Thomas Harris - Domingo Negro

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Con una impresionante hoja de servicios, el veterano de la guerra de Vietnam Michael J. Lander proyecta un diabólico atentado, que tendrá en jaque a los servicios de seguridad. Cuando concibió la operación, no pensó que necesitaría ayuda, pero, a medida que urdía su plan, decidió darle una nueva dimensión con el apoyo de Septiembre Negro y una coartada política. Poco después, el proyecto cobra forma y le depara un insospechado encuentro con Dahlia Iyad, una hermosa mujer que lucha por la causa de la liberación de Palestina.

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Dahlia Iyad esperó para atravesar la pista. La torre había encendido una luz roja. Esperó hasta que el dirigible tocó tierra, rebotó, tocó tierra nuevamente y la tripulación terrestre se precipitó a agarrar las sogas que colgaban de la nariz. Consiguieron controlarlo en pocos segundos.

La torre encendió la luz verde. Dahlia atravesó la pista y estacionó el camión detrás del tractor con acoplado, fuera de la vista del personal atareado con el dirigible. En menos de lo que canta un gallo bajó la tapa posterior y colocó la rampa. Cogió la bolsa de papel que contenía la metralleta y las pinzas y corrió por detrás del acoplado hasta el dirigible. El personal no reparó en ella. Vickers abrió la tapa del motor de babor. Dahlia le entregó a Lander por la ventanilla de la góndola la bolsa y corrió nuevamente hacia el camión.

Lander se dirigió a los camarógrafos de la televisión y les dijo:

– Tienen tiempo de estirar un rato las piernas.

Ambos bajaron y él hizo lo mismo.

Lander se dirigió al autobús y regresó inmediatamente a la aeronave.

– Eh, Vickers, lo llaman de Lakehurst.

– Oh, cuernos… Está bien, Frankie, echa una mirada aquí pero no cambies nada hasta que yo vuelva. -Fue corriendo hacia el autobús. Lander lo siguió. Vickers acababa de coger el radio-teléfono cuando Lander le disparó en la nuca. La tripulación de tierra había quedado sin jefe. Oyó el ruido del elevador de horquilla al bajar del autobús. Dahlia ocupaba el asiento, y pasó con el vehículo por detrás del acoplado. La tripulación, azorada ante la aparición de la enorme barquilla, dejó pasar el vehículo. La joven prosiguió la marcha, deslizando la gran barquilla debajo de la góndola. Levantó la horquilla veinte centímetros y quedó a la altura correcta.

– ¿Qué pasa, qué es todo esto? -preguntó el hombre que estaba en el motor. Dahlia hizo caso omiso de él. Ajustó las dos grapas de adelante al pasamanos. Faltaban otras cuatro.

– Vickers dijo que quitáramos las bolsas -dijo Lander.

– ¿Dijo qué?

– Que quitáramos las bolsas. ¡Vamos, muévanse!

– ¿Qué sucede, Mike? Nunca vi semejante cosa.

– Vickers te lo explicará. A la televisión le cuesta ciento setenta y cinco mil dólares cada minuto, de modo que manos a la obra. El canal quiere este aparato. -Dos hombres desengancharon las bolsas mientras Dahlia terminaba de ajustar la barquilla. Alejó luego el elevador de cargas. La tripulación estaba confusa. Algo andaba mal. Esta enorme barquilla con las letras del canal no había sido probada jamás en la aeronave.

Lander se dirigió al motor de babor y miró al interior. No le habían quitado nada. Cerró la tapa.

Se aproximaron los camarógrafos.

– ¿NBS? ¿Qué demonios es eso ? No es nuestro…

– El director se lo explicará, llámenlo desde el autobús -Lander se subió a su asiento y puso en marcha los motores. La tripulación retrocedió asustada. Dahlia estaba ya en el interior de la góndola con las pinzas. No había tiempo para desatar nada. Había que tirar el equipo de la televisión antes de que el dirigible remontara vuelo.

El camarógrafo la vio cortando sus pertenencias.

– Eh, ¿qué está haciendo? -exclamó metiéndose dentro de la góndola. Lander se volvió y le disparó en la espalda. Un tripulante asomó su cara asombrada por la puerta. Los que estaban cerca de la aeronave comenzaron a retroceder. Dahlia soltó las cámaras.

– ¡La calza y la torre ahora! -gritó Lander.

