– Está limpia.
– No creí que pudiera ocultar nada en esos pantaloncitos y esa camisa. -La mirada de Archer recorrió el muelle desierto -. ¿Fue difícil hacer que Kelby la dejara venir sola?
– Ya consiguió lo que buscaba. Marinth. Ahora no soy más que un estorbo.
– Pero un estorbo fascinante. Lo envidio. Estoy seguro de que hizo muy agradable la búsqueda. -Sonrió -. Pero cada minuto está más asustada, ¿no es verdad? Seré bondadoso y pondré punto final a su sufrimiento. -Habló por su teléfono -. Está bien. Trae el coche, Giles. -Colgó -. ¿Qué distancia podemos recorrer en coche?
– Hasta más allá del pie de las colinas. El escondrijo está a kilómetro y medio de ese punto.
Un Mercedes negro dobló por una esquina a dos manzanas de distancia y avanzó como un bólido hacia ellos.
– El cofre está enterrado bajo una roca de lava en un claro de la ladera de la montaña.
La mirada de Melis estaba clavada en el Mercedes. Al parecer había tres hombres más en el coche, con Archer y Pennig serían cinco.
– Oh, casi lo olvidaba. -Archer se volvió hacia Pennig-. Toma la caja y ponía en su gabarra.
¿La caja?
Pennig sacó de las sombras una gran caja envuelta para regalo y echó a correr con ella muelle abajo.
– ¿Qué es?
– Solo un pequeño regalo de despedida. Es una sorpresa.
El Mercedes se detuvo y Archer le abrió la puerta trasera.
– Entonces sería mejor que nos pusiéramos en marcha, ¿verdad?
Puso cara de susto al ver a los hombres del coche. No le resultó difícil. Estaba asustada. Ahora, sería razonable protestar.
– Puedo decirle dónde está. No tengo que enseñárselo. Dijo que me dejaría marchar.
– Cuando tenga los papeles -dijo Archer-. Entre en el coche, Melis.
Ella vaciló un instante y después montó en el Mercedes.
– ¿Cuánto tiempo? -preguntó Archer cuando se sentó en el asiento del pasajero.
Pennig llegó corriendo al vehículo y se sentó junto a su patrón-
– Quizá quince minutos – susurró mientras el chofer ponía en marcha el coche.
Los dos hombres que se sentaban junto a ella estaban callados, pero su presencia era inmediata, sofocante.
Iban a ser quince minutos largos, muy largos.
– Se ha detenido un Mercedes al final de la carretera -dijo Nicholas cuando regresó corriendo entre los árboles -. Cinco hombres y Melis. Archer y Melis esperan junto al coche. Los otros cuatro están subiendo.
Era lo que Kelby había esperado. Archer no correría ningún peligro hasta cerciorarse de que la zona era segura. Comenzó a trepar al árbol que había escogido.
– Los dejamos pasar cuando vengan de exploración. Seguramente dejarán a un hombre para que vigile la carretera y a uno o dos entre los árboles. No los liquidaremos hasta que Melis y Archer estén aquí.
– Es una tremenda tentación -murmuró Nicholas mientras trepaba a otro árbol a escasos metros del de Kelby-. Pero intentaré contenerme. Yo estoy más cerca de la carretera. Me toca a mí eliminarlo.
– Yo tocaré de oído. Pero quiero que cuando desentierren ese cofre haya la menor cantidad posible de centinelas.
– ¿El pajarito llama?
– Eso. El búho. Vi uno entre los árboles.
Kelby se metió entre las ramas que había elegido como enmascaramiento, en un segundo nivel. Desde su punto de observación podía ver tanto la carretera como la roca en el centro del claro. Melis estaba de pie junto al parachoques delantero del Mercedes y a esa distancia parecía pequeña e infinitamente frágil.
No pienses en ella.
Piensa en la tarea que tienes por delante.
Los cuatro hombres que Archer había enviado a explorar se acercaban. En pocos momentos llegarían a los árboles.
Silencio. Respira lentamente. No muevas ni un solo músculo.
