Thomas Harris - Domingo Negro

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Con una impresionante hoja de servicios, el veterano de la guerra de Vietnam Michael J. Lander proyecta un diabólico atentado, que tendrá en jaque a los servicios de seguridad. Cuando concibió la operación, no pensó que necesitaría ayuda, pero, a medida que urdía su plan, decidió darle una nueva dimensión con el apoyo de Septiembre Negro y una coartada política. Poco después, el proyecto cobra forma y le depara un insospechado encuentro con Dahlia Iyad, una hermosa mujer que lucha por la causa de la liberación de Palestina.

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Cuando salió, depositó sobre el suelo del camión su Schmeisser y la cubrió con una manta. El asiento del camión estaba cubierto de tierra. Sacó un pañuelo de la cartera y lo limpió cuidadosamente. Se colocó una gorra con el emblema de la ciudad de Nueva York y metió dentro todo el pelo.

La una y cincuenta. Hora de partir. Abrió las puertas del garaje y salió con el camión, pestañeando por el resplandor del sol, dejando al vehículo solo durante un instante mientras cerraba las puertas.

Mientras conducía rumbo al aeropuerto experimentaba una extraña y agradable sensación de caer, caer y caer.

Kabakov observaba desde el puesto de mando en el estadio cómo entraba por la puerta Sudeste ese río humano. Estaban todos tan bien vestidos y tan bien alimentados, y completamente ignorantes del trabajo que le estaban dando.

Se oyeron algunas protestas cuando los hicieron formar fila frente a los detectores de metales y otras más violentas cuando de tanto en tanto uno de los espectadores era obligado a vaciar el contenido de sus bolsillos en un recipiente de plástico. Parados al lado de Kabakov estaban los integrantes de la fuerza de choque del lado Este, diez hombres equipados con chalecos antibalas y armados hasta los dientes. Caminó hacia afuera, alejándose del chirrido de las radios y se quedó mirando cómo se llenaba el estadio. Las bandas ya habían comenzado a tocar, y la música se hacía menos distorsionada a medida que más y más cuerpos eliminaban los ecos de las tribunas. La mayor parte de los espectadores estaban ya en sus asientos a la una y cuarenta y cinco. Las barricadas fueron instaladas en las calles de acceso.

A doscientos cincuenta metros por encima del estadio, los integrantes del equipo de televisión instalados en el dirigible hablaban por radio con el director situado en el enorme furgón del canal estacionado detrás de las tribunas. El «NBS Espectacular Deportivo» debía iniciarse con una toma abierta del estadio desde el dirigible, en la que figuraban sobrepuestas el emblema del canal y el título. El director sentado en el furgón frente a doce pantallas, no parecía satisfecho.

– Eh, Simmons -dijo el camarógrafo-, ahora quiere que lo saquemos desde la otra punta, con Tulane como fondo. ¿Puedes hacerlo?

– Por supuesto -el dirigible giró majestuosamente hacia el Norte.

– Muy bien, así está perfecto, perfecto -el camarógrafo consiguió enfocar la cancha verde flanqueada por ochenta y cuatro mil personas, y el estadio coronado por banderas que flameaban al viento.

Lander vio el helicóptero de la policía volando como una libélula por encima del perímetro del recinto.

– Torre a Nora, Uno Cero.

Simmons agarró el micrófono.

– Nora, Uno Cero, adelante.

– Tráfico en su área una milla al Noroeste acercándose -dijo el operador-. Déjele mucho espacio.

– De acuerdo. Estoy viéndolo. Nora Uno Cero afuera.

Simmons señaló con su mano y Lander vio un helicóptero del ejército que se acercaba a doscientos metros.

– Es el presidente. Quítate el sombrero -dijo Simmons y alejó la aeronave del extremo Norte del estadio.

Lander vio cómo desplegaban la lona que indicaba el lugar de aterrizaje del helicóptero en la pista exterior al campo de juego.

– Quieren una toma de la llegada -dijo el asistente del camarógrafo-. ¿Puede situarse paralelo a él?

– Así está bien -manifestó el camarógrafo. A través de sus largos lentes, ochenta y seis millones de personas vieron tocar tierra al helicóptero del presidente. Este salió de la cabina y caminó con paso rápido hacia el estadio, perdiéndose de vista.

