Christine Feehan - Lluvia Salvaje

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¿Qué ha hecho ella? Con una nueva identidad, una muerte simulada y una oportunidad de huir de la traición que la acecha, Rachael ha escapado de un asesino anónimo. Ahora, a miles de millas de su casa, bajo el lujurioso dosel de la selva tropical, encuentra refugio.
¿Dónde se puede esconder? En este mundo de extrañas criaturas camina el más exótico de todas ellas. Su nombre es Río. Un nativo del bosque lleno de fuertes destrezas… alguien para ser deseado. Poseído por sus propios secretos, es digno de ser temido.
¿En quién puede confiar? El pasado de Rachael amenaza tan opresivamente como el calor del bosque, y cuando Río libera los secretos instintos animales que corren por su sangre, Rachael teme que su aislado refugio se haya vuelto un infierno inevitable…

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– Rio, estás sangrando. ¿Estás malherido?

Río se levantó y se volvió para mirarla. Había genuina preocupación en su voz y en las profundidades oscuras de sus ojos. Su compasión le afectó en algún lugar muy profundo, en un sitio que quería olvidar que existía. Le hacía perder el control y eso era más peligroso de lo que podía suponer. Rio encogió los hombros.

– No es nada importante, solo unos rasguños.

Rachael lo estudió como andaba por el suelo con los pies desnudos. Su forma de andar, normalmente llana de sinuosa gracia, era ligeramente rígida. Los arañazos parecían profundos y tenían mal aspecto; pensó que debía haber más de una herida de mordiscos.

– Siempre tienes que ocuparte de todo el mundo antes que de ti mismo. Luchaste con ese leopardo ¿verdad? No llevabas armas. Dudo que tuvieras un cuchillo. ¿Qué hiciste? ¿Luchaste con él con las manos desnudas?

Río cogío el botiquín y comenzó a limpiarse las heridas que quemaban con el antiséptico. Rachael soltó un suave suspiro, sintiendose perdida. Parecía cansado y enfermo, sabía que las heridas tenían que dolerle. No respondió a sus preguntas, pero estaba segura de que tenía razón. Tenía que haberse visto impliado en una lucha a muerte con una especie de felino y sin armas de ninguna clase. Y era imposible que se tratara de un felino pequeño. Se mordió el labio inferior para mantener la boca cerrada, decidida a no molestarlo con más preguntas.

Metió la cabeza en la tina que usaba a modo de fregadero y se echó agua en el pelo. Era impresionante, allí en la oscuridad rota tan solo por un rayo de luna que caía sobre él. Su pelo tenía el brillo de la seda. Las sombras del follaje, movido por el viento, pasearon sobre su espalda y sus nalgas en una rápida sucesión, cubriendole rápidamente mientras se lavaba. Cuando se incorporó y se medio volvió hacia ella, sus ojos captaron la luz de la luna, reflejándola con un misterioso color rojo. Los ojos de un depredador. Los ojos de un leopardo.

Rachael contuvo el aliento y se esforzó en controlar los salvajes latidos de su corazón. No solo eran sus ojos los que podían asustarla; siempre le rodeaba un halo de peligro y salvajismo. Estaba segura de tener razón en que sus ojos eran diferentes, semejantes a los de un gato. Él dio un paso hacia la cama, y pudo verle con mayor claridad, distinguiendo el cansancio y el dolor grabados en su rostro. De inmediato el temor fue sustituido por la preocupación.

– Rio, ven a la cama.

Él estudió su expresión. Suave. Invitadora. Tentadora. Su boca era pecaminosa. Tenía muchas fantasías que incluían esa boca. Su cuerpo. Su cuerpo exuberante, tan suave y cálido, era perfecto para el suyo; era una invitación a la que no podía ignorar mucho tiempo más. Cuanto más tiempo permaneciera en su casa, más pertenecería a ese lugar.

– Maldición, Rachael, no soy un santo -su voz era áspera y deliberadamente desafiante. Estaba tan tenso y malhumorado que quería discutir con ella. Quería volver a la selva y descargar su furia lejos de ella. Si su obsesión por Rachael continuaba creciendo, no sabía lo que iba a hacer.

Rachael, como de costumbre, hizo algo inesperado. Se echó a reir con despreocupación y nada asustada.

– No tienes porque preocuparte, Rio, no voy a confundirte con uno.

– ¿Entonces por qué me miras así? ¿No te das cuenta de lo vulnerable que eres ahora?

