Loudres Miguel - La llamada de La Habana

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Loudres Miguel Neus Sans La llamada de La Habana En esta historia vas a - фото 1

Loudres Miguel, Neus Sans

La llamada de La Habana

En esta historia vas a conocer a estos personajes:

Lola Lago: es jefa de una agencia de detectives en Madrid. Tiene un nuevo caso para solucionar.

Paco: trabaja con Lola Lago. Es su socio y también su amigo.

Miguel: es el otro socio de Lola. Los tres son detectives.

Margarita: es la secretaria de Lola, de Paco y de Miguel.

Alberto Sanjuán: es un viejo amigo de Lola. Necesita su ayuda porque han asesinado a su jefe y la policía cree que ha sido él.

Digna: trabaja para el Sr. Zabaleta. Todos los días limpia las oficinas.

Carmela: es una vieja amiga y vecina de Lola. Le gusta invitar a cenar a Lola a su casa, porque la pobre tiene tanto trabajo que ni se acuerda ni de comer.

Blanca Fanjuí: es la secretaria personal del Sr. Zabaleta.

Sra. Zabaleta: han asesinado a su marido mientras estaba de vacaciones en Cuba.

Inspector Gil: es un inspector de policía de Madrid. No le gustan las mujeres detective.

1

Todo empezó un miércoles por la mañana. Yo estaba en mi oficina, en la agencia de detectives privados. Sonó el teléfono y Margarita, la secretaria, respondió de mal humor. Margarita siempre se pone de mal humor cuando suena el teléfono y no es Tony, su novio, su gran amor.

– Lola, una llamada para ti, de «Publimasen» o «Publimagen» o algo así-dijo al pasarme la llamada.

– ¿Lola Lago? -preguntó una voz conocida.

– Sí, soy yo, ¿con quién hablo? -pregunté yo.

– Soy Alberto.

– Perdona, ¿Alberto qué? Ahora mismo no…

– Alberto Sanjuán.

Alberto es un antiguo novio mío, de cuando éramos estu-diantes. Él estudiaba Arquitectura y yo. Derecho. Ahora es un importante ejecutivo. Trabaja en una empresa de publi-cidad.

– ¡Alberto, hombre! ¿Qué tal? ¿Qué es de tu vida? [1]

– Bien, bien, bien…-dijo nervioso-. Mira, Lola, la verdad es que te llamo como amiga pero también como detective.

Te necesito. Ha pasado algo horrible: han asesinado a mi jefe.

– ¿Al director de la agencia de publicidad?

– Sí, a Ignacio Zabaleta. Parece que fue anoche. ¿Puedes venir ahora mismo?

– Sí, sí puedo. ¿Dónde estás?

– Aquí en la agencia, en «Publimagen». Paseo de La Habana, 5.

– Voy para allá. ¿Ha llegado ya la policía?

– Sí. Esto está lleno de policías.

– Bueno, pues, hasta ahora.

– Gracias, Lola. ¿Sabes…? La policía cree que yo… Bueno, nada, luego te explico.

Alberto Sanjuán, mi viejo amigo, estaba asustado. Y Alberto no se asusta fácilmente. Lo conozco muy bien.

2

– Margarita, me voy -dije poniéndome el abrigo-. Si me necesitáis, estoy en «Publimagen».

– ¿En qué número?

– Ni idea. Búscalo en las páginas amarillas [2].

– ¿A qué hora vuelves?

– No sé. Quizá no vuelvo.

– Es que el Sr. Ramales viene a las doce y media…

– Pero van a venir Paco y Miguel, ¿no?

Paco y Miguel son mis socios. Paco es un gordito simpático al que le gustan sobre todo dos cosas: el chocolate y las chicas guapas. Por este orden. Miguel, en cambio, es un tímido terrible. Es un hombre muy atractivo pero él no lo sabe. Y, cada vez que va a salir con una chica, se pone enfermo, o eso dice él. En el fondo, son dos chicos estupendos.

– Miguel está en la cama con fiebre y Paco se ha ido a pasar la mañana a El Escorial [3]con una amiga americana -me explicó Margarita.

