– No están aquí -dijo ella, moviendo la cabeza de un lado a otro -. Pero estarán. Sólo debo tener paciencia.
A mediodía los delfines no habían regresado aún.
Tampoco habían aparecido a las dos y media.
A las tres y quince, a metro y medio de donde Melis estaba de pie junto a la borda, se levantó un estallido de agua.
– Pete
Emitió un sonido rápido y muy alto mientras retrocedía parado sobre la cola, y después se zambulló en el mar.
– ¿Dónde está Susie? -Kelby había corrido hasta llegar junto a Melis -. No la veo.
Melis tampoco. Pero Pete no la dejaría sola.
– Allí. – Nicholas estaba al otro lado del barco-. Eso allá fuera, ¿es un tiburón o un delfín?
Melis corrió hacia la borda. Una aleta dorsal se dirigía hacia ellos, una dorsal con una V en el centro.
– Susie.
La cabeza de Susie salió del agua y el delfín hembra comenzó a hacer ruidos furiosamente a Melis como si intentara contarle lo que le había ocurrido.
Enseguida Pete acudió a su lado y comenzó a empujarla hacia el barco.
– Ya era hora de que volvieran. Llevo esperando… -Melis se cortó -. Está herida. Mírale la aleta dorsal. -Saltó del barco y se zambulló. Cuando su cabeza salió a la superficie, llamó a la delfín hembra-. Acércate, Susie.
– ¿Qué demonios haces? -preguntó Kelby-. Vuelve a bordo y ponte un bañador.
– Primero quiero echar un vistazo para saber si tenemos que sacarla del agua. Si sangra, eso atraerá a los tiburones.
– Y tú serás su cena.
– Shhh, estoy ocupada. -Melis examinó el lomo -. Si hubo hemorragia, ya se detuvo. Creo que está bien. -Nadó en torno a Susie, examinándola-. No hay otras heridas. -Palmeó el hocico de Susie-. ¿Ves lo que pasa cuando uno se va de juerga al pueblo?
Kelby le lanzó una cuerda.
– Sal del agua.
Melis acarició el morro de Pete, después agarró la cuerda y se dirigió a la escala.
– Nicholas, ¿podrías echarles un poco de pescado?
– Ahora mismo.
Cuando ella llegó a cubierta, Nicholas les tiraba arenques al agua. Melis tomó la toalla que Kelby le tendió y permaneció allí de pie, secándose, mientras contemplaba cómo Pete y Susie devoraban el pescado. No podía dejar de sonreír.
– Qué bien que hayan vuelto -dijo Kelby-. Nunca imaginé que pudiera tomarle tanto cariño a una pareja de delfines. Comenzaba a sentirme como el padre de unos adolescentes revoltosos.
– Un buen concepto. -Melis volvió a recostarse en el pasamanos y permaneció allí, contemplando a Pete y Susie-. Quizá tuvieron razones para ser revoltosos. Creo que lo que tiene Susie en el lomo es una abrasión, no una mordida.
– ¿Y qué significa eso?
– Otros delfines a menudo manifiestan su desagrado frotándose contra los invasores. No son delicados. Existe la posibilidad de que Pete y Susie no fueran recibidos con entusiasmo. Puede haber tenido que resolver problemas de interacción antes de que se sintieran cómodos para abandonar el grupo.
– Están aquí ahora. -La mirada de Kelby se levantó hacia el cielo -. Pero sólo disponen de cuatro o cinco horas antes del crepúsculo. ¿Volverán a marcharse?
– Creo que sí. A no ser que lo pasaran realmente mal y tuvieran miedo. Pero no parecen asustados. Se ven muy normales. Y si volvieron una vez, volverán de nuevo.
– ¿Cómo lo sabes?
– Ellos recuerdan el patrón que conformamos hace seis años.
– Y tú les gustas -dijo Nicholas por encima del hombro.
Melis sonrió.
– Sí, diablos, les gusto.
– ¿Qué hacemos ahora? -preguntó Kelby.
– Tan pronto Nicholas termine de alimentarlos, me pondré el bañador y los dejaré que se acostumbren a nadar conmigo en estas aguas.