– Creo que tú eres el vulnerable, Rio, no yo. Ven a la cama y deja de interpretar el papel de macho. Puedes poner expresión de He-Man mañana y haré todo lo posible por fingir miedo si eso es lo que necesitas, pero ahora mismo tienes que dormir. Sexo no, dormir.

– Tú crees que necesito dormir -protestó, pero se deslizó a su lado en la cama, obedientemente.

Era cálida y suave y todo lo que sabía que sería. Rio la rodeó con sus brazos, adaptó su cuerpo al suyo, acoplando su erección contra la unión de sus nalgas y apoyó la cabeza sobre la suave curva de su pecho.

– Sé que necesitas descansar. Solo un rato. Si lo que te preocupa es que alguien esté tras de ti, me quedaré vigilando. -Notaba la seda de su pelo, humedo después del lavado, acariciando su pezón. Le rodeó la cabeza con los brazos, acunándole contra ella, sumergiendo los dedos en la gruesa mata de pelo

– Debería haber comprobado tu pierna después de que ese estúpido gato saltó sobre ella.

Su aliento era cálido contra su pecho. Sintió que el deseo la perforaba como una espada.

– Duerme, Rio, podemos hacerlo por la mañana.

Durante lo que quedaba de noche fingiría que era suyo. Su propio guerrero amable, preparado para la batalla, una mezcla de peligro y tenura a la que le era impossible resistirse.

CAPÍTULO 6

Rio se despertó antes del amanecer. Era su hora favorita del día. Amaba enterrar su cara entre los tibios pechos de Rachael y permanecer allí simplemente escuchando los suaves gritos de los pájaros mañaneros y la continua sinfonía del bosque mientras la apretaba contra él. En esos momentos, justo antes del amanecer, se sentía más vivo, más completo antes de que su hábitat volviera a la vida y se viera sumergido en las exigencias del día. Rachel respiraba tan suavemente, inspiraba y expiraba, cálidamente como dándole la bienvenida, su piel era como una invitación lujuriosa al paraíso. Conocía cada línea, cada hueco. Su cuerpo estaba profundamente grabado en su memoria. Conocía sus formas mejor que ella misma, y conocía todas las formas de complacerla.

Rio sonrió y enterró su cara en el valle que se formaba entre sus pechos para poder inhalar su esencia. Parecía que siempre olía a flores. Estaba seguro que eran los jabones y el shampoo que fabricaba con pétalos y hierbas del bosque. Su lengua se enroscó alrededor de uno de sus pezones, con un movimiento lento y perezoso. La vida era perfecta al amanecer. Aspiró su aroma. Su Rachael. Su mundo. Allí en ese mundo secreto que compartían, con la luz filtrándose a través de las copas de los árboles, Rio encontró la fuerza, la pasión y todo lo que podría necesitar alguna vez para existir y vivir.

Hocicó en su pecho, envolvió su tentador pezón con la lengua por segunda vez y lo atrajo dentro de su boca, succionando suavemente. Rachael se removió, acomodándose para poder alinear mejor su cuerpo con el de él, arqueando la espalda un poco más para ofrecer sus pechos mientras sus brazos treparon por su cabeza para acunarla más cerca de ella. Amaba que reaccionara de esta forma, esa primera, soñolienta oferta que le hacía de su cuerpo. Incluso antes de introducir uno de sus dedos muy dentro de ella para comprobar su disposición, sabía que la encontraría caliente y mojada dándole la bienvenida.

Hacer el amor con Rachael siempre era una aventura. Podían generar tanta ternura juntos como para que asomaran lágrimas a sus ojos, o podían ser tan rudos y salvajes, mostrando una total desinhibición. Rachael arañaría su espalda, hundiéndole las uñas en la carne o lo montaría con salvaje abandono. A veces pasaba una hora solamente haciéndole el amor, dándose un festín con ella. Su cuerpo le era tan familiar, pero igualmente hacía que se sintiera lleno, duro y a punto de reventar por la necesidad de estar adentro de ella, tan ansioso que le dolía el cuerpo. Como si fuera la primera vez. Como todas y cada una de las veces que la tocaba.

Movió las manos por sobre su cuerpo, por esa piel caliente y suave, que lo provocaba y lo tentaba, un placer que apenas podía creer que fuera suyo. Levantó la cara hacia ella, apretando su boca contra la suya, un beso duro, posesivo que les robó el aliento obligándoles a intercambiar el aire mientras el mundo giraba a su alrededor. Su boca estaba caliente y dulce y le era dolorosamente familiar.

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