– Toma dos -indicó el director dentro del furgón de la televisión. La teleplatea a lo largo y ancho del país y en otros lugares del mundo vio cómo el presidente se dirigía a su palco.

Lander miró hacia abajo y vio nuevamente su figura fornida y la cabeza rubia rodeada por un grupo de hombres, levantando los brazos para saludar a la multitud y los espectadores poniéndose de pie al verlo pasar.

Kabakov oyó el rugido con que fue recibido el presidente. No lo conocía y sintió cierta curiosidad. Refrenó el impulso por ir a verlo. Su lugar era ése, cerca del puesto de mando, donde se le comunicaría inmediatamente cualquier inconveniente.

– Yo me haré cargo, Simmons, mira si quieres el puntapié inicial -dijo Lander. Cambiaron de lugar. Lander ya se sentía cansado y le costó bastante trabajo mover el timón de profundidad.

En la cancha estaban repitiendo nuevamente «la tirada de la moneda» para beneficio de la audiencia televidente. Los equipos se alinearon luego para el puntapié inicial.

Lander miró a Simmons. Tenía la cabeza fuera de la ventanilla. Lander se inclinó hacia adelante y apretó el control de la mezcla de combustible del motor de babor. Hizo que la mezcla se aligerara lo suficiente como para que se calentara el motor.

El marcador de temperatura subió en contados minutos hasta la zona marcada en rojo. Lander aflojó la palanca para que la temperatura volviera al nivel normal.

– Tenemos un pequeño problema, señores -Simmons se volvió inmediatamente. Golpeó el indicador de temperatura.

– ¿Qué demonios pasa ahora? -dijo Simmons. Se dirigió al otro lado de la góndola para echarle un vistazo al motor de babor, por encima de los encargados de la televisión-. No pierde aceite.

– ¿Qué? -preguntó el camarógrafo.

– Ha recalentado el motor de babor. Déjeme pasar por encima suyo. -Se dirigió al compartimiento de atrás y trajo un extintor de incendios.

– ¡Eh, no me diga que se está quemando! -El camarógrafo y su asistente estaban muy preocupados, tal como lo había supuesto Lander.

– No, cuernos, no -respondió Simmons-. Tenemos que sacar el extintor, es obligatorio.

Lander puso en bandera la hélice del motor. Estaba apartándose en ese momento del estadio tomando rumbo al Noroeste, hacia el aeropuerto.

– Le pediremos a Vickers que le eche un vistazo -dijo.

– ¿Le avisaste?

– Mientras estabas atrás -Lander dijo algo por el micrófono pero no apretó el botón para transmitir.

Volaba por encima de la carretera nacional 10, abajo a su derecha estaba el Superdome y el terreno de las ferias con su pista ovalada a la izquierda. Volar con un solo motor viento en contra era un procedimiento lento. Mejor será la vuelta, pensó Lander. Estaba en ese momento encima de la cancha de golf de Pontchartrain y podía ver extenderse allá adelante las pistas de aterrizaje del aeropuerto. Ahí estaba el camión, acercándose al portón de entrada. Dahlia había logrado llegar.

Dahlia vio aproximarse la aeronave desde la cabina del camión. Esta adelantada unos pocos segundos. Había un policía junto al portón. Sacó el pase por la ventana y le hizo señas de seguir adelante. Avanzó lentamente por el camino que bordeaba la pista.

El personal de tierra vio el dirigible en ese momento y se amontonó alrededor del autobús y del acoplado. Lander quería que se dieran prisa. Cuando estuvo a noventa metros de altura oprimió el botón del micrófono.

– Muy bien, bajaré con ciento setenta y cinco, necesito bastante sitio.

– Nora, Uno Cero, ¿qué es lo que pasa? ¿Por qué no avisaste que volvías, Mike? -Era la voz de Vickers.

– Lo hice -respondió Lander. Que se rompiera el seso. La tripulación de tierra corría hacia sus puestos-. Me acercaré a la torre con viento de costado y quiero que inmovilicen la rueda. No lo dejes mecerse con el viento, Vickers. Tengo un pequeño problema con el motor de babor, un problema pequeño. No es nada pero quiero que el motor de babor quede a sotavento de la aeronave. No quiero que se sacuda, ¿entendido?

Vickers comprendió. Lander no quería que los camiones de auxilio en una emergencia avanzaran por el aeropuerto haciendo sonar sus sirenas.

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