Loudres Miguel - La llamada de La Habana

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[2] – Ni idea. Búscalo en las páginas amarillas [2] . – ¿A qué hora vuelves? – No sé. Quizá no vuelvo. – Es que el Sr. Ramales viene a las doce y media… – Pero van a venir Paco y Miguel, ¿no? Paco y Miguel son mis socios. Paco es un gordito simpático al que le gustan sobre todo dos cosas: el chocolate y las chicas guapas. Por este orden. Miguel, en cambio, es un tímido terrible. Es un hombre muy atractivo pero él no lo sabe. Y, cada vez que va a salir con una chica, se pone enfermo, o eso dice él. En el fondo, son dos chicos estupendos. – Miguel está en la cama con fiebre y Paco se ha ido a pasar la mañana a El Escorial [3] con una amiga americana -me explicó Margarita. – ¡Vaya por Dios! Llama a Ramales y dile que venga esta tarde, o mañana… ¡O nunca! Total, no encontramos a su mujer… – ¿Qué? – Que no encontramos a su mujer. El Sr. Ramales nos ha contratado para buscar a su mujercita. La Sra. Ramales se fue de casa el jueves pasado con todas sus joyas y seis millones de pesetas. – ¡Pobre…! – ¿Ramales? ¡Bah…! – No, Ramales, no. Su mujer. Actualmente seis millones no es nada. Margarita tiene a veces unas ¡deas un poco especiales. Las páginas amarillas son unos listines de teléfono, amarillos, donde están todas las direcciones y teléfonos de las empresas y comercios.

[3] – Miguel está en la cama con fiebre y Paco se ha ido a pasar la mañana a El Escorial [3] con una amiga americana -me explicó Margarita. – ¡Vaya por Dios! Llama a Ramales y dile que venga esta tarde, o mañana… ¡O nunca! Total, no encontramos a su mujer… – ¿Qué? – Que no encontramos a su mujer. El Sr. Ramales nos ha contratado para buscar a su mujercita. La Sra. Ramales se fue de casa el jueves pasado con todas sus joyas y seis millones de pesetas. – ¡Pobre…! – ¿Ramales? ¡Bah…! – No, Ramales, no. Su mujer. Actualmente seis millones no es nada. Margarita tiene a veces unas ¡deas un poco especiales. El Escorial es un monasterio que fue construido en el siglo XVI por el rey Felipe II. Está al noroeste de Madrid y en él están enterrados los reyes de España.

[4] A esa hora aún no había ni un taxi por la calle Alcalá [4] , donde está nuestra oficina. Y yo tenía ganas de llegar a «Publimagen» y poder hablar con el pobre Alberto. Yo también estaba un poco nerviosa. Siempre me pasa cuando empiezo un nuevo caso. Y éste era un caso importante: el asesinato de un conocido ejecutivo madrileño. Por fin paró un taxi. En la Castellana [5] a esa hora había mucho tráfico. Media hora después el coche se paró delante de un lujoso edificio de oficinas. En la puerta había varios coches de la Policía Nacional [6] . – ¿A dónde va, señorita? -me preguntó un policía. – A «Publimagen». Soy detective privado y la empresa me ha contratado. – Yo no puedo dejar entrar a nadie -dijo él. – Pues yo tengo que entrar. Estaba empezando a ponerme nerviosa. – ¡Sánchez! Ve a buscar al sargento. El cabo habló con el sargento, el sargento con el teniente, el teniente con el inspector [7] , etcétera, etcétera. Por fin, a la una, entré en «Publimagen». Alberto estaba en la entrada. – Perdona, chico, el tráfico y esos policías de ahí fuera que no me dejaban entrar… – No te preocupes, pasa, pasa. Entramos en un despacho muy elegante: sotas de cuero, una mesa de cristal, italiana seguramente, y cuadros muy caros en las paredes. Un Tapies, un Miralles, un Arroyo y una litografía de Miró [8] . «Publimagen» era realmente una empresa muy importante, la agencia de publicidad más importante del país, según algunos. – Emma, por favor, que no nos moleste nadie -dijo Alberto a una chica sentada junto a la puerta de su despacho. Al fondo de un pasillo había muchos policías. En ese momento salió un fotógrafo. «La oficina de Zabaleta», pensé yo. La calle de Alcalá es una calle que cruza Madrid de este a oeste. En ella hay muchos bancos y edificios públicos importantes.

