– Si tú puedes, yo también -contestó ella.
Entonces la miró con sus vivos ojos verdes, con algo que ella no pudo identificar, en las profundidades de sus ojos. Su mirada recorrió su rostro como si quisiera darle fuerza solo con mirarla. Luego volvió su atención al felino.
Rachael soltó el aliento despacio, conteniendo la bilis que le subía a la garganta por el palpitante dolor de su pierna. Había algo en su expresión. Algo recíproco, una conexión. Escuchó el sonido de su voz grave mientras le hablaba suavemente al felino, tranquilizándole mientras le cosía la herida. Se encontró acariciando la piel del leopardo con la mano libre; el animal temblaba pero permanecía inmóvil bajo los cuidados de Rio.
Rachael esperó hasta que Río empezó a trabajar en la segunda herida de colmillos.
– ¿Cómo sucedió?
– Había un leopardo grande, moteado, un macho, en el bosque. Atacó a Fritz. Por suerte lo soltó sin partirle la tráquea.
Ella miró los profundos arañazos de Rio.
– ¿Te enfrentaste a un leopardo que intentaba matar a tu mascota?
Un rápido destello de impaciencia cruzó su rostro.
– Te dije que Fritz y Franz no son mascotas. Son mis amigos, no intentaba salvar a Fritz, él estaba intentando protegerme y recibió la peor parte.
Rachael se inclinó sobre el animal que tenía en el regazo, examinando el trozo de oreja que le faltaba.
– ¿Este es Fritz?
Él asintió mientras prestaba atención a lo que estaba haciendo.
– Esta herida no es tan profunda como la otra. Voy a darle algo para la infección. El leopardo hizo esto intencionadamente.
– ¿Por qué?
No lo miró al hacer la pregunta. Rio había hablado entre dientes, como si le estuvieran arrancando las palabras, las dijo sin ser consciente, enfadado con el leopardo por haber herido al felino más pequeño. Presintió que Rio estaba a punto de decirle algo muy importante.
Río la miró.
– Creo que estaba intentando cazarnos a uno de nosotros. Pero no estoy seguro de a quien. Al principio pensé que era a mí, pero ahora no estoy tan seguro.
Ella oyó el ruido sordo de su corazón y contó los latidos. Era un truco que utilizaba cuando quería saber más pero no quería reacionar demasiado rápido. Algo en su interior se endureció cuando la miró de frente, con su penetrante mirada. Había algo en sus ojos que no podía interpretar. Una peligrosa mezcla de animal y hombre. Rachael sabía que los ojos de los felinos tenían una capa de tejido reflectante detrás de la retina que les permitía concentrar toda la luz posible incluso durante la noches más oscuras o en el interior de un bosque en penumbra. Se llamaba «tapetum lucidum» la membrana funcionaba como un espejo, permitiendo que la luz llegara a la retina una segunda vez, proporcionando una máxima visión. La membrana también era la responsable de los iridiscentes colores amarillo, verde y rojo que Rachael había observado en Rio y en los leopardos nublados.
– ¿Por qué iba a querer cazarnos a cualquiera de los dos un leopardo, Rio? -Le pinchó- No tiene sentido que al enorme felino le importara a cual de los dos mataba y se comía.
Se hizo un largo silencio, roto tan solo por el sonido del viento y de la incesante lluvia; Franz paseaba de un lado a otro, agitado y Rachael estaba convencida de que Rio podía oir los latidos de su corazón.
– No creo que fuera un leopardo de los que tú conoces. Creo que era de una especie completamente distinta -la voz de Rio se mezclaba con los secretos de la noche, secretos y sombras que no quería examinar.
Rachael no expresó la protesta que estaba a punto de salir. Estaba segura de que Rio no estaba siendo melodramático. No creía que supiera como serlo.
– Lo siento, no estoy segura de entenderte. ¿Dices que hay una nueva especie de leopardo, aquí bajo el bosque pluvial, que no ha sido descubierto? ¿O se trata de una especie creada genéticamente?
– Una especie que lleva existiendo varios miles de años.
Ella frotó los oídos del leopardo nublado.
– ¿En qué son diferentes?
Él la miró entonces, clavando de lleno sus extraños ojos en ella.
– No son ni animales ni humanos. Son ambas cosas y ninguna de las dos.
