Le acarició el pelo y se inclinó para depositar besos por la mandíbula y la comisura de la boca.
– Te has hecho a ti mismo, Jake, porque tenías un código y siempre has vivido con él. Eres fuerte y bueno y también lo es esa parte de ti que es tu gato. Los rasgos que no te gustan de ti mismo siempre estarán allí, y como el resto de nosotros que tenemos rasgos indeseables, tendrás que encontrar un modo de vencerlos diariamente. Eso es lo que el resto del mundo hace.
– Haces que la vida parezca buena, Emma, y realmente no lo es. Me necesitas para protegerte de ti misma, de otro modo personas como Trent -como yo- te comerían viva. -La dejó en la ducha grande y embaldosada.
– Siempre que seas tú -estuvo de acuerdo ella y le envolvió en sus brazos.
¡KYLE era oficialmente su hijo! Emma bailó alrededor de la cocina antes de arrojarse a los brazos de Jake, casi atropellándolo mientras él estaba de pie riéndose de ella. Un mensajero había entregado los papeles de la oficina del abogado al final de la tarde y Emma se había echado a llorar cuando vio el registro oficial.
– No puedo creer que hayas logrado esto tan rápido, Jake. Eres un hacedor de milagros. Si apenas he firmado los papeles hace un par de días.
– Sabía que era importante para ti, cariño, y no había ninguna razón para retrasarlo. Por suerte el juez lo vio de la misma forma. -Jake la sostuvo en sus brazos, mientras usaba las yemas de los dedos para borrar las lágrimas que caían de sus ojos. Él le besó la punta de su nariz-. Me gustaría quedarme y celebrarlo contigo, pero tengo que despedir a Hopkins y asegurarme que no ha hecho ningún daño permanente a mi negocio de bienes inmuebles. He tenido a mis secretarias, Ida y Clara, haciendo el papeleo por mí. Ida, en particular, es realmente buena en detectar incongruencias. Básicamente Hopkins estaba siendo usado para distraerme del objetivo principal, que ahora sabemos eras tú. Pero por otro lado, era demasiado estúpido para intentar alguna triquiñuela creativa en los libros de contabilidad ya que era notorio que perdíamos dinero. Puede ser procesado.
Ella escondió su sonrisa contra el hombro de él. Jake y sus empleados poco convencionales. Ida se acercaba a los ochenta años, pero era más lista que un coyote. Él la había encontrado en las oficinas internas de una pequeña firma de contabilidad hacía aproximadamente doce años. Su marido la había abandonado años antes, obligándola a regresar al trabajo, y a pesar de ser brillante en lo que hacía, nadie la trataba con el respeto -o los salarios- que Jake creía que merecía. Nadie quería contratarla debido a su edad, y la pequeña firma la había mantenido en su puesto por un salario mínimo, así que él no tuvo ningún escrúpulo en robarla de allí.
Clara era otra persona inadaptada. Su marido la abandonó cuando su cuarto hijo nació autista. Ella se había casado con él apenas acabada la escuela secundaria y no tenía ninguna experiencia laboral. Con los niños pequeños, Clara a menudo tenía problemas para conseguir una niñera, sobre todo para la más pequeña; había estado desesperada, sin hogar e intentando adquirir habilidades con las que poder mantener a su familia unida e ir a la escuela cuando podía. Jake había descubierto a los niños en el coche destartalado y, furioso, la había encarado. Él la había contratado en el lugar. Le encontró un lugar para vivir y puso una pequeña guardería infantil en uno de sus edificios de oficinas.
Emma no tenía dudas de que las dos mujeres serían meticulosas en revisar cada documento, y si Dean Hopkins había robado a Jake como él sospechaba, encontrarían las pruebas. Lo besó otra vez, sólo porque era Jake y nunca sospechaba la bondad en sí mismo. Él habría dicho que había contratado a Ida y Clara porque eran brillantes y leales, sin notar que él había fomentado su lealtad por sus propias acciones.
