– No cuento con nada. Simplemente agradezco todo respiro que pueda sacarle. Tengo que concentrarme en Pete y Susie.
– Sin la menor duda. -Se quitó el chubasquero y lo dobló, formando una almohada-. Si vas a quedarte aquí toda la noche, debes de estar cómoda. -Puso el bulto sobre cubierta y se incorporó-. Te seguiré trayendo café y emparedados.
– No tienes por qué hacerlo.
– Claro que sí. -Se inclinó sobre la borda y miró a los delfines-. Por dios, puedo ver cómo brillan sus ojos en la oscuridad. Nunca me había dado cuenta de eso. Parecen ojos de gato.
– Son más brillantes que los de los gatos. Tienen que funcionar en las profundidades y trabajar con niveles de iluminación bajo la superficie que serían dañinos para los seres humanos.
– Dijiste que el concepto de Flipper no tenía sentido, que ellos son extraños. Pero los miro y todo lo que veo es un par de mamíferos bellos y simpáticos. ¿En qué sentido son extraños?
– En muchos sentidos. Su potencial auditivo es asombroso. Su rango de frecuencias es diez veces mayor que el nuestro. Pueden obtener imágenes tridimensionales con su ecolocación y las procesan más deprisa que cualquier ordenador.
– Eso si es muy extraño.
– Carecen del sentido del olfato. Se tragan los alimentos enteros, por lo que el sentido del gusto no es importante.
– ¿El tacto?
– Para ellos, el tacto es primordial. Pasan quizá el treinta por ciento de su tiempo en contacto físico con otros delfines. No tienen manos, por lo que utilizan todas las partes del cuerpo para acariciar, investigar o llevar cosas de un lado a otro. – Sonrió -. Ya los has visto jugar.
– Me he dado cuenta de que se frotan y acarician mutuamente. Pero eso los hace ser más humanos que extraños.
Melis asintió.
– Pero existe otra diferencia. No creemos que duerman. Si lo hacen, es sólo con la mitad del cerebro. Y un científico ruso registró su REM y no sueñan. -Echó de nuevo una mirada hacia Pete y Susie-. Para mí, eso es lo más extraño. No sueñan. -Se encogió de hombros -. Por supuesto, podría ser una bendición.
– O podría ser la razón por la que no han vuelto a la tierra de donde salieron y se hayan apoderado de ella. Uno no puede conseguir muchas cosas sin un sueño.
– Quizá tienen otra manera de soñar. El funcionamiento de la mente de los delfines es un misterio para nosotros. -Hizo una pausa-. Pero es un misterio maravilloso. ¿Sabes que hay un sitio en el Mar Negro donde llevan a los niños con traumas y desórdenes mentales a que jueguen con delfines? Se han registrado ciertos progresos clínicos y al menos los niños están calmados y alegres cuando se marchan. Pero lo más interesante es que, al final del día, los delfines están malhumorados y desorientados. Es como si se hubieran apropiado de las perturbaciones de los niños regalándoles su propia serenidad.
– Esa idea es bastante exagerada.
Melis asintió.
– Hay mucho escepticismo con respecto a ese programa.
– Pero tú crees en él.
– Sé lo que hicieron por mí. Cuando llegue a Chile y vi a los delfines por primera vez, no había nadie tan perturbado como yo.
– ¿Y te trajeron la paz? Ella sonrió.
– ¿Recuerdas que te dije eso?
– Recuerdo todo lo que me has dicho. -Echó a caminar por la cubierta-. Te veré dentro de una hora, te traeré café recién hecho.
Ella lo contempló alejarse antes de tenderse sobre cubierta y acomodar la cabeza sobre la chaqueta del hombre. Olía a cal, a aire salado, a almizcle, y aún conservaba el calor de su cuerpo. Los olores eran vagamente reconfortantes y su mirada regresó a los delfines.
– Estoy aquí, chicos -les habló -. Nadie va a haceros daño. Sé que es algo extraño, pero tenemos que pasar por todo esto.