[5] En la Castellana [5] a esa hora había mucho tráfico. Media hora después el coche se paró delante de un lujoso edificio de oficinas. En la puerta había varios coches de la Policía Nacional [6] . – ¿A dónde va, señorita? -me preguntó un policía. – A «Publimagen». Soy detective privado y la empresa me ha contratado. – Yo no puedo dejar entrar a nadie -dijo él. – Pues yo tengo que entrar. Estaba empezando a ponerme nerviosa. – ¡Sánchez! Ve a buscar al sargento. El cabo habló con el sargento, el sargento con el teniente, el teniente con el inspector [7] , etcétera, etcétera. Por fin, a la una, entré en «Publimagen». Alberto estaba en la entrada. – Perdona, chico, el tráfico y esos policías de ahí fuera que no me dejaban entrar… – No te preocupes, pasa, pasa. Entramos en un despacho muy elegante: sotas de cuero, una mesa de cristal, italiana seguramente, y cuadros muy caros en las paredes. Un Tapies, un Miralles, un Arroyo y una litografía de Miró [8] . «Publimagen» era realmente una empresa muy importante, la agencia de publicidad más importante del país, según algunos. – Emma, por favor, que no nos moleste nadie -dijo Alberto a una chica sentada junto a la puerta de su despacho. Al fondo de un pasillo había muchos policías. En ese momento salió un fotógrafo. «La oficina de Zabaleta», pensé yo. La Castellana es una gran avenida que cruza Madrid de norte a sur. Actualmente es la zona más importante para el mundo de los negocios. Hay también muchas viviendas de lujo.

[6] En la Castellana [5] a esa hora había mucho tráfico. Media hora después el coche se paró delante de un lujoso edificio de oficinas. En la puerta había varios coches de la Policía Nacional [6] . – ¿A dónde va, señorita? -me preguntó un policía. – A «Publimagen». Soy detective privado y la empresa me ha contratado. – Yo no puedo dejar entrar a nadie -dijo él. – Pues yo tengo que entrar. Estaba empezando a ponerme nerviosa. – ¡Sánchez! Ve a buscar al sargento. El cabo habló con el sargento, el sargento con el teniente, el teniente con el inspector [7] , etcétera, etcétera. Por fin, a la una, entré en «Publimagen». Alberto estaba en la entrada. – Perdona, chico, el tráfico y esos policías de ahí fuera que no me dejaban entrar… – No te preocupes, pasa, pasa. Entramos en un despacho muy elegante: sotas de cuero, una mesa de cristal, italiana seguramente, y cuadros muy caros en las paredes. Un Tapies, un Miralles, un Arroyo y una litografía de Miró [8] . «Publimagen» era realmente una empresa muy importante, la agencia de publicidad más importante del país, según algunos. – Emma, por favor, que no nos moleste nadie -dijo Alberto a una chica sentada junto a la puerta de su despacho. Al fondo de un pasillo había muchos policías. En ese momento salió un fotógrafo. «La oficina de Zabaleta», pensé yo. La Policía Nacional es uno de los diversos cuerpos de policía que hay en España.

[7] El cabo habló con el sargento, el sargento con el teniente, el teniente con el inspector [7] , etcétera, etcétera. Por fin, a la una, entré en «Publimagen». Alberto estaba en la entrada. – Perdona, chico, el tráfico y esos policías de ahí fuera que no me dejaban entrar… – No te preocupes, pasa, pasa. Entramos en un despacho muy elegante: sotas de cuero, una mesa de cristal, italiana seguramente, y cuadros muy caros en las paredes. Un Tapies, un Miralles, un Arroyo y una litografía de Miró [8] . «Publimagen» era realmente una empresa muy importante, la agencia de publicidad más importante del país, según algunos. – Emma, por favor, que no nos moleste nadie -dijo Alberto a una chica sentada junto a la puerta de su despacho. Al fondo de un pasillo había muchos policías. En ese momento salió un fotógrafo. «La oficina de Zabaleta», pensé yo. Cabo, sargento, teniente e inspector son diferentes graduaciones en la policía.

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