Michael Crichton - Next

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El autor de Estado de miedo nos sumerge en los aspectos más sombríos de la investigación genética, la especulación farmacéutica y las consecuencias morales de esta nueva realidad. El investigador Henry Kendall mezcla ADN humano y de chimpacé y produce un híbrido extraordinariamente evolucionado al que rescatará del laboratorio y hará pasar como un humano. Tráfico de genes, animales `de diseño`, encarnizadas guerras de patentes: un futuro turbador que ya está aquí.

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– Eso es todo -concluyó Johnson-. Adelante. Nos veremos de aquí a unas semanas.

Le entregó una hoja de papel.

– ¿Qué es esto?

– Una lista de las mayores montañas rusas de Estados Unidos. Procure visitar las tres primeras como mínimo.

– Por Dios. Ohio… Indiana… Texas…

– No quiero oírlo. Amigo mío, se enfrenta a veinte años de prisión junto a un tipo grande y tatuado que le va a procurar algo más que verrugas anales. Así que haga lo que le digo y abandone hoy mismo la ciudad.

De vuelta en su piso, en Sherman Oaks, hizo las maletas. La idea del tipo grande tatuado era lo que más le preocupaba. Se preguntó si debería llevarse la pistola. Eso de cruzar el país para acabar en lugares tan peligrosos como Ohio… Quién sabe con qué podría encontrarse. Metió una caja de munición en la bolsa y la pistola con la funda que se ajustaba a la pierna.

De camino al coche, Brad se descubrió más animado. Hacía un día radiante, su Porsche relucía y él tenía un plan.

¡Carretera y manta!

C055.

Lynn Kendall entró corriendo en el colegio La Jolla y llegó sin aliento al despacho de la directora.

– He venido en cuanto he podido -se disculpó-. ¿Cuál es el problema?

– Es David, el niño que está educando en casa -la informó la directora, una mujer de cuarenta años-. Su hijo Jamie lo ha traído hoy al colegio.

– Sí, para ver cómo…

– Y mucho me temo que no ha sido buena idea. Le ha mordido a otro niño en el patio.

– Oh, Dios mío.

– Y casi le ha hecho sangre.

– Qué horror.

– Estas cosas suelen ocurrir con los niños que reciben su educación en casa, señora Kendall. Carecen de aptitudes para la socialización y el autocontrol. No es posible sustituir el ambiente escolar diario, donde se encuentran rodeados de iguales.

– Siento mucho lo ocurrido…

– Tiene que hablar con él -insistió la directora-. Está castigado en la habitación de al lado.

Lynn entró en el pequeño despacho repleto de archivadores metálicos de color verde amontonados unos encima de otros. Dave estaba sentado en una silla de madera y parecía una pequeña bola castaña, arrebujado en el asiento.

– Dave, ¿qué ha ocurrido?

– Le hació daño a Jamie -contestó Dave.

– ¿Quién?

– No sabo cómo se llama. Va a sexto.

Lynn se extrañó y pensó que si iba a sexto entonces se trataba de un niño mucho mayor que ellos.

– ¿Y qué pasó, Dave?

– Tiró a Jamie al suelo. Le hació daño.

– ¿Y qué hiciste tú?

– Me eché encima de él.

– ¿Porque querías proteger a Jamie?

Dave asintió con la cabeza.

– Pero no se muerde, Dave.

– Él me mordió primero.

– ¿ Ah, sí? ¿Dónde te ha mordido?

– Aquí.

Dave levantó un rechoncho y musculoso dedo. La piel era clara y gruesa. Puede que hubiera marcas de dientes, pero Lynn no estaba segura.

– ¿Se lo has dicho a la directora?

– No está con mi madre.

Lynn sabía que así era como Dave expresaba que la directora no le tenía aprecio. Los chimpancés jóvenes vivían en una sociedad matriarcal donde las alianzas entre las hembras eran de suma importancia y se respetaban.

– ¿Le has enseñado el dedo?

Dave sacudió la cabeza. No.

– Hablaré con ella -aseguró Lynn.

– Eso es lo que él dice, ¿no? -fue la respuesta de la directora-. Bueno, no me sorprende, se ha abalanzado sobre él. ¿Qué esperaba que ocurriera?

– Entonces, ¿es verdad que el otro niño le ha mordido primero?

