Mark Billingham - En la oscuridad

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Durante una noche de lluvia, Theo Shirley, un chico de diecisiete años, dispara al coche de una mujer cumpliendo así con la ceremonia de iniciación para formar parte de una banda. Ella no muere, pero su coche se estrella contra una parada de autobuses, matando a un policía.
La novia de éste, también policía, no acepta que su muerte haya sido un accidente. En su deseo por descubrir la verdad, llevará a cabo su propia investigación e irá descubriendo oscuros secretos que nos conducirán a un sorprendente giro final de la historia.

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– ¿Algún ruido horrible con demasiada batería y sin melodía? -preguntó Frank.

Ella se rio y dijo que haría lo posible por encontrar algo realmente molesto.

Frank salió tras ella y la vio subir las escaleras, luego siguió hasta la cocina para prepararse algo de cenar.

Veintinueve

Sin duda, el poli que se presentó en la puerta de Helen el sábado por la mañana no había ido a hablar de los trámites de la pensión. Pero, por suerte, tampoco era un chupatintas. El hombre que se presentó como el inspector jefe Jeff Moody le entregó su identificación, y Helen reconoció el logo distintivo. El gran felino que se abalanzaba sobre un estilizado globo terráqueo se suponía que representaba una fiera determinación unida a una perspectiva internacional, pero también se había revelado que el diseño había costado 160.000 libras procedentes de las arcas públicas, y la consiguiente polémica no había sido precisamente la mejor publicidad para la recién creada SOCA, la Agencia contra la Delincuencia Organizada Grave.

Helen invitó a Moody a pasar, bromeando sobre su placa mientras lo conducía al salón y le preguntaba si quería un té. Él le dijo que un poco de agua estaría bien. Que en cuanto a la polémica del logo, los Juegos Olímpicos les habían quitado del candelero, con aquel garabato multicolor que había costado casi cuatro veces más y era todavía más impopular.

– También provoca ataques en la gente -dijo Helen.

– Bueno, nosotros tenemos fama de hacerlo…

Helen se rio mientras le traía su agua y siguió con la charleta, pero la cabeza le iba a mil todo el rato, intentando imaginar qué podía querer de ella un agente de la SOCA; luchando por impedir que su cara mostrase que tenía algo que temer.

Moody tenía unos cincuenta años, era alto y flaco, con gafas y una buena mata de pelo grisáceo. Llevaba un bonito traje y corbata y Helen supuso que la mayoría de la gente le tomaría por contable; arquitecto, siendo generosos. Él se sentó en el sofá y Helen se sentó a la mesa, negándose instintivamente a dejar que estuviese por encima de ella. Imaginó que él sabía exactamente lo que ella estaba haciendo.

Se aclaró la garganta y sacó una carpeta de su maletín.

– Ha estado ocupada, Helen. Especialmente teniendo en cuenta su situación.

La cabeza de Helen seguía pegando botes. Al menos no había dicho «estado». Ella dijo algo sobre la necesidad de hacer ejercicio.

– Muy ocupada… -Hojeó las páginas de su carpeta, levantó la vista-. Tiene una idea general de lo que hace la Agencia, ¿verdad?

Helen dijo que sabía tanto como cualquiera que no perteneciese a ella, pero que se había leído la literatura. Lo que llamaban el FBI británico, una fusión de la Brigada Nacional del Crimen, el Servicio Nacional de Inteligencia Criminal y parte de Hacienda, Aduanas e Inmigración. Llevaba un par de años en marcha y ya había quien decía que aquella supuesta alianza sagrada había resultado ser una especie de batiburrillo perverso.

– No es difícil ver por qué pueden haberse dado ciertos problemas iniciales -dijo.

Moody sonrió.

– Exacto. Los polis y el fisco no constituyen necesariamente un matrimonio perfecto. Por no hablar de los que llevan esos guantes de látex especiales -estaba haciendo todo lo posible por resultar agradable, y Helen pensó que lo estaba haciendo bastante bien.

Parecía que por fin tenía sus papeles en orden.

– Así que…

– ¿Quiere más agua?

Dijo que estaba servido.

– Debería saber que hemos estado siguiendo sus movimientos desde que comprobó los datos del vehículo de Ray Jackson.