Rachael se quedó quieta, arrancó la mirada del poder de la de él, recordando algo.
– Hace mucho tiempo, cuando era niña, mi madre me contó una historia sobre una especie de leopardos. Bueno, no eran leopardos, eran una especie capaz de convertirse en leopardos o en grandes felinos. Tenían algunas características de los leopardos, pero tambien de los seres humanos y de su propia especie, una clase de mezcla de las tres cosas. Nunca más he oído que nadie los mencionara hasta ahora. ¿Es a eso a lo que te refieres?
Pocas cosas hubieran podido sobresaltar más a Rio, sus manos quedaron suspendidas en el aire mientras la miraba fijamente.
– ¿Cómo se enteró tu madre de los hombres-leopardo? Pocas personas, aparte de los pertenecientes a la especie, conocen su existencia.
– ¿Sabes lo que estás diciendo, Rio? ¿Existe tal especie? Pensaba que era solo un cuento que a mi madre le gustaba contarme por las noches cuando estábamos a solas las dos. Siempre me hablaba de los hombres-leopardo cuando me iba a dormir -frunció el ceño, intentando recordad las viejas historias de su niñez- No los llamaba hombres-leopardo, les llamaba de otra forma.
Río se puso rígido, su brillante mirada azotando su cara.
– ¿Cómo les llamaba?
No conseguía recordar el nombre.
– Yo era una niña, Rio. Era una jovencita cuando ella murió y fuimos a vivir con… -se tranquilizó y se encogió de hombros- No importa. ¿Dices que hay una posiblidad de que tal especie exista? Y si es así ¿por qué iba a querer uno de ellos matarnos? ¿O a mi en concreto?
– Formo parte de una lista negra, Rachael. He provocado a los bandidos algunas veces, quitándoles lo que no les pertenece y haciendoles perder mucho dinero. No les ha gustado y quieren verme muerto -se encogió de hombros con cansancio- Sostenlo un par de minutos más mientras le preparo una cama.
– Y yo he empeorado las cosas al venir aquí ¿verdad?
– Una lista negra es una lista negra, Rachael. No creo que, una vez que estás en ella, las cosas puedan empeorar. Si encuentran tu rastro, nos moveremos. No van a perseguirnos por el bosque, prefieren el río. Y cuento con gente que puede echar una mano si es necesario. Conozco a todos los miembros de las tribus de por aquí y ellos me conocen. Si entran en el bosque, me enteraré -apagó la luz, dejando la estancia sumida en la oscuridad.
– Pero no si uno de esos hombres-leopardo trabaja para ellos -adivinó ella, parpadeando rápidamente para adaptarse al cambio de luz. La luna intentaba valerosamente abrirse paso a pesar de las nubes y la espesa vegetación, pero era un simple rayo a lo lejos- Y si esa expecie existe ¿por qué no han sido descubiertos todavía? Tendrían que ser sumamente inteligentes.
– Y fríos bajo el fuego; astutos, precavidos. Quemar a sus muertos a la mayor temperatura posible. Buscar los restos de alguno que murió accidentalmente. Tener prohibido reunirse para rescatar a alguien si ese alguien ha sido cogido por un cazador. La sociedad tendría que ser superior, dependiendo los unos de los otros y sumamente hábil y secreta.
– Como tú -No podía imaginarse su rostro cambiando, lanzándose sobre ella con el hocico y los dientes de un leopardo macho adulto sustituyendo su cabeza.
Él volvió a la cama, dominándola con su estatura, recorriendo su rostro con sus vívidos ojos verdes.
– Como yo -accedió. Se inclinó y levantó las cincuenta libras de peso del leopardo nublado, acunándolo contra su pecho.
Los dedos de Rachael aferraron la colcha. ¿Era posible? ¿Era producto de su enfebrecida imaginación o Rio era capaz de convertirse en un leopardo? Le miró mientras se agachaba junto al felino, vio los arañazos sanguinolentos que cubrián su espalda, sus costados y los muslos, y una lágrima cayó sobre su cuello. No le importaba lo que fuese. No tenía importancia, no cuando estaba acariciando al felino herido y le murmuraba cariñosas tonterías. Rachael tragó el nudo de miedo que bloqueaba su garganta.
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