Daniel Silva - Juego De Espejos

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Novella d’espionatge amb dues virtuts importants: no és de John Le Carré (algun dia escriuré la ressenya dels llibres que he llegit d’ell, però aviso que no sortirà massa ben parat) i que està ambientada en uns fets reals: la Segona Guerra Mundial i la necessitat dels aliats d’evitar que, de la manera que sigui, el punt del desembarcament a les costes franceses sigui conegut pels alemanys o, millor encara, aquests creguin que serà per un lloc diferent del planificat.
El protagonista és el director del contra-espionatge anglès (si no ho recordo malament), un acadèmic convertit a espia si us plau per força com suggereix el títol original. Al bàndol contrari hi ha una xarxa clandestina d’espies alemanys infiltrats a Anglaterra. L’autor juga amb ambigüetats calculades per tal d’induir el lector a sospitar que diferents pesonatges són traïdors i revelaran el secret del lloc real del desembarcament.
És una novella d’acció continuada, que fa pensar fins i tot en la necessitat d’informació que tenim -i l’efecte que ens pot causar tenir informació parcial sobre les coses que fem. Fins al final no es desvetllen alguns punts foscos de la trama, i just aleshores vénen ganes de rellegir la novel·la per veure fins a quin punt l’acció dels diferents personatges és coherent amb aquesta realitat.

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– Exactamente, Alfred. La tercera fuente de informes de Hitler acerca de la invasión la constituyen sus espías. Mejor dicho, los espías de Canaris. Y ya sabemos lo eficaces que son. Los agentes alemanes que controlamos aportarán una contribución vital al Plan Escolta al confirmar a Hitler gran parte de lo que puede observar desde el cielo y oír a través de las ondas. A decir verdad, ya hemos hecho entrar en el juego a uno de nuestros agentes dobles, Tate.

Tate se había ganado su nombre en clave a causa de su asombroso parecido con el popular artista de variedades Harry Tate. Su verdadero nombre era Wulf Schmidt y se trataba de un agente de la Abwehr lanzado en paracaídas desde un Heinkel 111 sobre el condado de Cambridge la noche del 19 de septiembre de 1940. Aunque no estaba asignado al caso de Tate, Vicary conocía los datos básicos. Tras pasar la noche al raso, el germano enterró su radio y su paracaídas y se llegó a pie a una aldea cercana. Hizo su primer alto en la peluquería de Wilfred Searle, donde compró un reloj de bolsillo para sustituir al de muñeca que se le había roto al saltar del Heinkel . A continuación compró un ejemplar de The Times a la señoril Field, encargada del puesto de periódicos, se lavó en la fuente de la aldea el tobillo hinchado y tomó el desayuno en un pequeño bar. Por último, a las diez de la mañana, el soldado Tom Cousins, de la Home Guard local, lo puso bajo custodia. Al día siguiente lo trasladaron a las instalaciones del MI-5 en Ham Commons (Suney) y allí, al cabo de trece días de interrogatorio, Tate accedió a trabajar como agente doble y a enviar por su radio a Hamburgo mensajes falsos.

– A propósito, Eisenhower está en Londres. Sólo unos cuantos escogidos de nuestro bando están enterados de ello. Sin embargo, Canaris lo sabe. Y ahora, Hitler también. La verdad es que los alemanes sabían que Eisenhower se encontraba aquí antes de que se aposentase para pasar su primera noche en Hayes Lodge. Sabían que estaba aquí porque Tate se lo comunicó. Era perfecto, naturalmente, una información aparentemente importante y, sin embargo, completamente inocua. Ahora, la Abwehr cree que Tate posee una fuente significativa y creíble dentro de la JSFEA. La fuente será fundamental a medida que se aproxime la fecha de la invasión. A Tate se le proporcionará una importante mentira para que la transmita. Y, con un poco de suerte, la Abwehr también se creerá eso.

»En las próximas semanas, los espías de Canaris observarán signos de una gigantesca concentración de hombres y material en el sureste de Inglaterra. Verán tropas estadounidenses y canadienses. Verán campamentos y puestos de escala. Escucharán historias horrorosas, en boca del público británico, acerca del espantoso inconveniente de tener tantos soldados hacinados en un lugar tan pequeño. Verán al general Patton circulando veloz por los pueblos de East Anglia, con sus botas relucientes y su revólver de cachas de marfil. Los buenos llegarán incluso a enterarse de los nombres de los altos mandos militares y enviarán esos nombres a Berlín. Tu propia red Doble Cruz desempeñará un papel fundamental.

Boothby hizo una pausa, aplastó la colilla del cigarrillo y encendió otro inmediatamente.

– Pero veo que sacudes la cabeza, Alfred. Supongo que has localizado el talón de Aquiles de todo este plan de embaucamiento.

