Mark Billingham - En la oscuridad

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Durante una noche de lluvia, Theo Shirley, un chico de diecisiete años, dispara al coche de una mujer cumpliendo así con la ceremonia de iniciación para formar parte de una banda. Ella no muere, pero su coche se estrella contra una parada de autobuses, matando a un policía.
La novia de éste, también policía, no acepta que su muerte haya sido un accidente. En su deseo por descubrir la verdad, llevará a cabo su propia investigación e irá descubriendo oscuros secretos que nos conducirán a un sorprendente giro final de la historia.

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No he matado a nadie. Y t ú pusiste mucho de tu parte.

S í , ya, por aquella é poca beb í a…

Atacar la hacía sentirse bien, aunque sólo fuese en su imaginación.

La camarera llegó. Se reclinaron en sus sillas y la dejaron colocar los platos. Jenny esperó un minuto, se dedicó a su entrante y luego dijo:

– Deberías volver a verle.

– ¿Qué?

El local no estaba muy lleno, sólo había unas cuantas mesas ocupadas, pero el sonido se transmitía con facilidad y ambas bajaron la voz.

– No digo inmediatamente, por amor de Dios.

– Ah, bueno.

– Tal vez más adelante -Helen había bajado la cabeza, la sacudía, y Jenny esperó a que parase-. Sentías algo por Adam. Sabes que es cierto.

– Sólo fue un rollo. Una estupidez.

– Sucedió porque sabías que algo iba mal entre tú y Paul.

– Yo fui la que estropeó las cosas, ¿vale?

Jenny no dijo nada, se limitó a mirarla, avergonzada, consciente de que había gente detrás de ella.

– Simplemente te encantó la idea porque nunca te gustó Paul desde un principio.

– Nunca me gustó ver que te conformabas con algo -dijo Jenny.

– Chorradas -por encima del hombro de Jenny, una mujer sentada en la mesa de la esquina estiró el cuello. Helen la miró directamente hasta que la mujer volvió a su cena, luego volvió a hablar en un susurro-: Eso son chorradas, Jen…

La tensión que Helen había temido se abría paso por la mesa. Era imposible establecer contacto visual y, cuando Jenny fue a coger más agua, ambas miraron fijamente el vaso.

– En realidad, nunca dijiste de quién era el niño.

– Es de Paul -dijo Helen.

– Nunca lo dijiste, eso es todo.

– Es de Paul.

Les trajeron el plato principal y después hablaron de su padre, de los hijos de Jenny, pero la conversación era desganada y esporádica. El cordero de Helen estaba perfecto, y tenía más hambre de la que había previsto, pero no pudo terminárselo.

Era tarde, y Theo estaba en casa viendo un DVD con Javine cuando Easy se pasó con unas latas de cerveza y algo de hierba. Javine aceptó un porro de Easy a regañadientes y le dijo que no hiciese ruido, pero no dijo más y se quedó allí sentada, pegada a la pantalla, negándose a que la obligasen a irse a la cama. Easy hizo un comentario o dos sobre la película y puso los ojos en blanco, hasta que por fin Theo captó las indirectas contradictorias de ambos y le dijo a Easy que deberían tomarse las cervezas fuera.

Compartieron un porro y miraron por encima del muro que recorría el borde de la pasarela. Había dos chicas dando vueltas en bicicleta a oscuras, y una pareja joven en los columpios hechos con neumáticos del centro, meciéndose lentamente, el uno junto al otro. No los veía, pero Theo sabía que los críos andarían por la parte más alejada de los garajes, cerca de la calle. Estarían vacilándose unos a otros y mirando fijamente cualquier coche que pasase, asegurándose de que todo el mundo supiese que todo les importaba una mierda.

Theo pensó que eran como pequeñas ratas.

– ¿A qué venía lo de ayer en el billar? -preguntó Easy.

– No estaba de humor, eso es todo.

– Pues avisa la próxima vez que no estés de humor. Me viene bien la pasta.

Tres plantas más abajo, el chico del columpio gritó algo a las chicas de las bicis. Una de ellas le respondió y se alejó en la penumbra, por el callejón que llevaba a la urbanización de al lado.

– ¿Has pensado mucho en lo de Mikey y SnapZ? -preguntó Theo.

– Pensé, ¡gracias a Dios que no he sido yo, joder!

– En lo que pasó, quiero decir.

– Todo el mundo sabe lo que pasó, T.

