– ¿Cómo, en nombre del cielo, vamos a hacer eso?
– Pues, simplemente, vamos a crear un ejército de un millón de hombres. Lo vamos a materializar, me temo, por arte de birlibirloque, sacándolo de la nada.
Vicary sorbió su bebida, con la vista fija en Boothby y una expresión incrédula en el rostro.
– No pueden pensarlo en serio.
– Sí, podemos, Alfred…, mortalmente en serio. A fin de que la invasión tenga una probabilidad entre dos de salir bien, hemos de convencer a Hitler, a Rommel y a Von Rundstedt de que disponemos de una fuerza gigantesca y poderosa agazapada detrás de los acantilados de Dover, a la espera del momento de salir disparada como un latigazo a través del Canal, en el Paso de Calais. No la tendremos, naturalmente. Pero para cuando hayamos concluido nuestra tarea, los alemanes van a creer que se enfrentan a una fuerza que vive y alienta de unas treinta divisiones. Si no les convencemos de que esa fuerza existe, si fallamos y consiguen distinguir la verdad a través de nuestro engaño, hay muchas posibilidades de que el regreso a Europa, como Churchill lo llama, termine en un fracaso sangriento y catastrófico.
– ¿Tiene nombre ese ejército fantasma? -preguntó Vicary.
– Desde luego, es el Primer Grupo de Ejércitos de los Estados Unidos, PGEEU para abreviar. Hasta tiene comandante en jefe, el mismísimo Patton. Los alemanes creen que el general Patton es el más excelente jefe militar en el campo de batalla con que contamos y pensarían que estamos locos si desencadenáramos una invasión sin que él desempeñara un papel importante. Patton tendrá a su disposición un millón de hombres, constituido principalmente por nueve divisiones de los Estados Unidos, el III Ejército y dos divisiones del I Ejército del Canadá. El PGEEU hasta tiene su propio cuartel general en la plaza Bryanston de Londres.
Vicary parpadeó rápidamente, mientras trataba de asimilar la extraordinaria información que estaba recibiendo. Había que imaginárselo, crear exclusivamente de la nada, materializar en el aire, un ejército de un millón de hombres. Boothby tenía razón, era una ruse de guerre de proporciones inimaginables. Comparado con ella, el caballo de Troya de Ulises era una aventura de universidad.
– Hitler no es ningún estúpido, como tampoco lo son ninguno de sus generales -dijo-. Los educaron en las enseñanzas de Clausewitz, y Clausewitz brindó unos cuantos valiosos consejos acerca del espionaje en tiempos de guerra: «Una gran parte de la información que se obtiene en la guerra es contradictoria; otra parte, aún mayor, es falsa; y la parte que forma el grueso de la información es dudosa». Los alemanes no van a creer que haya un ejército de un millón de hombres estacionados en la campiña de Kent sólo porque nosotros se lo digamos.
Boothby sonrió, buscó de nuevo en el maletín y retiró otro cuaderno de notas.
– Cierto, Alfred. Y esa es la razón por la que salimos con esto: Quicksilver, Azogue. La finalidad de Azogue estriba en dotar de carne y huesos a nuestro pequeño ejército de fantasmas. En el curso de las próximas semanas, mientras las fuerzas fantasma de PGEEU van llegando a Gran Bretaña inundaremos las ondas hertzianas de tráfico inalámbrico y parte de ese tráfico de radio se transmitirá en claves que sabemos que los alemanes ya han descifrado, algunas de ellas en clair. Todo tiene que ser perfecto, exactamente igual que si estuviésemos concentrando en Kent un verdadero ejército de un millón de efectivos humanos. La intendencia se queja de la escasez de tiendas de campaña; las unidades de cocina y comedores harán lo propio respecto a provisiones y cubiertos. La radio parloteará durante la instrucción. Entre el momento presente y la hora de la invasión vamos a bombardear sus puestos de escucha del norte de Francia con cerca de un millón de mensajes. Algunos de esos mensajes proporcionarán leves pistas a los alemanes, algún que otro dato acerca de la situación de las fuerzas o de su disposición. Es obvio que queremos que los alemanes capten esas pistas y cojan la onda.
