– Quizá en Estados Unidos, pero los asesinos en serie finlandeses pueden ser diferentes.
– Los casos nacionales que se conocen, que de hecho son bastante pocos, siguen prácticamente el patrón americano. Es algo general, al menos en Occidente. Sin embargo, el asesino es un hombre que ataca solo a mujeres. Lo extraño en este caso es el cambio de sexo. Hace el análisis más inseguro.
– Entonces, tú no crees que haya dos asesinos.
– No.
– ¿Y qué dicen los ojos y el resto?
– Quizá solo que son sus señas. Quizá sea algo simbólico, como que no quiere ser visto o que los asesinados han visto algo prohibido.
– ¿Por qué espera seis meses entre una agresión y otra?
– No es un período excepcional, al contrario, es bastante normal. Pero es posible que no tarde tanto en efectuar el próximo ataque.
– ¿Crees que habrá otro crimen?
– Sí, si no lo atrapamos antes o si el momento estresante que desencadena las agresiones no desaparece de su vida. Pero es poco probable.
– ¿El qué? ¿Que consigamos atraparlo o…?
– Empecemos a reunir todo lo que tenemos que desenredar. Debemos trabajar en varios frentes. En primer lugar: vosotros dos comprobaréis las condenas inferiores a un año de prisión en los seis meses entre ambos asesinatos, en especial los delitos de violencia y sexo. Y también investigaréis a los compañeros de celda y amigos de los casos encontrados. Comprobad el ADN en todos los posibles registros, tanto si son formalmente legales o no. Buscad también pruebas que no se han destruido porque la persona a quien concierne no ha sido juzgada, a menudo siguen estando en algún cajón. ¡Informad a los técnicos que este asunto tiene alta prioridad! Y vosotros dos haced un seguimiento de todos los desaparecidos en el país y, luego, en Europa. Ese hombre lleva muerto una semana, alguien tiene que haberlo denunciado. La ropa estaba bien, era un hombre que se movía dentro de la sociedad, no un sin techo al que nadie echa de menos. Por mi parte, volveré a intentar contactar con Keijonen para saber algo del dueño de la casa e investigaré algo más la pista ritual. Cuando conozcamos la identidad de la víctima volveremos a reunirnos. La posible relación con Dahlström puede ser interesante, cuanto sabemos del caso podría cobrar nuevo sentido. Tal vez los pequeños detalles adquieran un significado decisivo. Pero aún no hemos llegado a eso. Y recordad: somos muchos, tenemos recursos y todos los asesinos cometen algún error. Hay esperanza.
Acontecimientos a finales de abril de 2006
La noche siguiente dormí mal y tuve que ir al baño varias veces. El regreso del Cazador de ese modo inesperado me había causado cierta conmoción. Necesitaba hablar con alguien. Inger. Pero cuando miré a mi alrededor tuve que admitir que de haber estado ella en casa solo habríamos hablado de los programas de la televisión, las cortinas que necesitaban un lavado, la alfombra del cuarto de estar que quizá convendría cambiar. Todo cuanto estaba a nuestro alrededor y parecía que clamara por nuestra atención. Eso volvería a llenar nuestro tiempo en común, no lo que era esencial en nuestras vidas.
¿Qué sabía yo en realidad de lo que había sido para ella la escuela, la mitad de su vida despierta? ¿Qué le contaba yo en realidad de mí y mis casos, en los que pensaba todo el tiempo? Mi mente estaba a menudo en el trabajo aunque fingiera estar aquí.
¿Acaso es eso inevitable? ¿No puede una persona conocer a otra en profundidad, ni siquiera a aquella que le es más cercana en la vida? Nunca, por mucho que lo intenté, pude sentir realmente los sentimientos de Inger. Sus pensamientos sobre nosotros, si era feliz o infeliz conmigo. Su tormento cuando la enfermedad la atacó. Yo estaba encerrado en mi sistema nervioso y ella en el suyo.
