– Gracias. -Se sentó y estiró la mano para tomar la taza- ¿Qué hora es?
– Algo más de las diez. -Kelby se dejó caer en la silla con su propia taza de café en la mano -. Dormías como un tronco. Creo que lo necesitabas.
– Yo también. -Melis no recordaba nada desde el momento en que se había quedado dormida-. ¿Cuánto tiempo llevas levantado? -Varias horas. Tenía que arreglar unos asuntos.
– ¿Qué arreglos? ¿Zarpamos?
– Tuve que ocuparme de algunas otras cosas. -Tomó un sorbo de café-. Hablé con Cal en el hospital y conseguí el nombre de un pariente de Gary. Tiene una hermana en Key West. La llamé y le comuniqué la noticia. Quiere que le enviemos el cadáver para el funeral. Wilson viene hacia aquí, él se ocupará de los detalles.
– Iba a hacerlo yo.
– Eso pensé, pero cuando se trata de detalles Wilson es el mejor.
– Gary era mi amigo, Kelby.
– Exactamente. Por eso no puedo imaginármelo con ganas de causarte más estrés. Dios es testigo de que has tenido suficiente. -Prosiguió -: Llamé al teniente Lorenzo y va a mandar un coche policial para recogerte a las once. Dijo que estarías libre hacia las dos y que te devolvería al barco con una escolta policial. -Bebió otro poco de café-. Debemos estar listos para zarpar a las cinco. ¿Cómo liberamos a los delfines?
– Sal mar adentro, yo acercaré la gabarra al tanque. Abrimos la puerta que da al mar y dejamos que salgan los delfines. Estarán algo confusos pero les hablaré y espero que sigan la gabarra hasta el barco. A los delfines habitualmente les encanta saltar y nadar en la estela de los barcos.
– ¿Esperas que te sigan?
– Podrían largarse. Les he colocado transmisores, si se van es probable que pueda encontrarlos de nuevo.
– Esperas, es probable. -La mirada del hombre se clavó en el rostro de Melis -. Tienes miedo de perderlos.
– Tienes toda la razón, tengo miedo. Tengo miedo de que se desorienten y terminen en las redes de algún pesquero. Tengo miedo de que se den cuenta de que están en casa y se vayan a donde esté su familia. Tengo miedo de que Archer esté oculto allá fuera en algún sitio, listo para clavarles un arpón. Tengo que mantenerlos cerca del barco y no estoy segura de que pueda hacerme entender.
– Pero crees que podrás.
– Si no lo creyera, no los habría traído. Confío más en su instinto que en cualquier tipo de comunicación. Te dije que a veces pienso que ellos me leen la mente. Espero que en esta ocasión sea así. -Dejó su taza sobre la mesa de noche-. Quiero controlar a los delfines antes de ir a la comisaría. -Puso los pies en el suelo-. Van a tener otro día de mucho estrés y tengo que cerciorarme de que están preparados para ello. -Echó a andar hacia el baño pero se detuvo un momento en la puerta y se volvió a mirarlo-. Gracias por llamar a la hermana de Gary. Hubiera sido algo muy duro para mí.
– Tampoco me resultó fácil. Pero había que hacerlo y no quería que tú te ocuparas de eso. -Sus labios se tensaron-. Espero que sea la última vez que tengamos que afrontar el cumplimiento de semejante deber. -Se puso de pie-. Tengo que darle algunas órdenes a la tripulación y después me reuniré contigo en la plancha.
– ¿Vas a venir conmigo?
– A todas partes. Cada minuto. No dejaré que estés fuera de mi vista salvo cuando vayas a la policía. Anoche aprendí la lección. No delegar nunca.
– Pero entonces hubieras sido tú el que hubiera recibido la bala en la frente.
Melis se puso rígida al visualizar aquel pensamiento.
– Tengo más experiencia de guerrilla que la que tenía Gary. Yo hubiera estado alerta. Te veré en cubierta.
Se quedó allí de pie después de que la puerta se cerró detrás de él. De repente el pánico la sumió en un frío gélido. Nunca había imaginado que alguien pudiera hacerle daño a Kelby. Era demasiado seguro, demasiado duro, demasiado vivo.
