– Eso es verdad. Pero, ¿si no tuviéramos Marinth? ¿Y si lo único que queda de la ciudad son esas tablillas?
– Primero Marinth. -Ella se volvió para mirarlo a la cara -. Ahora no hables más de eso, Kelby. Hay algo importante que quiero preguntarte.
– Estoy más que impaciente.
– No seas sarcástico. -Melis se humedeció los labios -. ¿Me dejarías ir a la cama contigo?
El se quedó inmóvil.
– ¿Ahora?
Ella asintió con fuerza.
– Sí no te importa.
– Demonios, no. No me importa. A estas alturas deberías saberlo. Sólo siento curiosidad. Después de esa llamada de Archer no pensaría estar en el primer lugar de tu agenda.
– No lo entiendes. Es tan asqueroso, me hace sentirme tan sucia. Eso me asfixia. -Ella intentó sonreír -. Pero eso es mentira. Yo no soy sucia. No me siento sucia contigo. Tú eres limpio, Kelby. Contigo todo es natural y correcto. Me siento como cuando nado con los delfines. Necesito sentir eso en este momento.
Kelby la miró un instante; después estiró la mano y le acarició la mejilla.
– No hay nada que a un hombre le guste tanto como que lo comparen con una fría zambullida en el océano con un par de mamíferos acuáticos.
– Son unos mamíferos muy especiales -dijo ella, con voz quebrada-. Y no será nada frío. Yo no seré fría. -Melis se le acercó un paso y reclinó la cabeza sobre el pecho del hombre -. Lo prometo.
Se está acercando, Pennig. -Archer sonrió mientras contemplaba el horizonte-. Creo que pronto la tendré.
– Bien -dijo Pennig con rencor-. Quiero verla destrozada.
– La verás. Como recompensa por esa herida, te dejaré que la visites en el burdel al que la venderé. No hay nada como la dominación para hacer más dulce el castigo.
– No quiero follármela. La quiero muerta.
– No tienes imaginación. La muerte no es lo primero, es lo último. – Inclinó la cabeza, regodeándose-. Pero ella podría estar sintiéndose más segura de lo necesario. La asusté cuando amenacé a los delfines, pero tenemos que mantener la presión. En realidad, estuvo muy insultante. Eso me irritó. Creo que deberíamos demostrarle que no puede hacer eso.
– ¿Cómo? Agarró el teléfono.
– Cerciorándonos de que sepa que no existe un lugar en la tierra o en el mar donde esté a salvo de mí…
Melis dormía aún.
Kelby salió de la cama con mucho cuidado, en silencio, y se vistió enseguida.
Hizo una pausa junto a la puerta. Ella no se había movido. No era habitual que durmiera tan profundamente. Por lo general se levantaba al amanecer y comenzaba a trajinar con una vitalidad incansable. Ahora parecía una niñita cansada, despeinada y tibia, tan bella que cuando la miraba se le hacía un nudo en la garganta.
Entonces, no la mires. Tenía cosas que hacer.
Se volvió y abandonó el camarote.
Encontró a Nicholas en cubierta. Fue directo al grano.
– Archer tiene a un hombre tan cerca que sabe que hemos soltado a los delfines. Ha amenazado con matarlos -le informó a Nicholas-. Tenemos que saber dónde está y asegurarnos de que no se acerque más.
– El océano es grande -sonrió Nicholas -. Pero yo soy un hombre grande. Eres listo por haber seleccionado a alguien tan excepcional para este trabajo. -Su sonrisa desapareció -. ¿Llamó a Melis?
– Anoche.
– Hijo de puta. Tenemos que hacer algo con ese cabrón… y pronto.
Kelby asintió.
– Lo mismo pienso yo. No sólo tenemos que encontrar al centinela, sino también el barco madre. Y de la manera más discreta posible. No quiero que Archer sepa que nos estamos acercando.
– ¿Crees que está en el Jolie Filie?
– Si está acechando a Melis eso tiene sentido. Wilson dijo que su barco había salido de Marsella antes de que zarpáramos de Isla Lontana.
