Él respingó ante el puñetazo deliberado de Emma. Emma se sentó levantando las rodillas, se meció de aquí para allá con obvia pena. Dudó si ella sabía cuan trastornada estaba. Estaba acurrucada para hacerse tan pequeña como pudiera, los ojos ahogados en lágrimas. Jake se estiró y la atrajo fácilmente, acunándola contra su cuerpo, sosteniéndola cerca de él.
– Si no he sido yo lo que te ha trastornado tanto, ¿qué ha sido? Me encargaré de ello, pero tienes que contarme que está mal primero. -Depositó un sendero de besos desde su sien hasta la comisura de su boca y de vuelta a la sien, robando cada lágrima con los labios.
Emma enterró la cara contra su pecho. No podía mirarle. En el momento en que la boca de Jake se deslizó sobre su piel, descargas eléctricas se apresuraron desde los senos al vientre. No se atrevió a mirarle, empezaría a besarle, y entonces ¿qué sucedería? Estaba segura de que Jake estaría dispuesto a tener sexo con ella. Él siempre estaba dispuesto a tener sexo con alguien. Podía sentirle, duro como una piedra, contra la parte trasera de los muslos, pero ella no estaba hecha para ligues de una noche o para apasionadas aventuras que ardían rápidamente. Tenía dos niños a los que quería y una casa donde quería permanecer. Ceder al deseo sexual la satisfaría momentáneamente, pero finalmente le costaría todo. Jake no podría, no tendría un compromiso emocional.
– Habla conmigo, cariño. Puedes decirme lo que sea, Emma.
Las manos subieron y bajaron por sus brazos, sobre la ardiente piel, elevando su temperatura aún más.
– Sólo he tenido un mal día, Jake. Los tengo a veces. Todos los tienen. -La piel era tan sensible que casi dolía que la tocara. La sensación se había desvanecido un rato antes por la tarde, pero ahora parecía estar volviendo con más fuerza que nunca-. Tengo que acostarme. Y la luz tiene que estar apagada. Y necesito estar sola.
Jake frunció el entrecejo y frotó la cara sobre la de ella, casi como un gato.
– Quizá debería llamar a un médico, Emma. Te sientes un poco febril.
A pesar de todo, ella sintió el impulso de sonreír. Jake probablemente nunca había utilizado la palabra febril en su vida antes de que Kyle naciera, y ahora la soltaba alrededor como un viejo profesional.
– Estoy bien. Llorar a veces hace que una persona se acalore y sude. -Y estaba demasiado caliente. Él olía tan bien, fresco por una ducha, siempre podía decirlo. Tenía el cabello húmedo y olía a limpio con un débil, elusivo sabor a salvaje.
– Eso no es lo bastante bueno, Emma. Algunas mujeres pueden llorar sin ninguna razón, pero no tú. Alguien o algo te ha molestado. Tengo intención de saber que fue antes de salir de esta habitación esta noche. -Dejó que ella se deslizara fuera de sus brazos.
Ella cerró los ojos contra la sensación de las almohadillas de los dedos deslizándose por su piel mientras se estiraba en la cama, dándole a Jake sitio de sobra para que no tuviera que tocarla.
– Adivino que tú realmente no comprendes el concepto de una puerta cerrada.
Él se encogió de hombros, allí en la oscuridad cercana, subiendo los anchos hombros de la manera casual en que siempre lo hacía. Ella fue instantáneamente consciente de cada músculo que se deslizaba bajo la piel. Emma apretó los párpados cerrados con más fuerza. Respiró y lo tomó en sus pulmones.
– Las puertas cerradas son para los otros, cariño. -Se inclinó, depositó un beso en su frente y se tendió a su lado.
Ella se dio cuenta de cuán completamente natural se sentía. Había estado casada con Andrew cinco meses. Había estado con Jake durante dos años. Él había estado viniendo a su cuarto todas y cada una de las noches, desde el primer día que se había mudado a su casa. La sostuvo la primera noche cuando despertó con una pesadilla terrible, el hedor de fuego y el calor de las llamas todavía tan crudo y vívido. Cada gesto de él era más familiar para ella que los de Andrew. Cuándo recordaba el toque de un hombre, era el toque de Jake. Cuándo ardía de noche por el cuerpo de un hombre, era el cuerpo de Jake. ¿Cuándo había empezado todo esto a suceder? ¿Y por qué ahora? ¿Por qué se despertaba ella ahora? Estaba aterrorizada del cambio, atemorizada de perderlo todo.