– ¿Un millón de mensajes radiados? ¿Cómo es eso posible?
– El Batallón del Servicio de Señales EE. UU. 3103. Llevan consigo todo un equipo: actores de Broadway, estrellas de la radio, especialistas en voces. Hay individuos que en un momento determinado pueden imitar el acento de un judío de Brooklyn y un segundo después el jodidamente terrible deje de un peón de granja de Texas. Graban los mensajes falsos en discos de cuarenta centímetros, en un estudio, y luego los radian desde camiones que circulan por los campos de Kent.
– Increíble -murmuró Vicary.
– Sí, absolutamente increíble. Y eso no es más que una ínfima parte. Azogue proporciona lo que los alemanes oirán en el aire. Pero nosotros también pensamos en lo que han de ver desde el aire. Hemos de crear la impresión de que, lenta y metódicamente, estamos concentrando un ejército gigantesco en el rincón sureste del país. Tiendas suficientes para dar cobijo a una fuerza de un millón de hombres, un impresionante contingente de aviones, carros de combate y lanchas de desembarco. Vamos a ampliar las carreteras. Incluso construiremos un puñetero depósito de petróleo en Dover.
– Pero, seguramente, sir Basil -dijo Vicary-, no dispondremos de suficientes aviones, carros de combate y lanchas de desembarco para despilfarrarlos en una impostura.
– Claro que no. Vamos a fabricar maquetas a escala natural, a base de lona y contrachapado. Vistas a nivel del suelo, parecerán lo que son, imitaciones toscas hechas a toda prisa. Pero desde el aire, a través de los objetivos de las cámaras de reconocimiento de la Luftwaffe, darán el pego, todo parecerá auténtico.
– ¿Cómo sabemos que los aviones de reconocimiento van a pasar?
Boothby dibujó en su rostro una amplia sonrisa, acabó su bebida y, sin prisas, encendió un cigarrillo.
– Ahora vamos a eso, Alfred. Sabemos que pasarán porque vamos a permitirles que lo hagan. No a todos ellos, naturalmente. Si lo hiciéramos así, les olería a cuerno quemado. La RAF y los aparatos estadounidenses surcarán el cielo constantemente, patrullan-do por encima del PGEEU; acosarán y ahuyentarán a la mayor parte de los intrusos. Pero a algunos, sólo a los que vuelen por encima de los mil metros, diría yo, se los dejará pasar. Si todo se desarrolla conforme al guión, los analistas de la vigilancia aérea de Hitler le dirán lo mismo que los escuchas destacados en el norte de Francia: que hay una gigantesca concentración de fuerzas aliadas congregada en las cercanías del Paso de Calais.
Vicary meneaba la cabeza.
– Comunicaciones por radio, fotografías aéreas, dos medios a través de los cuales los alemanes pueden reunir datos acerca de nuestras intenciones. El tercer medio, naturalmente, lo forman los espías.
¿Pero realmente quedaban espías? En septiembre de 1939, la víspera del estallido de la guerra, el MI-5 y Scotland Yard llevaron a cabo una redada general. A todos los sospechosos de espionaje se los encarceló, se los convirtió en agentes dobles o se les ahorcó. En mayo de 1940, cuando ingresó Vicary, el MI-5 estaba entregado a la captura de los nuevos espías que Canaris enviaba a Inglaterra para reunir datos sobre la invasión que se anunciaba. Esos nuevos espías sufrieron el mismo destino que la oleada anterior.
Cazar espías no era el término apropiado para describir lo que hacía Vicary en el MI-5. Técnicamente era un agente de contraespionaje. Su tarea consistía en asegurarse de que la Abwehr pensara que sus espías continuaban en sus puestos, que aún reunían información y aún seguían enviándola a los agentes de Berlín. El MI-5 había logrado manipular a los alemanes desde el mismo comienzo de la guerra, mediante el control del flujo de información que salía de las Islas Británicas. También consiguió que la Abwehr se abstuviera de enviar nuevos agentes a Gran Bretaña porque Canaris y sus oficiales de vigilancia creían que la mayor parte de sus espías aún estaban en ejercicio.
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