– ¿Y vamos a abordar el Jolie Filie?
– Probablemente.
Nicholas sonrió.
– Gracias a Dios por los pequeños favores. Ahora esto se ha convertido en un juego de hombres. Estaba cansado de hacer de canguro a los delfines.
– Todos estamos haciendo de canguro a los delfines. -Echó una mirada a Pete que acababa de aparecer en la superficie-. Esperemos que nos devuelvan el favor cuando Melis y yo estemos a cuarenta metros bajo el agua.
Melis pensó que probablemente los delfines estuvieran jugando con ella. Al principio parecían tener un propósito pero durante la última hora habían nadado a través de cavernas, en torno a rocas y arrecifes de coral. Podía haber jurado que estaban jugando al escondite.
Kelby nadó hacia ella y con un gesto le dijo que debían salir a la superficie.
Negó con la cabeza y nadó en pos de Pete. Un intento más. Los delfines los habían llevado más lejos del barco que en cualquiera de los tres días anteriores. Allí el agua estaba más turbia a corta distancia. Era difícil ver a Susie, que nadaba delante de Pete. Los delfines desaparecieron tras una enorme roca.
Melis rodeó el peñasco.
Ni Pete ni Susie.
Kelby nadó delante de ella y apuntó hacia arriba con el pulgar. Estaba claramente exasperado.
Bueno, ella también, pero no se rendiría hasta que intentara localizar a los delfines una vez más. Kelby sólo tenía que ser paciente hasta que ella tuviera su oportunidad.
Le hizo el gesto universal de rechazo con un solo dedo y lo rodeó nadando. Cinco minutos después aún no había visto a Pete o a Susie.
Eso era todo.
Le hizo una señal a Kelby de que ascendía y comenzó el lento viaje hacia la superficie.
Se puso tensa cuando algo se frotó contra su pierna. Miró hacia abajo y vio una aleta dorsal que se apartaba de ella. ¿Susie?
Kelby estaba detrás de ella con el fusil contra tiburones en la mano. Negó con la cabeza, como si le hubiera leído el pensamiento. No era un tiburón. Con la mano hizo el gesto de algo nadando
Un delfín. Pero no se trataba de Susie o Pete. A través del agua turbia pudo ver que aquel mamífero era más grande que cualquiera de los dos y que nadaba en dirección a…
Dios mío.
Delfines, centenares de ellos. Nunca había visto un grupo tan grande.
Kelby le hacía señales, preguntándole si quería quedarse a investigar.
Ella dudó un instante y después le dijo que no con la cabeza. Siguió ascendiendo. Salió a la superficie unos minutos después y le hizo un gesto con la mano a Nicholas, que estaba a corta distancia en la gabarra. El hombre le respondió el gesto y aceleró hacia ella.
– ¿Dónde está Kelby? -preguntó cuando se detuvo junto Melis.
Eso mismo se estaba preguntando ella.
– No lo sé. Estaba detrás de mí.
Kelby no emergió antes de que pasaran otros dos minutos.
Ella suspiró aliviada.
– Vaya compañero -dijo, mientras Nicholas tiraba de ella para meterla en el bote.
– Quería verlos de cerca -dijo Kelby mientras trepaba a la gabarra-. Son grandes, muy grandes. ¿Los machos son más grandes que las hembras? ¿Sería posible que todos fueran machos?
– Un grupo tan grande, no. Los machos viajan formando subgrupos cuando han dejado a sus madres, y estaríamos hablando de un grupo de más de cien machos.
Kelby se encogió de hombros.
– Quizá me equivoqué. No quería estar tanto tiempo apartado de ti.
– O quizá tenías razón. -Al pensar en eso pudo sentir como despertaba su entusiasmo-. Si los grupos de subadultos son tan grandes, ¿puedes imaginarte cuántos delfines hay allá abajo?
– ¿Por qué no quisiste quedarte para contarlos?
– Los machos pueden ser agresivos. Podrían haber sentido alarma y se agruparían para atacarnos.
– ¿Por qué no han salido a la superficie?
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