– Cuéntame sobre tus padres. No hablas mucho acerca de ellos -dijo Jake.
– ¿Mis padres? -resonó Emma, asustada. El corazón revoloteó.
La mano de Jake se deslizó contra la suya, enredando los dedos con los de ella. A ella le dolió por dentro cuando él llevó las manos unidas a su pecho, justo sobre su corazón. Siempre hacía eso, atarlos juntos. Estaba atada a él por mucho más que los niños.
– ¿Tienes padres, verdad?
La rara diversión en su voz tironeó de la fibra sensible de Emma. Esta podía sentir su cuerpo, sólido y caliente justo a su lado. Podría contar los constantes latidos del corazón.
– Por supuesto que tengo padres. ¿Piensas que me arrastré de debajo de una piedra?
Él atrajo los dedos hasta los labios y le mordisqueó las puntas. La boca estaba caliente y húmeda y los dientes eran fuertes, aunque la mordedura fue suave y envió pequeños hormigueos de excitación por sus muslos y vientre.
– Creo que no quieres contarme nada sobre tus padres. ¿Tuviste una niñez feliz? -Giró la cabeza para mirarla-. Asumo que si porque eres una persona feliz.
Ella se encontró sonriéndole.
– Sí, la tuve. Mis padres eran muy cariñosos. Viajamos mucho. Mi padre tenía dificultades para establecerse y nos movíamos a menudo. Siempre estaba inquieto. Yo volvía a casa desde la casa de unas amigas y ya habíamos empacado todo en el coche. Raramente tenía tiempo de despedirme. Simplemente nos íbamos.
– Eso debe haber sido difícil.
– Deseaba una casa, ya sabes, la casa tradicional con un patio como los otros, y una escuela habitual…
– ¿No asististe a la escuela?
La mirada de Emma saltó a su cara. Su voz había sido cuidadosamente neutral y él la miraba a los dedos, atrayéndolos distraídamente a la boca, pellizcando las puntas.
– Estoy muy bien educada, gracias -dijo ella, frunciendo el entrecejo, cautelosa ahora.
Su ceño fue malgastado. Él le mordió las puntas de los dedos, los dientes raspaban de aquí para allá. La sensación era intensamente seductora, enviaba relámpagos por su sangre. Los senos le dolían. No ayudaba que estuviera lista para la cama, sin un sujetador, y el delgado material del pijama rozaba sus pezones mientras se endurecían en picos apretados. La mirada en la cara de Jake era sensual pero remota, como si la sensualidad fuera tan inherente a su carácter que aún cuando no ponía atención, las mujeres no pudieran evitar sentir su calor sexual.
Giró de repente la cabeza para mirarla y el corazón de Emma se aceleró, latiendo con fuerza, quedándose sin respiración. Los ojos dorados tenían posesión, la hipnotizaban, le robaban la palabra. Abrió la boca, pero no salió absolutamente nada.
– Sé que eres culta. Solamente que siempre te imaginé en la escuela con otros niños. Yo tuve tutores privados. Siempre me pregunté cómo era ir a una escuela con otros niños.
Emma apretó los labios juntos, sintiéndolos hormiguear. Estaba tan enfocado cuando la miraba, tan completamente concentrado en ella, que se sentía amenazada en algunas maneras y completamente estimulada en otras.
– También yo -se las arregló para decir.
– Emma. -Su voz se ablandó, fundiéndola-. Estás tan tensa. Algo ha sucedido esta noche y quiero saber que es.
El muslo rozó el de ella cuando él giró de lado, sosteniéndose sobre un codo y curvando el cuerpo alrededor del suyo en actitud protectora. Estaba más cerca de ella que nunca, tan cerca que ella podía intercambiar aliento con él. Era el hombre más hermoso con el que jamás se había encontrado, de un modo crudo y sexual. Cada vez que se movía, los músculos ondulaban y se deslizaban bajo la piel, un movimiento poderoso, fluido y muy sensual que calentaba su sangre por mucho que ella intentara duramente no notar.
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