Christine Feehan - Fuego Salvaje

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Nacido en un mundo de monstruos retorcidos, Jake Bannaconni se ha formado y moldeado en la fría venganza. Afilado en los fuegos del infierno, él controla su mundo y las reglas con una mano de hierro. Tiene todo y cualquier cosa que el dinero puede comprar. Es despiadado, sin compasión y se considera un hombre al que dejar solo. Su legado oculto, el ser un cambiaformas, le hace doblemente peligroso en el mundo corporativo.
Emma Reynolds es una mujer que sabe cómo amar y amar bien. Cuándo sus dos mundos chocan, los planes de Jake para una completa absorción pueden venirse abajo.

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– Los niños están listos para la cama. Podría acostarlos por ti, pero están asustados por la tormenta.

Emma tomó un largo y refrescante sorbo. El agua se sentía bien en su garganta. Los síntomas en su cuerpo habían amainado, dejándola con una sensación de aterido dolor, pero al menos podía manejarlo.

– Los arroparé y les leeré una historia. Gracias, Susan.

Cuando subió las escaleras, echó un vistazo a las ventanas, lamentando no poder salir donde la salvaje naturaleza era elemental y viva. Se sentía atrapada, enjaulada. Su piel tan tensa sobre sus huesos que temía fuera a reventar.

Kyle corrió hacia ella, lanzando los brazos alrededor de sus piernas, y Andraya, como de costumbre, siguió su ejemplo. Ambos alzaron la vista hacia ella con miedo en los ojos.

– Es sólo una pequeña tormenta -los calmó ella-. Vamos. Voy a contaros una de mis historias de los dos niños mágicos. Entremos en la cama de Kyle.

Ella tomó sus manos y los llevó al cuarto del pequeño. Subieron a la cama con ella. La tormenta golpeó con toda su fuerza mientras ella comenzaba la historia. Los relámpagos zigzagueaban a través del cielo, chisporroteando y desprendiéndose como grandes fustas, iluminando las rechonchas nubes negras. La fuerza del viento conducía la lluvia contra las ventanas. Los niños se pusieron a llorar, asustados cuando los truenos retumbaron con fuerza justo sobre ellos, agitando las ventanas.

Emma empujó a Andraya y Kyle a sus brazos y alzó la vista cuando Susan llegó corriendo al cuarto de Kyle, pareciendo un poco afectada también.

– Quiero a Papi -sollozó Andraya.

– Está en la oficina, pequeña -dijo Emma, besando la cima de la cabeza de la niña-. Estará en casa pronto. -Esperaba que no fuera así, que tendría el sentido común de mantenerse seguro de la tormenta en su oficina, en vez de intentar conducir un coche en medio del chaparrón. Ella acarició la cama de Kyle-. Iba a contarles a los niños una historia, Susan. Ven y únete a nosotros.

Susan rápidamente se hundió encima de la cama, arrastrando a Andraya a su regazo y meciéndola suavemente de acá para allá mientras Emma mecía a Kyle.

– ¿Emma? -La voz de Drake llamó-. ¿Todo bien allí? -Sabía que él no deseaba subir y estar cerca de ella. Su leopardo estaba demasiado cerca, y el calor en ella se había extendido, hasta casi consumirla. Esto era todo lo que podía hacer, sentarse con los niños y meterlos en la cama.

– Estamos bien, Drake, gracias. -Cada parte de su cuerpo estaba sensible, y la tormenta no la ayudaba en absoluto. Podía sentir cada latido del viento y la lluvia, salvajes y sin domar, azotando en ella, deseando liberarla, como la tormenta a sí misma.

Otro relámpago iluminó la habitación y Andraya se acurrucó contra Susan cuando los truenos rugieron como un tren de carga. Muy lejos, un caballo gritó. El sonido congeló la sangre de Emma. No era el grito de un animal asustado, sino el sonido de terror y agonía entremezclados. De un salto se puso en pie. Entonces otros caballos comenzaron a gritar, sonando aterrorizados.

– ¡Drake!

– Quédate en la casa, Emma -gritó él desde la escalera-. Bloquearé la casa.

Un bloqueo automático significaba que cada ventana y puerta se cerrarían herméticamente y que la alarma sería activada. Por primera vez, Drake no apostó guardaespaldas en la casa, con miedo por la seguridad de Emma y por último por la seguridad de cualquiera de los hombres que pudieran ser lo bastante tontos para tocarla en medio de las convulsiones de la locura. Jake mataría a quien fuera que osara poner un dedo sobre ella.

Kyle y Andraya colocaron las manos sobre sus oídos para acallar el sonido de los caballos que relinchaban.

