– Cuénteme qué ocurrió -le pedí-. Cuénteme todo lo que recuerde.
– Yo estaba durmiendo -explicó Dogger-. Oí voces…, voces muy fuertes. Me levanté y me dirigí al estudio del coronel. Vi a alguien en el vestíbulo.
– Era yo -le dije-. Yo estaba en el vestíbulo.
– Era usted -dijo-. Usted estaba en el vestíbulo.
– Sí. Y usted me dijo que me largara.
– ¿Sí?
Dogger parecía perplejo.
– Sí, me dijo que volviera a la cama.
– Salió un hombre del estudio -prosiguió Dogger de repente-. Me oculté detrás del reloj y pasó frente a mí. Si hubiera alargado un brazo, lo habría tocado.
Estaba claro que había dado un salto en el tiempo hasta un momento en que yo ya había vuelto a la cama.
– Pero no lo… no lo tocó usted, ¿verdad?
– No, entonces no. Lo seguí hasta el jardín. No me vio. Me quedé pegado al muro, detrás del invernadero. El hombre estaba junto a los pepinos… comiendo algo… Estaba nervioso…, hablaba solo…, un lenguaje obsceno… No parecía darse cuenta de que se había apartado del camino. Y entonces estallaron los fuegos artificiales.
– ¿Fuegos artificiales? -le pregunté.
– Sí, ya sabe usted, girándulas, cohetes y todo eso. Supuse que había una feria en el pueblo. Estamos en junio, y en junio suelen celebrar una feria.
No se había celebrado ninguna feria, de eso estaba segura. Antes recorrería todo el Amazonas con unas zapatillas de tenis rotas que perderme un tiro al blanco o la oportunidad de atiborrarme de bollos de frutos secos o fresas con nata. No, yo estaba muy al día de las fechas de las ferias.
– ¿Y qué pasó entonces? -le pregunté.
Ya nos ocuparíamos más tarde de los detalles.
– Supongo que me quedé dormido -dijo Dogger-. Cuando me desperté, estaba tendido sobre la hierba, que estaba húmeda. Me levanté y me fui a la cama. No me encontraba bien.
Supongo que tuve uno de esos ataques míos. No me acuerdo.
– ¿Y cree usted que, durante ese ataque suyo, pudo matar a Horace Bonepenny?
Dogger asintió con aire triste y se tocó la parte posterior de la cabeza.
– ¿Quién más había allí? -preguntó.
¿Quién más había allí? ¿Dónde había oído eso antes? ¡Claro! ¿Acaso el inspector Hewitt no había utilizado esas mismas palabras pero referidas a papá?
– Baje la cabeza, Dogger -le pedí.
– Lo siento, señorita Flavia. Si maté a alguien, no era mi intención.
– Incline la cabeza.
Dogger se hundió en el sillón y se inclinó hacia adelante. Cuando le aparté el cuello de la camisa, dio un respingo. En la nuca, en la zona posterior e inferior de la oreja, tenía un formidable y oscuro cardenal con la forma y el tamaño del tacón de una bota. Se encogió de nuevo cuando se lo toqué.
Se me escapó un silbido.
– ¿Fuegos artificiales, dice usted? -le pregunté-. No eran fuegos artificiales, Dogger; lo que pasó fue que lo dejaron fuera de combate. ¿Y lleva usted dos días dando vueltas por ahí con ese cardenal en el cuello? Debe de dolerle mucho.
– Duele, señorita Flavia, pero los he tenido peores.
Supongo que lo observé con cara de incredulidad.
– Me he mirado los ojos en el espejo -añadió-. Las pupilas están del mismo tamaño. Una pequeña conmoción, pero no es grave. Me pondré bien.
Estaba a punto de preguntarle dónde había obtenido esos conocimientos cuando él se apresuró a añadir:
– Pero es sólo lo que he leído por ahí.
De repente, se me ocurrió una pregunta aún más importante.
– Dogger, ¿cómo pudo usted matar a alguien si estaba inconsciente?
Se quedó inmóvil, con el aspecto de un niño a punto de ser castigado con la palmeta. Abrió y cerró la boca en varias ocasiones, pero no llegó a decir nada.
– ¡Lo atacaron! -dije-. ¡Alguien lo golpeó con una bota!
– No, no creo, señorita -repuso con aire triste-. Verá usted, aparte de Horace Bonepenny, en el jardín no había nadie más que yo.
Me había pasado los tres últimos cuartos de hora intentando convencer a Dogger para que me dejara ponerle una bolsa de hielo en la nuca, pero no hubo manera. Lo único que servía en esos casos, me dijo, era descansar, tras lo cual se alejó rumbo a su habitación.
Desde mi ventana, veía a Feely tumbada en una manta en el césped del sur, tratando de desviar la luz del sol hacia los dos lados de su cara con un par de ejemplares del Picture Post. Cogí unos viejos binoculares del ejército que pertenecían a papá y observé detenidamente la piel de su rostro. Tras mirarla un rato, abrí mi cuaderna de notas y apunté lo siguiente:
Lunes, 5 de junio de 1950, 9.15 horas. El aspecto del sujeto sigue siendo normal. 54 horas desde la administraci ó n. ¿ Soluci ó n demasiado diluida? ¿ Sujeto inmune? Es sabido que los esquimales de la isla de Baffin son inmunes a la hiedra venenosa. ¿ Significa eso lo que yo creo que significa?
Pero no tenía la cabeza para esas cosas. Era difícil convertir a Feely en objeto de estudio cuando no hacía más que pensar en papá y en Dogger. Necesitaba poner en orden mis ideas. Abrí el cuaderno por una página en blanco y escribí:
Posibles sospechosos:
Pap á : Es quien tiene el mejor m ó vil. Conoce al muerto pr á cticamente de toda la vida; amenazado con desvelar secretos; se sabe que discuti ó con la v í ctima poco antes del asesinato. Nadie conoce cu á l era su paradero en el momento en que se cometi ó el crimen. El insp. Hewitt lo ha detenido y acusado de asesinato, ¡ as í que ya sabemos de qui é n sospecha el inspector!
Dogger: Es una especie de enigma. No s é mucho de su pasado, pero s í s é que es extremadamente fiel a pap á . Oy ó la discusi ó n de pap á con Bonepenny (pero yo tambi é n) y tal vez decidiera eliminar la amenaza de desvelar secretos. Dogger sufre de « episodios » durante y despu é s de los cuales experimenta p é rdidas de memoria. ¿ Pudo matar a Bonepenny durante uno de esos episodios? ¿ Pudo tratarse de un accidente? Pero, si es as í , ¿ qui é n le golpe ó en la cabeza?
La se ñ ora Mullet: Carece de m ó vil, a no ser que quisiera vengarse de la persona que dej ó una agachadiza chica muerta en la puerta de la cocina. Demasiado vieja.
Daphne de Luce y Ophelia Gertrude de Luce ( ¡ Tu secreto ha quedado desvelado, Gertie!): ¡ Menuda risa! Est á n tan absortas, la una en sus libros y la otra en sus espejos, que ni siquiera matar í an a una cucaracha que se paseara por su plato. No conoc í an al muerto, no hay m ó vil y, adem á s, dorm í an a pierna suelta cuando a Bonepenny le lleg ó la hora. Caso cerrado en lo que se refiere a ese par de taradas.
Mary Stoker: M ó vil: Bonepenny intent ó propasarse con ella en el Trece Patos. ¿ Pudo seguirlo hasta Buckshaw y carg á rselo en el huerto de pepinos? Parece poco probable.
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