Los labios de Vicary se curvaron en una prudente sonrisa. Conocedor del aprecio que Vicary tenía por la historia y las tradiciones griegas, Boothby daba por sentado que, por asociación de ideas, el profesor pensaría automáticamente en la guerra de Troya cuando él, Boothby, empezara a exponerle los detalles de la Operación Fortaleza.

– ¿Me permite? -preguntó Vicary e indicó con un gesto el paquete de cigarrillos Players de Boothby-. Me temo que dejé los míos abajo.

– Faltaría más -dijo Boothby. Tendió a Vicary los cigarrillos y mantuvo encendida la llama del mechero para darle lumbre.

– Aquiles murió al ser alcanzado por una flecha que fue a clavársele en su único punto vulnerable, el talón -explicó Vicary-. El talón de Aquiles de Fortaleza es la circunstancia de que puede echarlo por tierra un sólo informe genuino de alguna fuente en la que Hitler confíe. Requiere, pues, la total manipulación de todas las fuentes informativas que poseen Hitler y sus agentes de inteligencia. Para que Fortaleza funcione hay que intoxicar a todos y cada uno de ellos. Hitler tiene que quedar envuelto en una completa telaraña de mentiras. Si un hilo de verdad la atravesara, el plan entero podría desenredarse. -Vicary, que se interrumpió para darle una calada a su Players, no logró resistir la tentación de plantear un paralelo histórico-. Cuando Aquiles cayó, concedieron su armadura a Ulises. Nuestra armadura, me temo, se la otorgarán a Hitler.

Boothby cogió su vaso vacío y lo hizo rodar deliberadamente en la palma de su enorme mano.

– Ese es el peligro inherente a todo ardid militar, ¿no es cierto, Alfred? Casi siempre señala el camino de la verdad. El general Morgan, planificador de la invasión, lo expresó mejor. No haría falta más que un espía alemán decente recorriese a pie la costa sur de Inglaterra, desde Cornualles hasta Kent. Sí eso sucediera, todo el proyecto se vendría abajo estrepitosamente y, con tal fracaso, se desmoronarían todas las esperanzas de Europa. Ese es el motivo por el que nos hemos pasado la tarde encerrados con el primer ministro y por el que estás tú aquí ahora, Alfred.

Boothby se puso en pie y empezó a pasear despacio a lo largo del despacho.

– Precisamente en este momento estarnos actuando bajo la razonable certidumbre de que ya hemos intoxicado todas las fuentes de información de Hitler. También actuamos bajo la razonable certidumbre de que tenemos localizados a todos los espías de Canaris y que ninguno de ellos opera al margen de nuestro control. No nos embarcaríamos en una estratagema como la de Fortaleza si no fuera ese el caso. Empleo las palabras razonable «certidumbre» porque no existe forma de tener la completa y absoluta certeza de ese hecho. Doscientos sesenta espías, todos arrestados, ahorcados o convertidos en agentes dobles a nuestro favor.

Boothby se alejó de la débil claridad de la lámpara y se desvaneció en la oscuridad del rincón de su despacho.

– La semana pasada, Hitler organizó una conferencia en Rastenberg. Asistieron a ella todos los pesos pesados: Rommel, Von Rundstedt, Canaris e Himmler. El tema era la invasión. Concretamente, el momento y lugar de la invasión. Hitler puso una pistola en la cabeza de Canaris -figurada, no literalmente- y le ordenó que averiguase la verdad o afrontase unas consecuencias más bien desagradables. Canaris, a su vez, pasó el muerto a un hombre de su nómina llamado Vogel, Kurt Vogel. Hasta ahora, siempre habíamos creído que Vogel era el consejero jurídico personal de Canaris. Es evidente que estábamos equivocados. Tu misión consiste en impedir que Kurt Vogel se entere de la verdad. No he tenido oportunidad de leer su historial. Supongo que es muy posible que en el Registro haya algo acerca de él.

– Seguro -dijo Vicary.

Boothby había vuelto a entrar en el espacio tenuemente iluminado. Esbozó un suave fruncimiento de ceño, como si desde la otra habitación hubiera llegado a sus oídos algo desagradable, y luego se sumió en un silencio especulativo.

– Alfred, quiero ser completamente sincero contigo desde el principio de este caso. El primer ministro se empeñó en que te asignáramos la misión, en contra de las enérgicas objeciones que presentamos tanto el director general como yo.

Vicary sostuvo la mirada de Boothby durante un momento, al cabo del cual, un poco molesto por aquel comentario, desvió la vista y dejó vagar sus ojos por las paredes. Por las docenas de fotografías de sir Basil acompañado de celebridades. Por los bien pulimentados paneles de roble. Por el viejo remo colgado de una pared, extrañamente fuera de lugar en aquella protocolaria decoración. Tal vez era un recuerdo de épocas más dichosas y menos complicadas, pensó Vicary. Un río cristalino a la salida del sol. Oxford contra Cambridge. Un tren que rueda hacia casa en las frescas tardes de otoño.

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