P. James - Muerte en la clínica privada

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Cuando la prestigiosa periodista de investigación Rhoda Gradwyn ingresa en Cheverell-Powell, en Dorset, para quitar una antiestética y antigua cicatriz que le atraviesa el rostro, confía en ser operada por un cirujano célebre y pasar una tranquila semana de convalecencia en una de las mansiones más bonitas de Dorset. Nada le hace presagiar que no saldrá con vida de Cheverell Manor. El inspector Adam Dalgliesh y su equipo se encargarán del caso. Pronto toparán con un segundo asesinato, y tendrán que afrontar problemas mucho más complejos que la cuestión de la inocencia o la culpabilidad.

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– ¿Te has enterado? -dijo ella-. El inspector Howard ha practicado una detención. Ya no tenemos por qué imaginárnoslo por ahí, quizás haciéndolo de nuevo. Y Annie está mejorando.

– Andy Howard me ha llamado -dijo Dalgliesh-. Es una noticia fantástica, cariño, sobre todo lo de Annie.

– Me he encontrado con Benton y Kate en Wareham antes de que salieran para Londres -dijo Emma acudiendo al abrazo de él-. Pensaba que igual te gustaría volver a casa acompañado.

QUINTA PARTE

Primavera
Dorset, Cambridge

1

El primer día oficial de primavera, George Chandler-Powell y Helena Cressett estaban sentados uno al lado del otro ante el escritorio de la oficina. Durante tres horas habían estudiado y analizado una serie de cifras, inventarios y planos de arquitectos y ahora, como en virtud de un acuerdo tácito, estiraron ambos la mano para apagar el ordenador.

Reclinándose en la silla, Chandler-Powell dijo:

– Así que desde el punto de vista económico es posible. Desde luego, esto depende de que yo esté bien de salud e incremente la lista de pacientes privados en Saint Ángela. Los ingresos del restaurante no mantendrán siquiera el jardín, al principio desde luego no.

Helena estaba doblando y guardando los planos.

– Hemos sido prudentes al calcular los ingresos de Saint Ángela. Incluso con las visitas actuales, has llegado a los dos tercios de nuestra estimación sobre los tres últimos años. De acuerdo, reformar el edificio del establo es más caro de lo que habías previsto, pero el arquitecto ha hecho un buen trabajo, y debería salir por un coste ligeramente inferior. Si tus acciones de Far East van bien, podrías cubrir el coste con la cartera o pedir un préstamo bancario.

– ¿Hemos de anunciar el restaurante en la verja?

– No necesariamente. Pero en algún sitio debemos poner un letrero con los horarios. Hay que ser muy puntilloso, George, O estás dirigiendo una empresa comercial o no.

– Dean y Kimberley Bostock parecen contentos -dijo Chandler-Powell-, pero debe de haber un límite para lo que pueden hacer.

– Es por eso por lo que, cuando el restaurante esté asentado, contrataremos ayudantes a tiempo parcial y otro cocinero -dijo Helena-. Sin pacientes (que en la Mansión siempre han sido exigentes), sólo cocinarán para ti, cuando estés aquí, para el personal residente y para mí. Dean está eufórico. Lo que estamos planeando es ambicioso, un restaurante de primera clase, no un salón de té, que atraerá clientes de la periferia del condado y más allá. Dean es un chef excelente. No lo vas a retener si no le ofreces la posibilidad de desplegar sus habilidades. Ahora que Kimberley está felizmente embarazada, nunca había visto a Dean tan contento y satisfecho mientras me ayuda a organizar un restaurante que podrá sentir como propio. Y el niño no será ningún problema. La Mansión necesita un niño.

Chandler-Powell se puso en pie y estiró los brazos por encima de la cabeza.

– Vamos a pasear por las piedras -dijo-. Hace demasiado buen día para estar aquí sentados.

Se pusieron las chaquetas en silencio y salieron por la puerta oeste. Ya había sido demolida la suite de operaciones, y el material médico que quedaba había sido retirado.

– Tendrás que decidir qué quieres hacer con el ala oeste -dijo Helena.

– Dejaremos las suites tal como están. Si necesitamos más personal, serán de utilidad. Te alegra que la clínica haya desaparecido, ¿verdad? Nunca te gustó la idea.

– ¿Tanto se me notaba? Lo siento, pero siempre fue una anomalía. No era propio de este lugar.

– Y dentro de cien años habrá caído en el olvido.

