«Rolbein: ¿Y no vio hacia dónde fue la camioneta?
»Masky: Sólo había un camino por donde pudo haberse ido, de vuelta a lo largo de Sagamore Head y luego hacia el norte o el sur por la carretera de Nantasket. Si se va hacia el norte, uno se dirige hacia Hull y hacia la playa Stoney, y luego ya no se puede continuar más, a no ser que se coja el ferry de pasajeros.
«Rolbein: Pero, ¿usted no la vio marcharse?
«Masky: No, señor. No la vi.»
Debajo de la transcripción, Rolbein había escrito con bolígrafo unas observaciones para sí mismo: «Cabe la posibilidad de que la camioneta estuviera aparcada en Sagamore Head simplemente por casualidad, y que el conductor se aprovechase del accidente para saquear los restos. Pero el conductor de la camioneta cargaba con lo que al parecer era una herramienta profesional para cortar metales, una Holmatro o similar, un hecho que los informes que la policía ha proporcionado a la prensa han olvidado mencionar. (¿Por qué?) El conductor utilizó esa herramienta para facilitar el acceso a lo que quiera que fuese lo que quería. Esa persona, por lo tanto, estaba muy bien preparada para lo que debe ser considerado con muchas reservas como un accidente. Según nuestros ordenadores, si alguien se detuviera en un punto cualquiera, elegido al azar, de la línea de la costa de Massachusetts con la esperanza de que por allí cerca ocurriese un accidente de helicóptero, las probabilidades de que ello fuera así serían de 87 234 000 a 1, y la persona en cuestión podría estar allí plantada 239 000 años sin conseguirlo. De modo que podemos suponer que el conductor de la camioneta debía de saber previamente que el helicóptero de O'Brien iba a estrellarse allí. ¿Cómo es posible que lo supiera? Cabe la posibilidad de que lo hicieran estrellarse allí a propósito. ¿Con un misil, algo que hasta ahora no se ha hecho público o no se ha detectado? ¿Con un rifle o con un arma de fuego antiaéreo? (En ese caso, no habría logrado hacerlo con tanta puntería… tan sólo un error de pocos metros y el helicóptero habría ido a caer directamente al mar.) Por medio de un piloto suicida? Nota: comprobar el historial médico personal del piloto… y dudar del informe del forense. Puede que sufriese una enfermedad en fase terminal y quisiera que su familia se beneficiase del seguro de accidentes. Recuérdese el caso de las Líneas Aéreas Pan American contra Roddick.»
Michael había estado hojeando el resto de la carpeta, pero las observaciones de Rolbein eran, con mucho, los pensamientos más ocurrentes de todo el expediente. Había llamado por teléfono a Rolbein y le había dejado un mensaje en el contestador automático pidiéndole una cita en los próximos días. Entretanto fue a visitar el Hospital Central de Boston para entrevistarse con el doctor Raymond Moorpath, quien había llevado a cabo el examen médico de las víctimas del accidente de helicóptero de O'Brien a requerimiento especial del jefe de policía de Boston, Homer T. Hudson.
En otro tiempo, el Hospital Central de Boston había sido un hospital metropolitano sucio y descuidado, lleno de yonquis con la cabeza gacha que pululaban por los pasillos, sangre en los retretes y alcohólicos gritando en todos los pisos. Había cerrado en 1981 por falta de fondos, pero seis años después había ido a caer bajo el control de un poderoso consorcio de financieros, promotores inmobiliarios y médicos acaudalados. Se restauró y volvió a recuperar aquella grandeza gótica de ladrillos rojos. Todas las habitaciones eran de lujo. Para aquellos que podían permitirse pagar, o para quienes poseían pólizas de seguros médicos, el Hospital Central ofrecía tratamientos de vanguardia para enfermedades cardiovasculares, complicaciones diabéticas, cáncer, sida y trasplantes. En el Hospital Central de Boston se podía recibir fotoféresis para combatir ciertas enfermedades, o terapia de neutrones para desintegrar tumores cerebrales, o la implantación de un catéter para regular por frecuencia de radio los latidos irregulares del corazón.
El Hospital Central se había convertido en el templo dorado de la medicina moderna, y el doctor Raymond Moorpath era uno de sus más excelsos sacerdotes.
