Archer se le acercó.
– Sigue cavando, maldita sea.
– Eso es lo que estoy haciendo.
Se puso a trabajar más deprisa.
Y dejaron de prestarle atención.
Melis retrocedió mínimamente hacia los dos pinos. A continuación dio otros dos pasos.
Los hombres sacaban el cofre y rompían la cerradura.
Retrocedió otros dos pasos.
Tan pronto abrieran el cofre y comenzaran a revisar el contenido, ella se daría la vuelta y echaría a correr.
De los árboles en torno a ellos sólo llegaba silencio.
Se oía únicamente la respiración jadeante de Pennig y Archer mientras abrían la tapa.
– Pero, ¿qué demonios…?
Estaba vacío. Incluso desde donde estaba ella podía ver que el cofre estaba vacío.
Archer maldecía mientras se volvía hacia ella.
Melis echó a correr en zigzag hacia los pinos.
Una bala silbó junto a su oreja.
Otro metro. Se sentía como corriendo a cámara lenta.
Un dolor penetrante en su costado izquierdo. La fuerza de la bala la hizo llegar trastabillando a los pinos.
El revólver. Tenía que coger el revólver. Buscó enloquecida entre los matorrales debajo del árbol.
Archer vomitaba veneno mientras llamaba a gritos a sus hombres.
Una figura oscura a pocos metros de ella. ¿Otro centinela?
¿Dónde estaba el revólver? Había tanta oscuridad allí en las sombras que no podía distinguir nada.
Entonces lo encontró.
Pero el centinela había caído y Kelby estaba encima de él, partiéndole el cuello.
Archer. Tenía que darle a Archer.
No podía verlo. Pero Pennig estaba allí, avanzando hacia ella. Su rostro estaba crispado por la ira.
Melis levantó el arma y apretó el gatillo.
Pennig dio un paso atrás.
Volvió a disparar.
El hombre cayó a tierra.
Kelby se arrodilló junto a ella y le quitó el arma.
Melis dijo que no con la cabeza.
– Archer. Tenemos que atrapar a Archer.
– No, tenemos que parar esa hemorragia. -La mano de Kelby le desabotonaba la camisa-. Maldita sea, te dije que era demasiado arriesgado.
– Archer…
– Cuando llamó a sus hombres y ninguno apareció, salió huyendo. Quizá Nicholas pueda atraparlo, pero llevaba mucha ventaja. Nicholas estaba conmigo, a este lado del claro. -Hablaba con voz ronca mientras improvisaba una compresa y la apretaba sobre la herida-. Tenemos que llevarte a un médico. Te dije que…
– Calla… -Por Dios, estaba mareada-. Deja de repetir que me lo habías dicho. Hubiera funcionado si el cofre no hubiera estado… vacío. No debió de haber estado vacío.
– Esta maldita sangre… -Kelby soltaba tacos para sus adentros-. ¿Dónde demonios está Nicholas? Lo necesito para que mantenga ahí la compresa mientras te llevo al coche. Que Archer se vaya a la mierda. Después nos ocuparemos…
Ella no oyó nada más.
Cortinas a cuadros rojos.
Fue lo primero que vio cuando abrió los ojos. Cortinas a cuadros rojos y un cómodo sillón de piel en el rincón de la habitación.
– ¿Está de vuelta con nosotros? -Un cincuentón que llevaba un jersey de punto le sonrió mientras le levantaba la muñeca para tomarle el pulso -. Soy el doctor González. ¿Cómo se siente?
– Algo mareada.
– Recibió una herida de bala en el costado izquierdo. La bala no tocó ningún órgano vital pero perdió un poco de sangre. -Sonrió-. Aunque no tanta como creyó su amigo, el señor Kelby. Fue grosero y me amenazó. Entró en mi casa gritando e intimidando. Estuve a punto de echarlo. En Cadora no estamos habituados a eso. Es una isla muy pacífica. Por eso me establecí aquí.
– ¿Dónde está?
– Fuera. Le dije que podía quedarse en su coche hasta que usted volviera en sí. Es un hombre muy inquietante.
– Y ésta es una isla muy pacífica – Melis repitió las palabras del hombre -. Tengo que verlo.