– Las noticias dijeron que la tormenta será muy fuerte -recordó ella-. Habrá inundaciones extendidas. Si no puedes regresar a casa, quédate en la ciudad, así sabré que estás a salvo.
Jake la abrazó con más fuerza contra él, oyendo la nota de su voz, que le comunicaba su preocupación y amor, la única que escuchaba por el momento. Ir a su oficina para encarar a Hopkins no era tan divertido como había esperado. En este momento prefería mil veces quedarse en casa con Emma y los niños, pero había aplazado la confrontación durante demasiado tiempo.
– Estaré bien, cariño. Te llamaré, si creo que los caminos son demasiado malos.
Emma presionó los papeles contra su corazón otra vez.
– Amo ver mi nombre en su partida de nacimiento. Gracias, Jake, esto significa el mundo para mí.
– Soy yo quién está agradecido por tenerte como la madre de Kyle, Emma. -Él la besó otra vez y recogió su maletín-. Si necesitas cualquier cosa, házselo saber a Drake.
– Las tormentas no me asustan -aseguró ella.
Emma lo vio marcharse. Aunque apenas estaba atardeciendo, el cielo ya había oscurecido y los vientos habían aumentado. No temía a las tormentas, por lo general disfrutaba de ellas, pero en verdad se sentía incómoda. Mariposas le revoloteaban en el estómago. Andraya entró corriendo en la habitación, perseguida por Susan.
– Mami. -Los pequeños brazos rechonchos se alzaron.
Emma se inclinó para recoger a Andraya, y cuando la colocó contra su cadera, la niña se rozó contra su pecho. Eso dolió. Realmente dolió. De tal forma que inmediatamente puso a su hija en el suelo, mientras inhalaba bruscamente. Sus músculos le dolían. No quería contraer la gripe y contagiársela a los niños.
Cuando la tarde cayó, sus síntomas aumentaron. Desarrolló una sensibilidad al sonido. La luz le irritaba los ojos. A veces sus ojos repentinamente cambiaban su visión, de modo que bandas de color aparecían ante sus ojos. Sus articulaciones dolían, resquebrajándose y reventando con cada movimiento que hacía.
Pero más que el dolor físico, el dolor que invadía su cuerpo era algo mucho, mucho peor, algo insidioso y espantoso.
Era muy consciente de su cuerpo. Cada curva. Cada pulgada de su piel. Un calor se formaba en su interior. La tensión se expandía a lo largo de cada terminación nerviosa. Se frotó los brazos como si sufriera de una extensa picazón, no sobre la piel, sino debajo , como si algo mucho tiempo inactivo se estuviera alzando y tratara de salir.
Emma intentó jugar con los niños, pero cuando la noche llegó, se encontró observando el reloj, sus dientes permanecían apretados, esperando que el tiempo pasara más rápido para así poder acostarlos. Sus emociones se salían de control en una u otra dirección. En un momento estaba cerca de las lágrimas y al siguiente podría ladrar a todo el mundo. Varias veces Susan le preguntó que estaba mal, y ella captó que la muchacha la miraba extrañamente, como si hasta su aspecto fuera diferente.
A la hora de la cena, Emma estaba segura de que se estaba volviendo loca. Su cuerpo dolía por la necesidad. Si Jake no hubiera ido a su oficina, ella le estaría rogando que le hiciera el amor. Sus pechos dolían más allá de lo creíble, sus pezones estaban duros, rozando contra su sujetador con cada paso que realizaba hasta el punto de hacerla desear desesperadamente arrancarse la ropa para conseguir algún tipo de alivio. Sentía como si un millón de hormigas avanzaran lentamente sobre su piel, suaves, diminutos roces de plumas golpeaban a lo largo de cada terminación nerviosa. Profundamente en su interior, se estaba quemando, estaba vacía y desesperada por ser llenada. Estaba más caliente de lo que alguna vez hubiera estado, su temperatura se elevaba en varios grados, y ni siquiera una compresa de hielo en su cuello aliviaba el calor.
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