Kelby herido de un disparo.
Dios, Kelby muerto.
La puerta del tanque estaba abierta.
Melis contuvo el aliento y esperó a que Pete y Susie lo descubrieran.
Un minuto. Dos. Tres.
De repente, el morro de Susie apareció en la abertura. – Chica buena -la llamó Melis-. Vamos, Susie. Susie estalló en una sonata de cloqueos mientras nadaba hacia la gabarra.
– Pete.
Ni rastro de Pete.
Melis se llevó el silbato a los labios y sopló suavemente.
Ni rastro de Pete.
Sopló con más fuerza.
– Maldita sea, Pete, deja de ser tan terco. Sal de ahí.
Su morro en forma de pico de botella apareció en la abertura pero no avanzó más.
Susie emitió sonidos, nerviosa.
– Se está alterando -dijo Melis -. Te necesita.
Pete vaciló, pero cuando los sonidos de Susie aumentaron de volumen salió nadando del tanque hacia la gabarra.
– Y que digan que es difícil convencerlo. -Melis encendió el motor-. Vamos, acerquémonos al barco.
¿La seguirían o tomarían su propio camino? En los minutos siguientes Melis miró hacia atrás varias veces. La seguían. Hasta ese momento todo iba bien.
¡No, habían desaparecido!
Suspiró con alivio al ver dos cuerpos plateados emerger del agua dando un enorme salto. Los delfines se habían limitado a zambullirse bien profundo antes del salto. Estaban flexionando sus músculos y probando su talento tras el largo encarcelamiento en el tanque.
El Trina se encontraba directamente delante y podía ver a Kelby y a Nicholas Lyons de pie sobre cubierta.
– ¿Funciona? -le gritó Kelby. Ella asintió.
– Me siguen. Costó algo sacarlos del tanque. Ahora mismo Pete no confía en nadie. Ha sufrido lo suyo.
– No lo culpo -dijo Nicholas -. ¿Qué podemos hacer?
– Nada. Subiré a bordo y les daré de comer. No iremos a ninguna parte hasta que ellos se habitúen a la idea de que yo estoy en el barco y que allí es donde me encontrarán. -Miró por encima del hombro. Los delfines seguían saltando y jugando detrás de ella. Llevó la gabarra hasta la popa del barco-. Tirad la escala para que suba a bordo mientras están distraídos. No quiero que se pongan ansiosos.
– Te he he traído un emparedado. – Kelby se sentó al lado de Melis en la cubierta-. A Billy le preocupaba que rechazaras su cena.
– Gracias. -Mordió el emparedado de jamón mientras sus ojos no se apartaban de Pete y Susie-. No quiero abandonarlos. Éste es un momento crítico. Tienen que habituarse a la idea de que estoy en el barco.
– ¿Y lo harán?
– Eso creo. Están cerca y juegan en torno al Trina igual que lo hacían con el Ultimo hogar todos estos años. -Hizo una pausa-. Pero al ponerse el sol deberían dejarme e ir al lugar que consideran su casa. Es casi medianoche y todavía no se han apartado de mí.
– ¿Eso es bueno?
– No lo sé. Pueden percibir que aún no están en sus aguas natales. Casi tengo la esperanza de que no se marchen. No tengo la menor idea de qué pasaría si intentan buscar su grupo familiar y no lo encuentran.
– Si se quedan esta noche aquí, ¿podemos poner en marcha los motores al amanecer?
– Sí, pero tendremos que viajar muy despacio. Quiero hablarles. Necesitan oír mi voz. -Melis se terminó el emparedado -. Parece que ya se han orientado de nuevo hacia mar abierto, pero tienen que vincular eso conmigo. Tengo que formar parte del cuadro general.
– No parece que hayan perdido su afecto por ti. -Hizo una pausa-. ¿Archer no te ha llamado?
– No, quizá se esconde tras todo el alboroto de la policía por el asesinato de Gary.
– Yo no contaría con que eso durara mucho.
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