Maan Meyers - El médico de Nueva York

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Varias mujeres mueren decapitadas. Una de las víctimas es el ama de llaves de John Tonneman, un joven médico neoyorquino que en 1775 regresa a su ciudad para ocuparse de la consulta de su padre, recién fallecido. Para John, la mujer asesinada era más una madre que una criada, y dolido por su pérdida se vuelca con implacable determinación en la búsqueda de! criminal. Al revuelo ocasionado por las atrocidades del psicópata, se une la violencia social de un país al borde de una guerra por la independencia. En medio de ese caos, John hallará consuelo en el amor de una hermosa muchacha.

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Chaucer se zampó la manzana en un santiamén y luego husmeó el estofado. Tonneman le frotó la nariz.

– Es mi cena, amigo, no la tuya.

El animal bajó la cabeza y comenzó a mordisquear la paja que tenía a sus pies.

Tonneman se sentó a cenar en el umbral de la consulta. La luna estaba casi llena y el cielo estrellado. No se oía ningún ruido, excepto el zumbido de las cigarras y el rumor de la conversación de los centinelas.

– Son las once y todo está en orden.

El aire olía a frambuesas y rosas. Tonneman depositó el tazón en el suelo.

Oyó un sonido extraño procedente de su derecha. Distinguió el perfil de una mujer en el pequeño montículo. Desapareció al instante.

Cielos, estaba volviéndose tan loco como Goldsmith. Por un momento creyó haber visto el fantasma de Gretel. Tonneman recogió el tazón y entró en casa.

La vela encima del escritorio proyectaba una sombra amarillenta sobre la caja. Posó la mano sobre ella.

– Dios mío -murmuró Tonneman, cerrando los ojos.

Al abrirlos sólo vislumbró el perfil de la caja iluminado. Dejó el tazón en la mesa e intentó abrir la tapa; pero la bisagra no cedía. Apretó la caja con una mano y con la otra tiró de la tapa. Se abrió.

El interior aparecía menos deslustrado. La caja era plateada. Tonneman se fijó enseguida en la inscripción escrita en holandés del interior de la tapa. Alzó la vela para leerla mejor:

«Para nuestros amigos Pieter y Racquel Tonneman, en el día de su boda. 30 de agosto de 1665.

»Conrad y Antye Ten Eyck.»

Completamente atónito, Tonneman dejó la vela en la mesa. Pieter Tonneman, su antepasado. Desconcertado, comenzó a sacar los artículos de la caja: papeles, una lupa, una moneda de plata, un pergamino y un objeto en forma de libro envuelto en una tela de seda azul. Al levantar el objeto, la tela se deslizó; tenía los extremos bordados.

Colocó todo encima del escritorio. En primer lugar desenrolló el pergamino; estaba escrito en hebreo y, aunque habían perdido bastante el color, exhibía unos dibujos y ornamentos muy vistosos. Parecían las páginas iluminadas de la Biblia.

En el documento figuraban unos nombres: Racquel Pereira, Benjamín Mendoza y Abraham Pereira, cuyo nombre recordaba del día que había visitado el cementerio judío. Se dijo que tendría que pedir a David Mendoza, o a Mariana, que descifrara el pergamino.

De repente oyó que se abría la puerta de la consulta. Al volverse descubrió a una mujer cubierta con un chal que avanzaba lentamente hacia él. De forma inconsciente, dejó caer la tela de seda.

La mujer profirió un grito sofocado y agarró la seda antes de que llegara al suelo. Quitándose el chal, esbozó una sonrisa maliciosa.

– ¿Sabes qué es? -preguntó.

Tonneman apenas la reconoció. Lucía un vestido que dejaba al descubierto la clavícula más bella que jamás había visto; la curva de los senos era sublime.

– Te has puesto un vestido.

Se acercaron. Tonneman le puso las manos sobre los hombros.

– Mariana.

La joven inclinó la cabeza, y Tonneman la besó apasionadamente. Esa unión sería para siempre.

Finalmente Mariana se retiró y le mostró la pieza de seda.

– John, esto es un tallis.

– ¿Un qué?

– Un chal de plegaria. ¿Mi padre te…?

– No. -Cogiéndole la mano, le enseñó la caja y los artículos que había dejado sobre la mesa. Desenrolló el pergamino-. ¿Lo entiendes?