– Lo dudo. Será parte de la historia de la Mansión. Y no creo que nadie olvide nunca a tu última paciente privada.

– Candace me avisó -dijo él-. Nunca la quiso tener aquí. Si yo la hubiera operado en Londres, ella no habría muerto y nuestras vidas serían diferentes.

– Diferentes pero no forzosamente mejores -dijo Helena-. ¿Te creíste la confesión de Candace?

– La primera parte, la del asesinato de Rhoda, sí.

– ¿Asesinato u homicidio involuntario?

– Creo que perdió los estribos, pero no fue amenazada ni provocada. Me parece que un jurado habría emitido un veredicto de asesinato.

– Eso si el caso hubiera llegado a un tribunal -dijo ella-. El comandante Dalgliesh no tenía suficientes pruebas para detener a nadie.

– Creo que estaba cerca.

– Entonces corría un riesgo. ¿Qué pruebas tenía? No había informe forense. Podía haberlo hecho cualquiera de nosotros. Sin la agresión contra Sharon y la confesión de Candace, el caso no se habría resuelto nunca.

– Si es que se ha resuelto, naturalmente.

– ¿Crees posible que ella mintiera para proteger a alguien? -dijo Helena.

– No, esto es absurdo, ¿y por quién lo haría salvo por su hermano? No, mató a Rhoda Gradwyn y creo que intentó matar también a Robin Boyton. Eso lo admitió.

– Pero ¿por qué? ¿Qué sabía o imaginaba él que lo convirtiera en alguien tan peligroso? Antes de agredir a Sharon, ¿estaba ella realmente en peligro? Si hubiera sido acusada de asesinar a Gradwyn y Boyton, cualquier abogado competente habría podido convencer al jurado de que había una duda razonable. Lo que demostró su culpabilidad fue el ataque a Sharon. Entonces, ¿por qué lo hizo? Dijo que porque Sharon la había visto salir de la Mansión aquel viernes por la noche. Pero ¿por qué no mentir sobre ello? ¿Quién creería la historia de Sharon si Candace la negaba? Y esa forma de agredir a Sharon… ¿Cómo llegó a imaginar que se saldría con la suya?

– Creo que Candace ya estaba harta. Quería poner punto final -dijo George.

– ¿Punto final a qué? ¿A la sospecha y la incertidumbre constantes? ¿Al riesgo de que alguien quizá creyera que su hermano era el responsable? ¿O quería limpiar el nombre del resto de nosotros? No parece probable.

– A sí misma. Creo que para ella ya no valía la pena vivir en su mundo.

– Todos sentimos esto a veces -dijo Helena.

– Pero luego no pasa nada, no es real, sabemos que no es real. Para poder sentir esto, yo tendría que sufrir un dolor continuo e insoportable, ver que me falla la cabeza, que pierdo mi independencia, mi trabajo.

– Creo que a Candace le fallaba la cabeza, que sabía que estaba loca. Vamos al círculo de piedras. Está muerta, y ahora todo lo que siento por ella es lástima.

– ¿Lástima? -De repente George habló con voz áspera-. Pues yo no siento lástima. Mató a mi paciente. Hice un buen trabajo con aquella cicatriz.

Ella lo miró y luego se volvió, pero en esa mirada fugaz él había captado algo inquietantemente próximo a una mezcla de sorpresa y complicidad divertida.

– La última paciente privada de la Mansión -dijo Helena-. Bueno, sin duda lo era. Privada. ¿Qué sabíamos los demás sobre ella? ¿Qué sabías tú?

– Sólo que quería librarse de la cicatriz porque ya no la necesitaba.

Echaron a andar uno al lado del otro por la senda de los limeros. Los brotes se habían abierto y los árboles exhibían el primer verdor transitorio de la primavera.

– Los planes para el restaurante… -dijo Chandler-Powell-, claro, todo depende de si estás dispuesta a quedarte.

– Necesitarás a alguien que se haga cargo. Llámalo administrador, organizador general, encargado o secretaria. Básicamente las funciones no serán muy distintas. Desde luego puedo quedarme hasta que encuentres a la persona adecuada.

Caminaban en silencio. De pronto, sin pararse, él dijo:

– Yo pensaba en algo más permanente, más exigente, supongo. Tú quizá dirás menos atractivo, al menos para ti. Para mí ha sido algo demasiado importante para exponerme a un desengaño. Por eso no he hablado antes. Te estoy pidiendo que te cases conmigo. Creo que juntos podemos ser felices.

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