Michael tuvo que esperar en el vestíbulo de la planta baja durante casi quince minutos; se entretuvo paseando por el brillante suelo de mosaico; luego examinó los retratos al óleo de eminentes médicos de Boston que había colgados de las paredes, y finalmente se sentó en un enorme sofá de cuero tostado y se puso a hojear folletos sobre liposucción que ofrecían «un modelado de cuerpo para que usted sea más deseable… eliminamos las "cartucheras" de los muslos, el abdomen "protuberante”, las “asas del amor", la doble papada y agrandamos el pecho de los varones.
La recepcionista, una muchacha morena con ojos de resplandeciente color violeta a la luz de la lámpara que había sobre su mesa, y que iba ataviada con una pequeña cofia que imitaba las que suelen llevar las enfermeras, se inclinó de pronto hacia adelante y le dijo:
– ¿Señor Rearden? El doctor Moorpath lo recibirá ahora. Octavo piso, puerta 8202.
El suelo del hospital estaba cubierto con una mullida moqueta y olía como los hoteles más que como los hospitales. De las paredes colgaban cuadros abstractos, enrevesados y vacilantes que daban la impresión de haber sido pintados por neuróticos y adquiridos por filisteos. Michael pasó junto a un hombre de pelo blanco que estaba en una silla de ruedas. El hombre le dirigió una mirada llena de furia y le preguntó con voz exigente:
– ¿Es usted Lloyd Bridges?
Encontró al doctor Moorpath jugando al golf en un enorme despacho de techo alto que hacía esquina. La vista a través de las ventanas era borrosa, pero Michael consiguió distinguir a tan sólo unos quilómetros de distancia el terrible resplandor naranja del fuego, un humo marrón que se levantaba densa y perezosamente en el aire, y helicópteros que revoloteaban como libélulas. Nada de aquello parecía perturbar al doctor Moorpath, si es que se había percatado de ello. A Michael le dio la impresión de que aquello al médico le producía, hasta cierto punto, un malicioso gozo. Cualquier cosa que los pobres y los desamparados hicieran para hundirse más en la miseria sólo servía para poner en evidencia aún más su estupidez. Ésa era la opinión del doctor Moorpath.
– Nadie ha tenido nunca en cuenta que quizás disfruten realmente sintiéndose desvalidos. Eso les proporciona cierta sensación de importancia.
El despacho estaba amueblado en un estilo que se suponía que reflejaba la grandeza y solidez de una casa de campo inglesa, con paredes cubiertas de paneles de roble, una imponente chimenea de piedra y un escritorio con el sobre de piel, que era casi lo bastante grande como para albergar a una de aquellas familias pobres y desamparadas de las que siempre estaba quejándose el doctor Moorpath. En la pared de enfrente había un vasto cuadro al óleo de la caza del zorro en Inglaterra, una llamarada de chaquetas rojas, brillantes sombreros y botas, lustrosas.
El doctor Moorpath era un hombre gigantesco, el tipo de hombre capaz de llenar un ascensor él solo. Tenía el rostro grande, y las cejas negras y muy pobladas; llevaba el brillante pelo negro, del mismo color que los cuervos, solemnemente peinado hacia atrás desde la frente. La negrura del cabello era tan intensa que hacía sospechar que era teñido: una vanidad tan cruda y evidente que chocaba de lleno con su compleja personalidad, y que Michael nunca había sido capaz de comprender. El doctor Moorpath iba enfundado en una cara chaqueta de punto marrón de cuello grande, llevaba pantalones de pana muy holgados y unas sandalias de monje con calcetines verde oscuro.
El doctor Moorpath se había licenciado en la Facultad de Medicina de Harvard con matrícula de honor en patología, y durante dos décadas había sido uno de los médicos forenses más dedicados a su trabajo de todo el Estado. Había escrito el libro definitivo sobre entomología forense, en el que explicaba con precisión cómo se podía averiguar la fecha y hora de la muerte por el desarrollo de las moscas de la carne en el interior del cadáver. El ciclo vital de los sarcophaga carnara en el establecimiento de la hora de defunción, más conocido por los estudiantes de medicina como Las moscas de Moorpath.
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