por lo que no hubo vibraciones para su hinchada pierna. Mientras salía por la puerta, el zumbido natural del bosque le dio la bienvenida. Los insectos y los sapos, el parloteo de los animales, la vibración de alas y el constante sonido de la lluvia se fundieron todos juntos.
Rio había sacado una suave y mullida silla, su única preciada posesión. La ubicó con cuidado en ella, acomodando la pierna en una almohada sobre una silla de cocina. Rachael recostó la cabeza hacia atrás y absorbió el alto dosel de hojas a través del fino mosquitero. Todo el porche estaba cercado. Las barandillas estaban hechas de ramas de árboles, retorcidas y pulidas, mezclándose con los árboles de los alrededores de tal manera que no podía distinguir donde empezaba el bosque y terminaba la barandilla.
Rio se hundió en una silla al lado de ella, sosteniendo un vaso de frío líquido.
– Bebe esto, Rachael, puede ayudar a refrescarte. En una hora o así, puedo darte más medicamentos para bajarte la fiebre.
Estaba sudando más por el dolor que por la fiebre, pero no quería decirle eso, no después de todas las molestias que se había tomado. El viento se sentía refrescante sobre la cara, tirando de los salvajes rizos en la masa sin remedio que era su cabello. Se paso los dedos a través del mismo antes de tomar el vaso que le ofrecía. La mano le temblaba tanto que algo del frío líquido se derramó sobre el borde del vaso.
– Rio, dime la verdad -Miro detenidamente hacia los troncos de los árboles y las ramas cargadas de orquídeas de todos los colores-. ¿Voy a perder la pierna? -Todo en ella estaba quieto, esperando la respuesta, diciéndose a sí misma que podía soportar la verdad-. Preferiría saberlo ahora.
Rio negó con la cabeza.
– No puedo prometerte nada, Rachael, pero la hinchazón está cediendo. La fiebre va y viene en vez de abrazarte continuamente. No hay más líneas subiendo por la pierna así que pienso que evitamos el envenenamiento de la sangre. Lo más pronto que podamos, te llevaré al médico y dejaremos que te echen una mirada. Por el río podemos viajar bastante rápido.
– No puedo ir a ver a un doctor -admitió reluctantemente-. Nadie puede saber que aún estoy viva. Si lo descubren, estoy muerta sin remedio.
Observó como los labios tocaban el vaso, como el contenido del mismo se inclinaba, la garganta trabajar cuando ella tragaba. Estiró las piernas frente a él, extendiéndose como si estuviera completamente relajado cuando en realidad era todo lo contrario.
– ¿Quién te quiere muerta Rachael?
– No es realmente pertinente, ¿verdad? Tuve la presencia de ánimo para lanzar mis zapatos al agua. Puede que los encuentren cuando me busquen. Y créeme, me buscarán. Contrataran a los mejores rastreadores que puedan encontrar.
– Entonces vendrán a buscarme. Rastrear es a lo que me dedico cuando no estoy provocando a los bandidos.
Rachael se tragó el súbito miedo que le subía por la garganta.
– Genial. No es como si pudiera huir de ti. Te ofrecerán mucho dinero para que me entregues -Se estremeció, tratando de parecer natural cuando quería arrojarse por el porche y correr-. O tal vez te pidan que me mates en su lugar. De esa forma tendrían menos problemas.
Le puso la mano sobre la cabeza.
– Por suerte para ti, no estoy particularmente interesado en hacerme rico. No necesito mucho dinero para vivir aquí. La fruta es abundante y puedo cazar fácilmente y hacer trueques por las cosas que necesito -Acarició hebras de rizado cabello entre los dedos-. Creo que tengo una vena perezosa -le sonrió-. Además, esgrimes un malvado garrote. No creo que quiera meterme contigo.
– Cuándo te pregunten, ¿les vas a decir donde estoy?
– ¿Por qué haría eso cuando puedo conservarte para mi solo?
Rachael hizo resbalar el resto del jugo dentro de su garganta. Era refrescante y dulce. Descansó la cabeza en el hombro de Rio y se permitió relajarse. La noche era increíblemente hermosa con tantos tipos diferentes de follaje y árboles meciéndose suavemente con el viento. La lluvia tocaba una melodía como trasfondo, casi calmante ahora que estaba afuera y soplaba la brisa. Podía ver movimiento en las ramas, como planeadores pasando de un árbol a otro.
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