– Unos minutos no le harán daño. Le he dado a Kelby antibióticos para usted, pero si ve señales de infección acuda directamente a un médico. -Hizo una pausa-. ¿Sabe que tengo que informar sobre esta herida de bala?
– No me importa. Haga lo que deba hacer. ¿Qué hora es?
– Son más de las tres de la madrugada.
Y había sido herida alrededor de la medianoche.
– ¿Estuve tres horas sin conocimiento?
– Iba y venía, pero le di un sedante para limpiar y coser la herida.
Archer.
Y tres horas era demasiado tiempo.
– Necesito de veras ver a Kelby, doctor. El médico se encogió de hombros.
– Si insiste. Aunque odio satisfacer ninguna de sus exigencias. Debe aprender a ser paciente. -Caminó hacia la puerta-. No deje que la altere.
Ya estaba alterada. Esa noche había matado a un hombre, estaba totalmente desconcertada a causa del cofre vacío y no sabía que le había ocurrido a Archer.
El cofre. Trata de pensar qué ha pasado con los papeles de la investigación.
Pero la pregunta que le había hecho a Kelby cuando entró en la consulta fue:
– ¿Y Archer?
– Debí darme cuenta de que ese sería tu primer pensamiento. -Negó con la cabeza-. Cuando Nicholas llegó a la carretera ya estaba en el coche y acelerando.
– Entonces, no sirvió para nada. -Melis cerró los ojos mientras el desencanto se apoderaba de ella-. He arriesgado las vidas de todos nosotros y él todavía está vivo.
– No será por mucho tiempo -dijo Kelby, sombrío -. Tendremos nuestra oportunidad. No puede meterse en un agujero. Estará loco de furia y querrá vengarse de nosotros. Eliminamos a cuatro cerdos que apestaban el ambiente.
Melis abrió mucho los ojos.
– ¿Tendremos problemas con la ley?
– No lo creo. Las autoridades españolas son muy duras con los traficantes de armas que tratan con terroristas, como hace Archer. He llamado a Wilson a Madrid para que venga aquí a entregar informes y fotografías y a hacernos la vida más llevadera. Por supuesto, no va a decirles que hemos tenido algo que ver en todo eso. Pero apuesto a que cuando descubran la clase de escoria que yace en la ladera de esa montaña buscarán la manera de olvidarse de su existencia. -Sonrió con gesto malévolo -. Porque ésta es una isla muy «pacífica».
– El doctor González parece muy buena persona.
– Apenas conversamos pero sabe lo que hace. Dice que puedo llevarte conmigo si prometes reposar los próximos dos días. Supongo que no querrás quedarte aquí.
Ella dijo que no con la cabeza.
– ¿Me ayudas a levantarme? -Se miró -. ¿Dónde está mi camisa?
– Demasiado ensangrentada para conservarla. -Se quitó su camisa negra-. Ponte esto. -La ayudó a sentarse y le metió con cuidado los brazos por las mangas -. ¿Estás bien?
La habitación le daba vueltas y su costado latía dolorosamente.
– Sí.
– Mentirosa. -La tomó en brazos y la llevó hacia la puerta-. Pero cuando te lleve a casa estarás mejor.
¿A casa? Oh, si, el Trina. Ésa era la casa de Kelby, y en los últimos días también había sido la suya. Qué extraño…
– ¿Peso mucho? Puedo andar.
– Sé que puedes. Pero soy partidario de la eficiencia. Así es más rápido. -Se detuvo ante la puerta al ver al doctor González, y dijo con brusquedad -: Me la llevo. Gracias por su trabajo.
– Gracias por marcharse. -González miró a Melis y le sonrió-. No se quite los puntos y manténgase alejada de personas violentas como ese Kelby. No son buenas para usted.
La última frase fue para la espalda de Kelby, que pasó a un lado del médico en dirección al coche aparcado en el camino de gravilla. Nicholas salió de un salto y abrió la puerta trasera.
– ¿Por qué no te estiras? Podrías echar una siesta.
Melis rechazó la idea con un gesto de la cabeza mientras Kelby la colocaba con cuidado en el asiento trasero. No quería dormir. Había algo que no encajaba y tenía que pensar.
Читать дальше