Dahlia saltó a tierra esgrimiendo su Schmeisser. El personal de tierra retrocedía, algunos se echaron a correr. Retiró la calza que sujetaba la rueda y mientras el dirigible se mecía con el viento, corrió hacia la torre y soltó los cabos. El dispositivo que sujetaba la nariz tendría que soltarse de la torre. No podía fallar. El dirigible se balanceaba. Los hombres había soltado los cables que le sujetaban la nariz. El viento lo haría, el viento lo haría girar y zafarse. Oyó la sirena. Un patrullero avanzaba por la pista a toda velocidad haciendo funcionar la sirena.

La nariz quedó libre pero el dirigible seguía en tierra por el peso del cuerpo del camarógrafo y su equipo. Subió de un salto a la góndola. Tiró en primer lugar el transmisor, que se hizo añicos contra el suelo. Luego arrojó la cámara.

El patrullero avanzaba de frente al dirigible con su faro encendido. Lander empujó los aceleradores y la gran aeronave comenzó a moverse. Dahlia luchaba con el cuerpo del camarógrafo. Tenía la pierna enganchada debajo del asiento de Lander. El dirigible pegó un respingo y volvió a posarse. Se encabritaba como un animal prehistórico. El patrullero estaba a cuarenta metros de distancia y sus ocupantes abrieron las puertas. Lander descargó gran parte del combustible. El dirigible se levantó pesadamente.

Dahlia se asomó por la góndola y disparó su Schmeisser contra el patrullero, destrozándole el parabrisas. El dirigible se remontaba, un policía salió del coche con la camisa manchada de sangre esgrimiendo su arma y mirando a Dahlia mientras la aeronave pasaba por encima de ellos. Una ráfaga de la metralleta lo cortó en dos mientras Dahlia arrojaba a tierra de un patada el cuerpo del camarógrafo que cayó con los brazos y piernas abiertos sobre el capot del patrullero. El dirigible remontó el vuelo. Se acercaron en ese momento otros patrulleros, abrieron sus puertas, pero se hicieron cada vez más pequeños a medida que la aeronave ganaba altura. Oyó un «shock» contra la bolsa de gas. Habían comenzado a disparar. Apuntó al patrullero más próximo y disparó, levantando una nube de polvo alrededor del vehículo. Lander conducía el dirigible con una inclinación de cincuenta grados y los motores a fondo. Arriba y arriba, fuera del alcance de las balas.

¡La mecha y los cables! Dahlia se tiró sobre el suelo ensangrentado de la góndola desde donde podía alcanzarlos.

Lander cabeceaba, próximo a desmayarse. Estiró el brazo por encima del hombro del piloto y presionó el émbolo de la jeringa oculta bajo su manga. Levantó la cabeza casi inmediatamente.

Revisó el interruptor de la luz de la cabina. Estaba cerrado.

– Enciéndelo.

Quitó la tapa de la luz de la cabina, destornilló la bombilla y conectó los cables a la bomba. La mecha que debía usarse si fallaba el sistema eléctrico, debía asegurarse al soporte de un asiento en la parte de atrás de la góndola. Dahlia trabajó bastante para atar el nudo ya que la mecha, mojada con la sangre del camarógrafo se había puesto resbaladiza.

El indicador de velocidad registraba sesenta nudos. Llegarían al Super Bowl en seis minutos.

Corley y Kabakov corrieron al coche del primero en cuanto recibieron las confusas noticias de un tiroteo en el aeropuerto. Avanzaban a toda velocidad por la carretera número 10 cuando les transmitieron una información más precisa.

– Desconocidos disparan desde el dirigible Aldrich -dijo la radio-. Dos oficiales muertos. La tripulación de tierra advierte que la aeronave tiene suspendido debajo un extraño objeto.

– ¡Se apoderaron del dirigible! -exclamó Corley golpeando con su puño el asiento de al lado-. Ese es el otro piloto. -En esos momentos alcanzaron a ver la silueta del dirigible por encima de los edificios, agrandándose minuto a minuto. Corley se comunicó por radio con el estadio-. ¡Saquen al presidente!-exclamó.

Kabakov luchaba contra sentimientos de ira y frustración, contra la sorpresa y la imposibilidad de todo el asunto. Estaba atrapado, indefenso en medio de la autopista entre el estadio y el aeropuerto. Tenía que pensar, tenía que pensar, tenía que pensar. Pasaron en esos momentos por el Superdome. Sacudió entonces violentamente a Corley por el bruzo.

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