Los ojos de Amelia se dilataron.
– ¿Es eso todo lo que dice? -me preguntó.
– Eso es todo -respondí -. Después de eso retorna a lo de las danzas de la lluvia.
– Entonces quiere decir que Karen está…
– Embarazada -dije cerrando el libro-. Por así decirlo, ella está por dar a luz a un salvaje primitivo
– Pero, Harry -dijo Amelia-, ¿qué demonios podemos hacer?
McArthur se paró y fue a buscar cerveza a la nevera.
– Todo lo que podéis hacer -dijo- es esperar hasta que el hechicero esté incubado, y luego le dais una dosis de aceite hirviendo. Eso os librará de él.
– Es imposible -le dije -. Para cuando el hechicero esté pronto a nacer, Karen Tandy habrá muerto.
– Ya lo sé -dijo McArthur lúgubremente, bebiendo su cerveza-. Pero no veo qué otra cosa podéis hacer.
Me dirigí al teléfono.
– Bueno, lo primero que haré será llamar al hospital. Quizás al doctor Hughes se le ocurra algo. Por lo menos ahora tenemos una teoría al respecto, que es muchísimo más de lo que teníamos hace un par de horas.
Marqué el número del Hospital Hermanas de Jerusalén y pregunté por el doctor Hughes. Cuando respondió se le escuchaba más cansado que nunca. Era casi la una de la mañana y debía haber estado de guardia todo el día.
– ¿Doctor Hughes? Soy Harry Erskine.
– ¿Qué desea, señor Erskine? ¿Tuvo novedades de su fantasma?
– Encontré una médium, doctor Hughes, y tuvimos una sesión esta noche en el apartamento de Karen. Hubo una clase de manifestación, un rostro. Todos lo vimos. Luego investigamos en los libros de historia india y esas cosas y creemos que puede ser un hechicero indio del siglo xvII. De acuerdo con uno de esos libros, aguarde, los hechiceros indios, «si se los amenazaba podían destruirse a sí mismos bebiendo aceite hirviendo, y podían volver a nacer en cualquier tiempo o lugar en el futuro o pasado incrustándose en el cuerpo de un hombre, mujer o animal». ¿Le parece que esto concuerda, doctor Hughes?
En el otro extremo del teléfono hubo un largo silencio.
Luego el doctor Hughes dijo:
– Señor Erskine, no sé qué decir. Eso concuerda casi demasiado bien. Pero si es verdad, ¿cómo puede nadie destruir una criatura así? El doctor Snait hizo más análisis esta tarde, y está absolutamente claro que si hacernos algo para sacar o matar ese feto, Karen Tandy morirá. La cosa se ha convertido en una parte integral de su propio sistema nervioso.
– ¿Cómo está ella, doctor? ¿Está consciente?
– Casi, pero no está respondiendo muy bien. Si este feto sigue creciendo a la misma velocidad, sólo puedo decir que ella estará muerta en dos o tres días. El doctor Snait piensa que el martes.
– ¿Qué dijo el especialista en ginecología?
– Está tan desconcertado como el resto de nosotros -dijo el doctor Hughes -. Confirmó que el feto no era un niño normal, pero estuvo de acuerdo conmigo que tenía todas las características de un organismo parásito que crecía velozmente. Si usted cree en el hechicero, señor Erskine, entonces su opinión es tan válida como cualquiera de las opiniones a las que llegamos aquí.
Amelia se acercó y se quedó al lado mío y alzó sus cejas interrogativamente.
– ¿Cómo está ella? -me preguntó.
Puse mi mano sobre el auricular.
– Mal. Los médicos no creen que viva hasta el martes.
– Pero, ¿qué dice sobre el hechicero? -preguntó Amelia-. ¿El cree que eso va a crecer y sobrevivir? Quiero decir, ¡Jesús…!
Le hablé de nuevo al doctor Hughes.
– Doctor Hughes, mi amiga me pregunta qué va a sucederle al feto. ¿Qué pasa si aún está vivo cuando Karen Tandy muera? ¿Qué va a hacer al respecto?
El doctor Hughes no dudó.