– Sí. No querían que supiera leer hebreo, pero aprendí todo lo que Benjamín aprendió, y mejor que él. -Acarició el pergamino-. Es un ketubah, un contrato matrimonial. Establece las obligaciones mutuas entre marido y mujer. Una vez ha sido leído durante la ceremonia, se entrega a la novia. En el ketubah se enumeran los derechos de la novia. -Le brillaron los ojos-. Creo que es una idea estupenda.

– Entonces, ¿se trata del contrato matrimonial de Benjamín Mendoza y Racquel Pereira?

Mariana examinó el escrito.

– Sí. ¿Cómo lo has encontrado? -Arqueó las cejas-. A Ben le pusieron ese nombre por el padre de mi padre. Estoy segura de que hubo un Benjamín en nuestra familia antes de mi abuelo. ¿Quién era Racquel Pereira?

– Mira. -Tonneman mostró a la joven la inscripción de la tapa que hacía referencia a la boda entre Pieter y Racquel Tonneman, celebrada unos diez años después de que ésta se casara con Benjamín-. Esta Racquel es Racquel Mendoza. Lo sé porque vi la lápida en el cementerio judío. Debió enviudar.

– Esto significa que un antepasado tuyo se desposó con la viuda de un antepasado mío -señaló Mariana.

Tonneman asintió asombrado.

Mariana cogió el libro que había estado envuelto con el tallis.

– Es una Biblia. Tenemos una igual que ésta. Pertenece a nuestra familia desde hace muchas generaciones.

Tonneman abrió el tomo. También estaba escrito en hebreo. Había una inscripción tan descolorida que apenas se leía.

Mariana acercó la vela.

– Esta Biblia se la entregó a Abraham Pereira su padre, Víctor, en ocasión de su Bar Mitzvah.

Tonneman pasó las hojas con mucho cuidado.

– ¿Qué es esto? -preguntó Mariana señalando un trozo de papel amarillento pegado entre dos páginas.

Tonneman leyó con atención las palabras escritas en holandés:

– «Querido padre: hace un año que Benjamín murió, y dado que tú también te has ido de mi lado, me he entregado a Pieter Tonneman, un holandés y cristiano a quien amo muchísimo. Los hijos que nazcan de esta unión, si Dios quiere, serán de nuestra religión. Lo ha aceptado. Es un hombre muy bueno.»

Mariana le cogió la mano.

– Tú también eres un hombre bueno, John, como tu antepasado.

Tonneman guardó la carta entre las páginas de la Biblia y abrazó a Mariana.

– Así pues -susurró-, esto cierra el círculo.

67

Lunes 1 de julio. Atardecer

John Tonneman regresaba exhausto y hambriento de Kingsbridge.

Había creído necesario comunicar a David Wares que el asesino de su criada escocesa, Jane McCreddie, había pagado por los crímenes cometidos.

Estaba preocupado. Pensaba en Mariana, quien en menos de seis semanas se convertiría en su esposa, en la guerra, en el asesino de Gretel… Tonneman estaba agotado por todo esto, aparte de la rutina diaria del trabajo. Anhelaba el consuelo que había encontrado en la bebida y el alterne cuando residía en Londres.

Los habitantes de Nueva York vivían pendientes de los acontecimientos políticos, que se sucedían con mucha rapidez. Parecía que Su Majestad, o por lo menos sus oficiales más antiguos, estaban de acuerdo con John Adams, el delegado del congreso continental de Massachusetts, en que Nueva York era la clave del continente. Era esencial controlar las dos orillas del North River. La ciudad estaba repleta de abejas trabajadoras que erigían barricadas y demás para evitar que los británicos se hicieran con el North River.

Sin duda las fuerzas de Su Majestad planeaban una incursión. Era harto sabido que el general William Howe había llegado de Halifax con más de cien barcos británicos y que se esperaba la arribada de más barcos para dentro de unos días. El hermano mayor del general, el almirante Richard Howe, había llegado de Inglaterra con más soldados.

Tras el almirante Howe se presentó el también almirante Peter Parker, de Charleston, con sus barcos. Todas las naves se hallaban atracadas en el puerto, a la espera. El ejército británico, que incluía nueve mil mercenarios alemanes, constaba de treinta y dos mil hombres.

Rumores de diversa índole flotaban en el aire cual pelusa de diente de león. El sábado 29 de junio, el cauto congreso provincial había decidido aplazar la reunión para el 2 de julio; la reunión se celebraría en el palacio de justicia de White Plains, situado a una distancia prudencial de la ciudad sitiada.

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