– ¿Pero has pensado por qué?

Easy soltó una bocanada de humo.

– ¿Ya estás otra vez con esa tontería de lo del territorio, tío? ¿Con lo de que me he metido en el terreno de alguien y todo eso?

– No… -La noche era cálida y Theo llevaba una camiseta. Miró el fino tejido que le cubría el pecho, lo observó moverse con los fuertes latidos de su corazón.

– He estado hablando con Wave -dijo Easy.

El tejido empezó a moverse un poco más rápido.

– ¿Recuerdas lo de los triángulos?

– Sí.

– Las cosas tienen que cambiar un poco, ¿vale? Por lo que ha sucedido. Tiene que entrar gente distinta en la casa y unas cuantas caras nuevas por abajo. Para trabajar las esquinas, pasar el material y todo eso, ¿lo pillas?

Theo asintió. Vacantes para unas cuantas ratas.

– Es una oportunidad para que asciendas, tío.

– ¿Tú vas a ascender, entonces?

Easy dio un sorbo a su cerveza.

– Tú asciendes al mismo tiempo que yo, Estrella. Nosotros dos vamos a controlar las cosas juntos. Es un chollo, T, te lo juro. Echarle un ojo a cómo va todo y contárselo a Wave. Serás como mi, ¿cómo se dice?, mi lugarteniente o algo.

– Deja que me lo piense, tío.

– No hay nada que pensar.

– Ya lo veré.

– ¿Qué? -Meneó la cabeza indicando la puerta de la casa de Theo-. ¿Quieres consultarlo con tu novia?

Theo no dijo nada.

Easy se acercó a él, con el gesto burlón de su boca convertido en algo más siniestro.

– Será mejor que te lo pienses bien, ¿me entiendes? Te estoy hablando de algo serio.

Theo ya estaba pensando. En el dinero extra, en el hecho de que las cosas difícilmente podían ir a peor. En lo mucho que su último ascenso le había costado.

– Eso que dijiste antes, lo de que gracias a Dios no habías sido tú…

Easy se encogió de hombros.

– ¿Qué?

– En aquel coche íbamos todos, tío.

– ¿Y?

– Mikey y SnapZ. Wave. Tú y yo.

Lo que quedaba del porro de Easy voló por encima del muro y cayó. Respiraba con dificultad. Theo observó el lento movimiento de la cabeza, el intento de buscar una expresión de sorpresa o incredulidad, pero sabía que estaba sugiriendo algo que ya se le había ocurrido a Easy.

– Se te ha ido la puta olla, Estrella.

– Sólo digo que no es una coincidencia.

– ¿Te has dado un golpe en la cabeza o algo? ¿Esa zorra te ha tirado una sartén a la cabeza, tío?

– A lo mejor deberíamos hablar con Wave.

– Lo que escribí sobre ti…

– Sólo digo que hay que tener cuidado.

Easy golpeó la pared con una mano mientras hablaba, su ira iba en aumento.

– Toda esa mierda, ese testimonio o lo que sea…

– Estoy cagado, Easy, no me importa decírtelo, ¿vale?

Easy estaba pegado a la cara de Theo, presionándole su lata de cerveza contra el cuello y salpicándolo de saliva.

– Puedes cagarte todo lo que quieras, ¿vale?, pero no me cuentes mierdas. No quiero oírlas, y no quiero verte pensando en ello. Y no quiero volverte a oír abrir la boca sobre esto. ¿Me entiendes?

Theo asintió.

Easy retrocedió, le miró fijamente durante unos segundos, luego lanzó la lata rápidamente y con fuerza contra el pecho de Theo. Ya se estaba alejando mientras la cerveza volaba por todas partes y la lata rebotaba y daba vueltas en el suelo.

Los gritos habían hecho que Javine y otras dos personas salieran a sus puertas, pero Theo no levantó la vista. Se quedó mirando la lata soltando espuma sobre la pasarela de cemento, la cerveza corriendo como una meada y goteando sobre la hierba de abajo.

Paul y Adam Perrin habían sido colocados juntos en el féretro, ambos con sus uniformes de gala, de la cabeza a los pies, como niños durmiendo en una misma cama. Por alguna razón, no se habían molestado en ponerle la tapa, y en cuanto la primera palada de tierra les dio en la cara, se incorporaron juntos como un resorte, perfectamente sincronizados, como un dúo, escupiendo tierra y riendo.

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