– Aquí no se muerde, señora Kendall.

– ¿Le ha mordido o no?

– Dice que no.

– ¿Ese niño va a sexto?

– Sí, está en la clase de la señorita Fromkin.

– Me gustaría hablar con él.

– No se nos permite -la informó la directora-. No es su hijo.

– Pero ha acusado a Dave y la situación es muy grave. Si tengo que tomar una decisión sobre qué hacer con Dave, necesito saber qué ha ocurrido entre ellos.

– Ya le he explicado lo que ha ocurrido.

– ¿Usted estaba allí?

– No, pero el señor Arthur, el vigilante de patio, nos lo ha contado. Es muy imparcial en lo que se refiere a las peleas, se lo aseguro. La cuestión es que aquí no se muerde, señora Kendall.

Lynn empezaba a sentir que la oprimía una mano invisible. La conversación tomaba unos derroteros escabrosos.

– Tal vez debería hablar con mi hijo Jamie.

– Estoy segura de que la historia de su hijo coincidirá con la de David, pero no ha sucedido de ese modo.

– ¿El grande no ha atacado primero a Jamie?

La directora se puso tensa.

– Señora Kendall, en casos de discrepancia sobre cuestiones disciplinarias, podemos consultar la cámara de segundad que hay instalada en el patio… Si lo cree necesario. Cuando quiera, ahora o más tarde, pero le agradecería que se centrara en el tema de los mordiscos, es decir, en David, por muy incómodo que esto le pueda resultar.

– Ya veo -comentó Lynn. La situación estaba clara-. Muy bien, me encargaré de Dave esta tarde, cuando vuelva del colegio.

– Creo que debería llevárselo ahora.

– Preferiría que acabara el día y volviera con Jamie.

– Creo que no…

– Como usted acaba de poner de manifiesto -la interrumpió Lynn-, Dave tiene problemas de adaptación escolar, por lo que no creo que llevármelo ahora del colegio ayude a su integración. Me encargaré de él cuando vuelva de clase.

La directora asintió, renuente.

– Bueno…

– Iré a hablar con él para decirle que se queda el resto del día.

C053.

Alex Burnet se apeó del taxi de un salto y corrió hacia el colegio. El corazón le dio un vuelco al ver la ambulancia.

Unos minutos antes estaba con una dienta -que no dejaba de sollozar- cuando la recepcionista la avisó de que había llamado la profesora de Jamie para informarle de algo sobre una visita al médico para su hijo. La historia era un poco confusa, pero Alex no perdió tiempo: tendió a la dienta una caja de pañuelos de papel y salió corriendo. Se metió en el primer taxi que encontró y azuzó al conductor a saltarse los semáforos en rojo.

La ambulancia estaba aparcada junto al bordillo con las puertas abiertas y un médico con bata blanca esperaba en la parte trasera. Sintió ganas de gritar. Era una sensación nueva para ella: el mundo había adoptado un tono blanco verdoso y estaba muerta de miedo. Pasó volando junto a la ambulancia y entró en el patio del colegio. La mujer que había tras el mostrador de recepción la saludó.

– ¿ En qué puedo…?

Alex sabía que la clase de Jamie se encontraba en la planta baja, junto al patio trasero, hacia donde se dirigió sin perder tiempo.

En ese momento sonó su teléfono móvil. Era la profesora de Jamie, la señorita Holloway.

– La mujer está esperando fuera de clase -la informó en voz baja-. Me ha entregado una nota con tu número de teléfono, pero me ha dado mala espina, así que he llamado al que aparecía en la ficha del colegio y…

– Bien hecho -la felicitó Alex-, ya estoy aquí.

– Está fuera.

Alex dobló la esquina y vio a una mujer vestida con traje azul esperando en la puerta de la clase. Alex se fue directamente hacia ella.

– ¿Quién cono es usted?

La mujer sonrió con calma y le tendió la mano.

– Hola, señora Burnet. Casey Rogers, siento que haya tenido que acercarse hasta aquí.

Parecía tan tranquila y serena que desarmó a Alex, quien puso los brazos en jarras y le preguntó, resollando:

– ¿Cuál es el problema, Casey?

– No hay ningún problema, señora Burnet.

– ¿Trabaja en mi oficina?

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