Loudres Miguel - La llamada de La Habana
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Me dio una dirección en el Viso [23].
– Te llamo luego, ¿vale?
– ¿Qué hago yo?
– Nada. Mis socios. Paco y Miguel, también están trabajando. Tú tranquilo.
– Lo intentaré.
14
La casa de los Zabaleta era una casa de los años veinte.
Muy grande pero un poco triste. En la puerta había dos fotógrafos, dos paparazzi. esperando poder hacer fotos de la viuda. En el jardín, dos perros muy grandes me miraron sin interés. Llamé al timbre y una mujer mayor abrió la puerta.
– Soy Lola Lago. La Sra. Zabaleta me está esperando.
– Pase por aquí, por favor -dijo la mujer.
La casa era magnífica pero un poco fría. «Una casa sin niños», pensé yo, mientras esperaba en la biblioteca. Al cabo de unos minutos, entró una mujer delgada de unos cuarenta años.
– Hola, ¿qué tal? -dijo dándome la mano.
– Encantada -respondí yo.
De pronto me sentí muy mal vestida al lado de la elegantísima Ma Victoria Villaencina de Zabaleta.
– Usted dirá. No creo que pueda ayudarla mucho. Ya sabe: yo estaba en Cuba… -me dijo.
– Sra. Zabaleta, usted fue la última persona que habló con él,¿no?
– La última, no. La última fue el asesino, ¿no cree?
– Claro, claro, ya me entiende… -dije yo poniéndome roja como un tomate. Ma Victoria me daba un poco de miedo, tan bien vestida, tan elegante, tan segura…
– Yo le llamé desde mi hotel en La Habana a eso de las nueve y media hora española.
– ¿Está segura de la hora?
– Sí, segura. Estaba en el bar, tomando unos mojitos [24]. En el bar del hotel, el «Habana Libre», el antiguo «Hilton» [25].
Llamé a casa y no había nadie. Luego llamé a la oficina.
– Y habló con él…
– Exacto.
– ¿Y no notó nada raro?
– No. Estaba como siempre. Luego, por la tarde, fui a ver el espectáculo del cabaret del hotel, un espectáculo muy divertido, por cierto.
– O sea que la muerte fue después de las nueve y media.
– Claro.
– ¿Sospecha de alguien, Sra. Zabaleta?
– No.
Me pareció, entonces, que hablaba de la muerte de su marido como de un partido de tenis o de un nuevo vestido.
– ¿Qué le parece Alberto Sanjuán?
– Es una chico muy inteligente, un poco demasiado ambicioso, quizá… Pero es su cliente, ¿no?
– Sí, es mi cliente. Bueno, no la molesto más.
Tenía ganas de terminar esta conversación. Me sentía incómoda.
– ¿No tiene nada más que preguntarme?
– Ahora, no. Quizá más tarde. Dentro de unos días.
– Cuando quiera -dijo con una sonrisa artificial.
Se quedó callada un momento y luego me miró y dijo:
– No debería llevar ropa de color verde, ¿sabe? No le va nada bien. Pruebe con el rojo.
Otra vez volví a sentirme muy pequeña con mi jersey verde recién comprado en las rebajas [26]de El Corte Inglés.
15
Volví en moto a la oficina. Hacía frío. Llegué a las doce y media.
Margarita, la secretaria, naturalmente, estaba hablando por teléfono con su novio. Sentado delante de Margarita, estaba Feliciano, el chico de los recados. ¡Pobre Feliciano!
Está locamente enamorado de Margarita y le escribe versos.
Ella no lo sabe.
– ¿Ha pasado algo. Margarita?
– Paco ha llamado. Dice que viene enseguida. Miguel está en la sede del partido de Juárez, el CSP o CPS o algo así.
Al poco rato, llegó Paco.
– He hablado con Ifigenia, ¿sabes?
– Aja… Tu novia cubana…
– Ahora trabaja en el hotel más importante de La Habana, el Habana…
– El «Habana Libre».
– Eso. ¿Y tú como lo sabes?