– ¡Vaya por Dios! Llama a Ramales y dile que venga esta tarde, o mañana… ¡O nunca! Total, no encontramos a su mujer…

– ¿Qué?

– Que no encontramos a su mujer. El Sr. Ramales nos ha contratado para buscar a su mujercita. La Sra. Ramales se fue de casa el jueves pasado con todas sus joyas y seis millones de pesetas.

– ¡Pobre…!

– ¿Ramales? ¡Bah…!

– No, Ramales, no. Su mujer. Actualmente seis millones no es nada.

Margarita tiene a veces unas ¡deas un poco especiales.

3

Salí a la calle. Hacía frío ese miércoles 17 de marzo. En Madrid hace mucho calor en verano y bastante frío en invierno. A mí no me gusta nada el invierno.

Fui a buscar mi vieja moto, mi vieja Vespa. Intenté ponerla en marcha. Nada. Cuando hace frío, no quiere ponerse en marcha. Es como yo. Tampoco le gusta el invierno.

A esa hora aún no había ni un taxi por la calle Alcalá [4], donde está nuestra oficina. Y yo tenía ganas de llegar a «Publimagen» y poder hablar con el pobre Alberto. Yo también estaba un poco nerviosa. Siempre me pasa cuando empiezo un nuevo caso. Y éste era un caso importante: el asesinato de un conocido ejecutivo madrileño.

Por fin paró un taxi.

En la Castellana [5]a esa hora había mucho tráfico. Media hora después el coche se paró delante de un lujoso edificio de oficinas. En la puerta había varios coches de la Policía Nacional [6].

– ¿A dónde va, señorita? -me preguntó un policía.

– A «Publimagen». Soy detective privado y la empresa me ha contratado.

– Yo no puedo dejar entrar a nadie -dijo él.

– Pues yo tengo que entrar.

Estaba empezando a ponerme nerviosa.

– ¡Sánchez! Ve a buscar al sargento.

El cabo habló con el sargento, el sargento con el teniente, el teniente con el inspector [7], etcétera, etcétera. Por fin, a la una, entré en «Publimagen». Alberto estaba en la entrada.

– Perdona, chico, el tráfico y esos policías de ahí fuera que no me dejaban entrar…

– No te preocupes, pasa, pasa.

Entramos en un despacho muy elegante: sotas de cuero, una mesa de cristal, italiana seguramente, y cuadros muy caros en las paredes. Un Tapies, un Miralles, un Arroyo y una litografía de Miró [8]. «Publimagen» era realmente una empresa muy importante, la agencia de publicidad más importante del país, según algunos.

– Emma, por favor, que no nos moleste nadie -dijo Alberto a una chica sentada junto a la puerta de su despacho.

Al fondo de un pasillo había muchos policías. En ese momento salió un fotógrafo.

«La oficina de Zabaleta», pensé yo.

4

– Cuéntamelo todo, con todos los detalles. Todo puede ser importante

– Sí, claro, claro -dijo pensativo Alberto-. No sé por dónde empezar…

– ¿Cuándo lo han encontrado?

– Esta mañana. Su secretaria. Blanca Fanjuí, ha llegado a las nueve. La puerta de la oficina de Zabaleta estaba cerrada con llave por dentro. Ha llamado y no ha respondido nadie. Ha pensado que era un poco raro y ha venido a pedirme la llave. Y…

– ¿Quién tiene esa llave?

– Sólo yo. Y Zabaleta, claro. Él tenía dos. Una la ha encontrado ya la policía. La llevaba en el bolsillo. La otra…, la tenía en casa, supongo.

– Bien, sigue, sigue.

– Blanca ha abierto y… Y allí estaba. Muerto.

– ¿Cómo?

– ¿Qué?

– Que cómo ha muerto.

– Un tiro. La pistola estaba sobre la mesa, al lado de su mano.

– ¿Suicidio?

– La policía cree que no. Otra cosa: piensan que murió entre las ocho y las once.

– ¿Sabes si la policía ha encontrado alguna otra cosa importante? Algún objeto, alguna pista…

– Sí, una carta, una carta de despido.

– ¿Para quién?

– Para mí. ¿Entiendes ahora por qué estoy tan nervioso?

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