– Señor Erskine, en ese caso haremos lo de siempre. Si es un niño normal y saludable haremos todo lo posible por salvarlo. Si resulta un monstruo, tenemos inyecciones que pueden disponer de él serena y rápidamente.
– ¿Y si es un hechicero? -dije cautelosamente.
Hizo una pausa.
– Bueno, si es un hechicero, no sé. Pero no pienso cómo podría serlo, señor Erskine. Estoy dispuesto a internarme algo en lo oculto, pero, ¿cómo diantres puede ella dar a luz un indio de trescientos años? Quiero decir que, vamos, que seamos serios.
– Doctor Hughes, fue usted quien sugirió que tratáramos de encontrar si había implicado algo oculto. Y usted dijo que mi opinión era tan válida como la de los demás.
El doctor Hughes suspiró.
– Lo sé, señor Erskine. Lo lamento. Pero debe admitir que suena bastante delirante.
– Delirante o no, creo que debemos tratar de hacer algo al respecto.
– ¿Qué sugiere? -dijo el doctor Hughes pesadamente.
– Algo que usted recomendó dio resultados inmediatos, doctor Hughes. Dijo que debía consultar un experto, y lo hice. Pienso que es hora de buscar otro experto, alguien que sepa más que nosotros sobre tradiciones indias y misticismo. Déme algún tiempo y trataré de hallar a alguien. Es probable que sea alguien de Harvard o de Yale, ¿quién sabe?
– Puede ser -dijo el doctor Hughes-. Muy bien, señor Erskine. Gracias por su interés y su ayuda. No dude en llamarme si hay algo más que desee saber.
Colgué el teléfono lentamente. Amelia y McArthur estaban al lado mío, tan fatigados como yo, pero ahora con ganas de ayudar y realmente interesados. Ellos habían visto el rostro sobre la mesa de cerezo, y creían. Cualquier cosa que fuera el espíritu, fuera un hechicero indio o un espíritu maligno del presente, querían ayudarme en la lucha contra él.
– Si me preguntas -dijo McArthur-, los holandeses debieron guardarse sus veinticuatro dólares y dejarle Manhattan a los indios. Pareciera como que los dueños primitivos se quisieran cobrar su venganza.
Me senté y me restregué los ojos.
– Así lo parece, McArthur. Mejor será que ahora durmamos. Mañana hay montones de cosas que hacer.
Por el ocaso
Nos llevó cuatro horas encontrar al doctor Ernest Snow. Un amigo de Amelia conocía a alguien en Harvard que conocía a alguien que era un estudiante de antropología, y a su vez el estudiante de antropología nos puso en contacto con el doctor Snow.
Sus credenciales eran impactantes. Había escrito cinco monografías sobre los ritos religiosos y mágicos de los indios y un libro llamado Rituales y costumbres de los Hidatsa. Y, lo que es más, vivía a mano, en Albany, Nueva York.
– Bueno – dijo McArthur, bostezando en las tinieblas de una oscura y ventosa mañana de domingo -. ¿Vamos a llamarlo?
– Pienso que sí -le dije -. Me estaba preguntando hasta qué punto no nos habremos equivocado de camino.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó muy intrigada Amelia.
– Bueno, me refiero a todo este asunto de los indios. En realidad, no tenemos ninguna evidencia para justificarlo. Sólo porque el rostro de la mesa pareciera algo así como un pielroja no hay razón para pensar que realmente lo fuese.
Amelia se encogió de hombros.
– ¿Pero qué otra cosa tenemos para continuar? Y está todo eso de la reencarnación. Vamos, Harry, tenemos que intentarlo.
– Bueno, entonces ahí va -dije, y tomé el teléfono.
Marqué el número del doctor Snow y escuché la llamada. Parecía tomarse mucho tiempo en responder.
– Habla Snow – dijo una voz seca y frágil.
– Doctor Snow, lamento molestarle en domingo, pero cuando le diga por qué le llamo espero que me comprenda. Mi nombre es Harry Erskine y soy un vidente profesional.
– ¿Usted es un qué? -respondió el doctor Snow. No parecía muy divertido.
– Predigo la suerte. Trabajo en Nueva York.
Hubo una pausa tensa y luego el doctor Snow dijo:
Читать дальше