– Fantástico. Nuestra querida Ma Victoria Villaencina de Zabaleta estuvo ahí. El martes, si es verdad lo que dice, la Sra. Zabaleta estuvo en el hotel, habló con su marido y, después, fue al cabaret. Si es que estaba en La Habana, realmente… No sé. Hay algo raro en esa mujer. Vuelve a llamar a Ifigenia. A ver si alguien vio o habló con Ma Victoria de Zabaleta.
– Entiendo, jefa.
– No soy tu jefa.
– Entiendo, nena.
– Brrrr…
16
Miguel volvió muy contento a la oficina, después de hablar personalmente con Juárez.
– A Juárez le parece muy raro lo de la carta. Está preocupado. No quiere escándalos antes de las elecciones -nos explicó.
– Sí, todo es muy raro. Quizá sólo era para despistar a la policía.
– Y para buscarle problemas a Alberto, claro.
– Sí, es posible.
Los dos nos quedamos callados un momento.
– ¿Qué hacemos ahora? -me preguntó Miguel.
– Tengo que hablar con la secretaria. Banca Fanjul.
– Ah, se me olvidaba. Muy importante: un amigo que trabaja en Semana [27]dice que el matrimonio Zabaleta tenía muchos problemas. Cree que había algo entre Zabaleta y Blanca, su secretaria, pero no han podido hacer fotos.
– Interesante, muy interesante.
17
Por teléfono me cité con Blanca Fanjul en «Publimagen».
Blanca estaba muy tranquila. «Otra mujer fría y elegante», pensé.
– Usted era la secretaria particular de Zabaleta, ¿verdad?
– Sí.
– ¿A qué hora le vio por última vez?
– A las siete. Dijo que no me necesitaba, cerró la puerta y siguió trabajando.
– ¿Y luego?
– Fui a comprarme un bolso. Puedo demostrarlo. Y, luego, a casa de unos amigos. Puedo darle su número de teléfono.
– No es necesario. A la policía, quizá.
De pronto me quedé sin palabras. Acababa de ver algo muy interesante: Blanca llevaba unos pendientes de brillantes. Pendientes con forma de trébol de cuatro hojas. Intenté controlar mis nervios y decir tranquilamente:
– Ha perdido un brillante, ¿sabe?
Un segundo de pánico pasó por la cara de Blanca.
– ¿Sí? A ver…
– El de la oreja derecha…
Se quitó el pendiente y lo miró con calma.
– ¡Qué pena!
Me pareció que no era muy importante para ella y que estaba muy tranquila.
18
Paco está casi siempre de buen humor pero aquel día más: pudo hablar con el Inspector Gil y la canadiense, Lulú, la del chocolate, le llamó desde París. Miguel y yo escuchábamos atentamente.
– Según el médico forense la muerte fue entre las siete y las diez.
– Ya, pero la señora Zabaleta habló con él a las nueve y media.
– Bueno, pues entre las nueve y media y las diez.
Todos los empleados de «Publimagen» tienen coartadas muy claras. Bueno, todos menos Alberto. El inspector Gil dice que lo tiene bastante mal. Todo le señala a él…
– ¡Dios mío! Tenemos que hacer algo, encontrar al verdadero culpable.
– Más cosas interesantes: Doña Ma Victoria Villaencina de Zabaleta no dice la verdad, está escondiendo algo.
– ¿Cómo? ¿No estaba en La Habana?
– Sí, en La Habana sí, en el hotel donde trabaja mi amiga Ifigenia, pero… Te dijo que estuvo viendo el espectáculo del hotel el martes ¿no?
– Sí, eso dijo. Y que después del cabaret llamó a su marido.
– Pues no hubo espectáculo en el cabaret esa noche. Hubo un problema en el sistema de sonido y no hubo espectáculo. Ifigenia trabaja en ese espectáculo.
– Estás seguro?
– Completamente seguro.
– ¡Qué raro! ¿Por qué habrá dicho eso?
– A veces cuando uno dice una mentira, necesita decir más, para decorarla, no sé… -dice Margarita la secretaria, desde su mesa-. Lo siento, la puerta está abierta y yo…
bueno, no puedo ponerme algodón en los oídos, ¿no?
– Bravo, Margarita. Es una gran ¡dea. -dijo Paco.
Feliciano la miró más enamorado que nunca y se puso a comer un inmenso bocadillo de anchoas. Feliciano se come unos doce bocadillos al día.
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