El hombre que conducía el Mercedes estaba de pie al final del sendero y los alumbraba con una linterna.
Archer masculló una maldición. Melis lo miró, sorprendida.
– ¿Algo va mal?
– Nada. Giles está haciendo la señal de que todo está limpio -le explicó Archer-. Vamos, Melis.
Ella intentó no mostrar su alivio. Desde el momento en que Archer había mandado a sus hombres a registrar la zona había estado muy tensa. No debería de preocuparse. Kelby había dicho que ni él ni Nicholas tendrían problema alguno. Pero eso no tenía importancia respecto a lo que ella sentía o no. El miedo estaba allí y la razón no podía espantarlo.
– Déjeme volver a la ciudad. Ya ha visto que no le he tendido ninguna trampa.
– Basta ya de lloriqueos. -La tomó por el codo y la empujó sendero arriba-. Es de muy mal gusto. Ha sido muy buena, no quiero verme obligado a castigarla.
Ella tomó aire entrecortadamente.
– ¿No le hará daño a Susie? He hecho todo lo que usted me ha dicho.
– Ha tenido un buen comienzo. -La mirada impaciente de Archer estaba clavada en los árboles y su tono era distraído -. No me hable. En este momento usted carece de importancia. Más tarde me ocuparé de usted.
Habían apartado la roca a un lado y Pennig cavaba. Melis y Archer estaban de pie, juntos, a pocos pasos de distancia.
Kelby sabía que ya no contaban con mucho tiempo.
Un hombre en la carretera.
Otro hombre a seis metros del árbol donde se ocultaba Kelby.
Otro más a unos veinte metros al otro lado del claro. Ese era el blanco difícil. Tendrían que eliminar a los hombres de este lado y después abrirse camino hasta el lado opuesto. La cobertura era escasa y el hombre portaba una Uzi. La gente de Archer de este lado del claro sólo llevaba armas cortas.
Kelby aspiró profundamente, se llevó las manos a la boca y emitió el sonido de un búho.
El hombre más cercano a él hizo girar el rayo de su linterna, alumbrando los árboles. Iluminó los ojos amarillos del búho posado en la rama del árbol vecino del de Kelby. El súbito destello de luz hizo que el búho emitiera un grito y abandonara volando la rama.
La linterna se apagó.
Kelby aguardó.
Un minuto.
Dos.
El suave ulular del búho. Otra vez.
Nicholas había eliminado al hombre de la carretera.
Era su turno.
Lanzó la piedra que tenía en la mano a la maleza, varios metros a la izquierda de donde se había detenido el hombre que estaba debajo.
El centinela giró rápidamente y caminó hacia la maleza.
Rápido.
En silencio.
Kelby había bajado del árbol y estaba a menos de un metro del hombre antes de que éste supiera que estaba allí. El hombre comenzó a girar y abrió la boca para avisar.
Demasiado tarde. La cuerda se cerró en torno a su cuello cortando la carne, y sólo un jadeo escapó de sus labios. En pocos segundos estaba muerto.
Kelby dejó caer el cuerpo y ululó tres veces para avisar a Nicholas. Miró hacia Melis y Archer. Pennig había cavado por lo menos medio metro.
Mierda.
Tenía que eliminar a un centinela más, al otro lado del claro, antes de que fuera seguro ir a por Pennig y Archer.
Comenzó a avanzar agachado, rápido, rodeando el claro hacia el hombre con la Uzi.
– Creí que había dicho que estaba a medio metro -dijo Archer-. Estamos a punto de tropezar con él.
– En cualquier momento. -Melis se humedeció los labios. Desde los árboles donde Archer había dispuesto a sus hombres solo llegaba silencio. Eso podía no querer decir nada. O podía ser señal de fracaso-. Solo le he dicho lo que Phil me contó. Phil odiaba el trabajo físico. Me dijo que era una estupidez cavar un agujero profundo cuando teníamos una roca que colocarle encima.
– A mí tampoco me gusta -dijo Pennig entre dientes mientras clavaba profundo la pala-. Si hubiera querido ser excavador, no habría… – Calló -. Creo que he topado con algo.
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