Sigue hablando. Déjalos que te oigan y te identifiquen. Sigue hablando.
Pusieron en marcha los motores a las seis y media de la mañana siguiente. Les dieron una hora a los delfines para acostumbrarse al sonido y la vibración, y a continuación el Trina comenzó a moverse lentamente hacia el este.
Las manos de Melis se aferraban al pasamanos. Pete y Susie no se habían movido de la zona donde habían estado nadando.
– Venid, nos vamos.
No le hicieron el menor caso.
Sopló su silbato.
Pete vaciló un instante y después echó a nadar en dirección contraria. Susie los guió de inmediato.
– ¡Pete, regresa aquí!
El delfín desapareció bajo el agua.
– ¿Detengo la máquina? -preguntó Kelby. -Aún no.
Susie también había desaparecido en pos de Pete hacia lo profundo.
¿Y si la habían abandonado? ¿Y si habían tomado la decisión de…?
De repente, la cabeza de Pete rompió la superficie a un metro del sitio donde ella estaba de pie sobre cubierta. Soltó una risita divertida mientras ascendía y cayó de vuelta al agua muy erguido.
El alivio la hizo sentir el cuerpo flojo.
– Bien, muy divertido. ¿Dónde está Susie?
El morro de botella de Susie apareció junto a Pete. Cloqueó de forma estridente mientras intentaba imitar al macho.
– Sí, sois fascinantes. El número ha terminado -dio Melis-. Nos vamos.
Y la siguieron. Cortando el agua detrás del Trina. Jugando y cabalgando las olas.
– ¿Podemos irnos? -preguntó Kelby.
– Podemos irnos -murmuró Melis-. Dales otra hora y podrás aumentar la velocidad.
– Bien. De otra manera nos tomaría una semana llegar a Cadora. -Miró a los delfines que saltaban en la estela-. Dios, qué bellos son. Me hacen sentirme de nuevo como un niño.
Ella también estaba eufórica. Sólo que su alegría tenía una gran dosis de alivio.
– También ellos se sienten como niños. Pete me gastó una broma.
– ¿Todavía tienes que hablarles?
– Sólo por seguridad. Pero si siguen saltando no me prestarán la menor atención. ¿Cuánto nos falta para llegar a Cadora?
– Depende de los delfines. -Se volvió y echó a andar hacia el puente de mando -. No llegaremos hasta poco antes del crepúsculo.
De repente todo el alivio desapareció.
El sol se pondría en las aguas natales de Pete y Susie. El instinto y la memoria genética entrarían en el juego.
¿La abandonarían?
Cadora apareció, oscura y montañosa, contra el cielo color rosado y lavanda. El sol se ponía en un estallido de feroz gloria.
Pete y Susie aún nadaban por las cercanías, aunque Kelby había parado la máquina.
– ¿Y ahora, qué? -preguntó Kelby.
– Ahora vamos a esperar. -Melis se inclinó sobre la borda sin quitarle la vista a los delfines -. Ahora es vuestro turno, chicos. Os he traído a casa. Tenéis que decidir.
– Ha pasado mucho tiempo. Quizá no se dan cuenta de que están en casa.
– Creo que sí. Desde que tuvimos la isla a la vista dejaron de jugar y se volvieron más tranquilos.
– ¿Miedo?
– Inquietud. No están seguros de lo que tienen que hacer. -Ella tampoco lo sabía. No se había sentido tan indefensa desde aquel momento, años atrás, cuando vio a los delfines atrapados en las redes cerca de Lanzarote-. Está bien -gritó-. Haced lo que tengáis que hacer. No hay problemas conmigo.
– Ellos no te entienden, ¿verdad?
– ¿Cómo voy a saberlo? Los científicos debaten el tema constantemente. A veces creo que me entienden. Quizá no procesan la información de la misma manera que nosotros, pero pueden ser sensibles al tono. Te dije que su oído es agudísimo.
– Me he dado cuenta.
Pete y Susie nadaban lentamente en torno al barco.
– ¿Qué hacen?
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