Y con otras personas todavía más. Hablo con un vecino o con un compañero de trabajo. Nos ponemos de acuerdo y hacemos algo juntos. Es como si formáramos parte de una misma imagen…, pero en realidad no es así. ¡Componemos un mosaico en el que cada persona es una pieza aislada, un sistema lleno de pensamientos propios, sentimientos… y recuerdos! Las personas están llenas de recuerdos en los que piensan todos los días, cosas que otros solo conocen a grandes rasgos o ignoran por completo. Estoy sentado con mis colegas en una reunión, todos hablamos de lo mismo, pero de pronto una palabra o un nombre trae a la memoria de alguno de ellos algo completamente distinto de su pasado y empieza a pensar en eso sin que los demás lo sepamos. En su cabeza se proyecta una película que solo él ve.
Y si es así, ¿cómo vamos a conocer al otro en profundidad? Sentir el dolor del otro. Decimos que lo hacemos, pero un asesino demuestra que no es cierto. Él puede matar porque precisamente no siente la angustia del otro cuando grita y se defiende. Para él es solo un cuerpo ajeno.
Pero intentamos que nos vean por algo más que por nuestro cuerpo. Nos alegra hablar de nosotros mismos y comprender lo que otros nos cuentan, su vida interior. No lo conseguimos a la perfección, pero algo es algo, una vida en un mosaico que puede soportarse.
Creo que a Gabriella le pasaba eso mismo. Estaba aislada, pero quería mostrarse a través de sus escritos. No sé a quién, pero entendí cómo era ella cuando los leí.
Antes se me daba bien meterme en lo que suponía que era la vida de los asesinos, imaginar qué pensaban, qué habían hecho. En cambio las víctimas eran sobre todo un conjunto de pistas, alimento para mi ansia profesional de superación al solucionar otro caso. Les daba quizá una especie de reparación, pero para mí no habían sido seres humanos. Ahora era distinto. El relato de Gabriella me hizo vivir desde su interior la fatalidad de que una persona con sus recuerdos, sentimientos vibrantes, planes para una vida… de pronto se apague. Porque otra persona es egoísta y brutal hasta ese punto… Es demasiado.
Ahora entiendo que la muerte de Inger me había preparado para ello. Fue la primera vez que experimenté la fatalidad. Que una persona simplemente desaparece. Luego lo sentí por Gabriella e intenté sentirlo por el muerto en la casa de campo.
En este nuevo caso nos centramos en el trabajo policial normal. No sacamos demasiado de la primera reunión porque aún no sabíamos quién era la víctima. Aunque algunas ideas dieron su fruto: encontramos una media docena de delincuentes sexuales menores que habían estado en la cárcel en el interludio y que desde el punto de vista temporal podrían ser culpables. Seguimos observándolos, así como a sus compinches. Con el ADN no tuvimos suerte, y tampoco con los desaparecidos. Nadie parecía echar de menos a nuestro hombre de la casa de campo.
Por mi parte, leí sobre sectas extrañas, pero no encontré ninguna que sacrificara personas y les arrancara los ojos. Al final me cansé de ello y de llamar sin éxito a Keijonen, el propietario del terreno, quien se suponía que sabía algo de la casa de campo. A través del departamento de tráfico aéreo supe adónde había viajado y, luego, a través de la policía local de Tenerife, me enteré de dónde vivía. Contestó como si acabara de despertarse en mitad de la siesta una tarde en su hotel, y pensó que alguien había muerto. «Es Maikki, le ha ocurrido algo a Maikki», gritaba su mujer al fondo. No le expliqué la cuestión con detalle, pero él me facilitó sin más el nombre del inquilino de la casa de campo: Jon Jonasson, un periodista de Forshälla que había llamado a su puerta hacía un año y le había preguntado si tenía una cabaña para alquilar. Primero Keijonen le había dicho que no, pero luego recordó que tenía una vieja cabaña aislada, que en realidad estaba en unas condiciones bastante malas. Jonasson fue a verla, solo; a Keijonen no le apetecía adentrarse tanto en el bosque, y por lo visto a Jonasson la cabaña le pareció estupenda. Solo paga un alquiler simbólico, «completamente simbólico», resaltó Keijonen, que por supuesto no devenga los impuestos del alquiler. «¿Y qué coche tiene Jonasson?», le pregunté. Bueno, Keijonen solo lo había visto en una ocasión, cuando Jonasson llamó a su puerta por primera vez. Luego hacía su vida, y venía andando a pagar el alquiler. Pero el coche era blanco, beis o marrón claro. «¿Y grande?», pregunté. «Sí, bastante grande, quizá americano, esos son grandes.»
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