– ¿Hay fuego? -preguntó Susan-. Estoy asustada, Emma.

– Drake lo manejará -dijo Emma tranquilamente. Metió a Kyle bajo las mantas y comenzó a contarles la historia de los niños mágicos.

El caballo que chillaba más fuerte repentinamente dejó de relinchar, pero los sonidos de angustia siguieron desde las cuadras. El viento aumentó en su furia y las luces parpadearon. Una vez. Dos veces. La casa se sumergió en la oscuridad. Ambos niños lloraron en voz alta. La rápida respiración de Susan le dijo a Emma que sus nervios también estaban afectados.

– El generador funcionará en unos segundos -dijo ella con seguridad, cuidadosa de no delatar el hecho de que su estómago era un nudo y que su corazón palpitaba a gran velocidad. Ella contó en su cabeza. Parecía que tomaba una cantidad de tiempo extraordinaria. Las luces oscilaron. Se fueron. Regresaron, débiles, y luego la casa estuvo una vez más sumergida en la oscuridad.

Emma golpeó el botón de intercomunicador. Nada pasó.

Su inquietud se convirtió en auténtico miedo.

– Bien, niños -dijo, manteniendo su voz llana y calma-. Vamos a tener una pequeña aventura. Voy a mostrarles un lugar secreto y se quedarán allí con Susan hasta que Papi regrese a casa. Podemos ir a dormir allí. Susan, trae sus mantas favoritas.

– No puedo ver en la oscuridad -dijo Susan, con la voz temblorosa.

Emma podía ver muy bien, aunque su visión fuera más bandas de calor. La información manó sobre ella como si tuviera antenas, diciéndole donde estaban todos los objetos en el cuarto y donde estaban los niños y Susan. Ella recogió las mantas, tomó las almohadas y las empujó en los brazos de Susan.

– Todo el mundo a cogerse de las manos. Esto es una gran aventura.

– No lo quiero -dijo Andraya-. Quiero a Papi.

– Ya viene -dijo Emma, sin saber si era verdad, pero el miedo en ese momento cedía el paso a algo más extraño. Ella alzó la cabeza, olfateó el aire y la esencia de… felino . Él . El leopardo que la había atacado en la fiesta de Bingley. Él estaba en su casa, acechando a sus niños.

Su propio leopardo saltó y se cerró de golpe con fuerza contra su piel y huesos.

– Tenemos que apresurarnos -dijo urgentemente. No confiaba en sí misma para encerrarse en el cuarto seguro con los niños. Ella no sabía lo suficiente sobre su leopardo, pero se encontraba salvaje por ser libre, andando, rugiendo, furioso de que algo amenazara a sus niños.

Tomó a ambos niños y corrió desde el cuarto de Kyle por el pasillo hasta la suite de Jake, Susan se apresuraba por alcanzarla. Él escucharía y sentiría sus esencias, pero una vez que estuvieran dentro, él no sería capaz de llegar a ellos, no sin un soplete de soldar. Abrió de un tirón la puerta del armario y empujó su ropa para así acceder al cuarto secreto.

– Entra, Susan. Hay mucho espacio. Hay una linterna. Pon a los niños en los colchones. Cierre con llave la puerta y no salgas por ninguna razón. Nadie puede alcanzaros. Hay agua y comida.

– Pero tienes que quedarte con nosotros.

Emma la empujó suavemente al interior, se estiró y encendió la linterna. Los pequeños se aferraron a ella pero rápidamente los apartó y se los entregó a Susan.

– Te confiamos a los niños, Susan. Son todo para nosotros. Mantenlos a salvo.

Ella misma cerró la puerta, e inmediatamente la puerta insonorizada cortó el sonido de los sollozos de los niños.

Emma se dio la vuelta lentamente, flexionando los músculos, los dedos, escuchando el reventar y chisporrotear de sus huesos. Ahora estaba cerca. Su leopardo. Su otra mitad.

– Él quiere llevarse a nuestros niños -susurró ella suavemente, ya sin miedo.

Sus pies estaban descalzos cuando cruzó la habitación de Jake, tomando el consuelo del olor de él que la rodeaba. Sabía exactamente donde estaba el otro macho, en su forma de leopardo, el cual se arrastraba hacia la escalera, creyéndose inadvertido por ella y capaz de hacer cuanto él deseara. Era fuerte, como lo eran todos los machos de su especie, pero ella era una madre que defendía a sus crías. Ella desabotonó cada botón fuera de su ojal y dejó que la blusa se deslizara de sus hombros al suelo, desenganchó su sujetador y lo arrojó sobre la cama de Jake, en todo momento caminando hacia la puerta abierta.

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