– He dicho «haremos». Van a tener que acostumbrarse a tenerme a mí también en el agua. -Levantó la mano cuando ella intentó protestar-. No voy a comportarme como Lontana, no voy a acosarlos. Tú eres la que mandas. Pero sabes perfectamente que es peligroso nadar sin compañero.
– Tengo dos compañeros.
– Bien, ahora tienes tres. Y yo seré el que lleve el fusil contra tiburones. -Se volvió y echó a andar hacia los camarotes -. Iré a ponerme el bañador mientras discutes con Pete y Susie y les dices que sean buenos conmigo.
Poco antes de la puesta del sol Kelby le tendió la mano a Melis para ayudarla a subir a bordo del Trina.
– No se han alejado mucho del barco. -Se quitó las gafas-. Quizá tienen miedo.
– Pronto lo sabremos. -Melis se despojó del tanque de aire comprimido y fue hasta el pasamanos. Pete y Susie seguían jugando en el mar-. No podría haber tenido mejor compañero allá abajo. Eres muy bueno en el agua, Kelby.
– ¿Qué esperabas? Esto es lo que hago para vivir. Ella sonrió.
– ¿Además de recortar cupones?
– Eso lo hace Wilson para mí. -Miró a los delfines-. Me sentí muy raro allá abajo con ellos. Es su mundo. Uno se siente algo así como inadecuado.
– ¿Cómo crees que se sienten ellos cuando están en una playa? -Melis negó con la cabeza-. Sólo que, para ellos, es cuestión de vida o muerte.
– Para nosotros, en sus dominios, también podría ser cuestión de vida o muerte, pero tenemos todos los aparatos para mantenernos vivos.
– A no ser que algo no funcione. Entonces podríamos congelarnos y morir en pocos minutos. Sus cuerpos se limitan a hacer los ajustes para aportarles más calor. Están muy bien preparados para la vida en el mar. Es casi increíble que tengan su origen en tierra. Cada parte de su cuerpo es… Ahí van.
Los delfines se zambulleron y mientras se alejaban sólo se distinguía un destello plateado mate.
No tenía sentido quedarse allí, mirando cómo se alejaban.
– Eso es. -Se volvió y echó a andar hacia los camarotes-. Tengo que quitarme el bañador y darme una ducha.
– ¿No quieres ver primero la imagen del sonar? Melis se detuvo.
– ¿Qué?
Kelby señaló un bulto informe cubierto de lona embreada, en el centro de la cubierta.
– Le dije a Nicholas que fuera con la tripulación a traerlo de la bodega. No estaba seguro de que Pete y Susie colaboraran con nosotros. Es de lo mejor que hay.
De repente, él le recordó a un niño ansioso.
– Muéstramelo, por favor.
Kelby retiró la lona del largo equipo pintado de amarillo.
– Es la última tecnología. Mira, se ata a la popa del barco y lo arrastramos. Las ondas de sonido rebotan en el fondo oceánico, se miden y se transfieren gráficamente a la máquina. Puede decirnos incluso lo que hay a varios metros bajo el fondo. Es más sofisticada que la que usaron en Helike. A aquella la llamaban el pez, pero a esta la bautizaron…
– ¿El pájaro dodo?
Kelby frunció el entrecejo.
– Dynojet. ¿Y por qué demonios te ríes?
– Porque es muy divertido. Esas extensiones a los lados parecen alitas. -Fue hasta la cabeza del captador de imágenes y comenzó a reír de nuevo-. ¡Oh, Dios mío!
– ¿Qué pasa? -Kelby la siguió para examinar la cabeza. Masculló un taco-. Voy a matar a Nicholas.
Habían pintado un ojo a cada lado de la cabeza, con pestañas y todo.
– ¿Estás seguro de que fue Nicholas?
– ¿Y quién otro sería capaz de ultrajar un equipo tan bueno como éste?
– En eso tienes razón. Parece un pelícano o un pájaro de dibujos animados.
Kelby hizo una mueca.
– Puede que sí. Pero los dodos se extinguieron, y ésta es la última tecnología.
– Creo que ya lo has dicho -declaró ella con solemnidad-. Lo siento, le he puesto el nombre de lo que veía. -Kelby parecía presa de tal desencanto que Melis añadió-: Pero tu dodo tiene un color hermoso, alegre.
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