El dócil taxista de Kevin Shepherd. Helen no sabía qué decir.

– Jackson es una persona de interés para nosotros, por razones que estoy seguro de que puede imaginar, por lo que cualquier pesquisa relacionada con él queda registrada en nuestro sistema de inmediato.

– Qué práctico -dijo Helen.

– Desde entonces, sabemos que ha mantenido encuentros de un tipo u otro con Kevin Shepherd y Frank Linnell. Bueno, ha estado haciendo toda clase de cosas, pero esas son las que consideramos más relevantes.

– ¿«Relevantes» en qué sentido exactamente?

Moody movió una mano, como si fuese a ahorrarle la molestia, como si hubiese un modo fácil y rápido de proceder.

– Sabemos por qué, Helen.

Poco más podía hacer que asentir.

– Sabemos que estaba siguiendo los pasos de Paul.

– No al principio…

– ¿Le importaría decirme cómo averiguó el nombre de Ray Jackson?

Helen se tomó unos segundos, luego le habló a Moody de los tiques de aparcamiento. Describió su visita al centro de seguimiento del CCTV y le dijo que había visto a Paul subiendo al mismo taxi en dos ocasiones distintas. Cómo eso le había intrigado. Se sentía como si estuviese confesando ser una zorra desconfiada y llena de sospechas y, cuando terminó, respiraba con dificultad.

Moody se puso de pie y le ofreció un vaso de agua. Ella negó con la cabeza y él volvió a sentarse.

– No ha tenido que ser fácil desde ese momento.

– No muy fácil, no.

– Sentimientos encontrados…

– Por decirlo suavemente.

– Mire, puedo imaginar lo que ha tenido que sentir, lo que habrá pasado, encima de… todo lo demás. Bueno, no tengo ni puñetera idea, en realidad, pero puedo suponerlo -hizo los papeles a un lado-. Siento que haya tenido que pasar.

– ¿Perdón?

– Pero ahora puede dejarlo, ¿de acuerdo?

Helen esperó. Tenía una mano abierta sobre la mesa, pero la otra estaba cerrada en un puño, a un costado.

– La Agencia recluta agentes de todos los departamentos, ¿sabe? Y en la mayoría de los casos no se hacen comunicados de prensa al respecto.

– Escuche, está empezando a confundirme…

– Puede relajarse, Helen, eso es lo que le estoy diciendo. No pasa nada. Paul estaba trabajando para nosotros…

Asomándose al final de la pasarela, Theo podía mirar desde la esquina de la urbanización al bloque de al lado y ver las idas y venidas. También.se había apostado allí el día anterior y había observado durante horas: la llegada de los coches patrulla, al menos media docena; los hombres y mujeres colocando las cintas y las tiendas y repartiéndose por las calles adyacentes; las bolsas con los cuerpos saliendo y siendo cargadas en la furgoneta del depósito de cadáveres.

Al perro lo habían sacado en una bolsa de basura negra.

En cuanto había salido del piso franco, había llamado a Easy y le había dicho que le devolviese la llamada inmediatamente. Luego había vuelto a llamar, preocupado porque Easy se tomase su tiempo después de la discusión que habían tenido, y le había contado exactamente por qué necesitaba hablar con él. Temiendo que Javine estuviese en casa, había llamado a la policía desde la calle, les había dado la dirección y luego había vuelto a su casa y se había pasado media hora en la ducha, tratando de sacarse de encima aquel hedor.

No parecía haber mucho movimiento ahora, pero Theo no era capaz de arrancarse de allí. Se preguntó cuándo recibirían la llamada el padre y la madre de Sugar Boy. Se preguntó qué era aquello que los polis se untaban bajo la nariz antes de entrar, y si podía comprarse en el Boots.

Volvió a comprobar su teléfono, aunque sabía que tenía una cobertura perfecta.

Seguía esperando a que Easy le devolviese la llamada.

– El trabajo de Paul consistía en seguir a otros agentes -dijo Moody-, en conseguir pruebas para poder inculpar a cualquier agente que pasase información a miembros de la delincuencia organizada. Individuos, bandas, lo que fuese.

– ¿Desde cuándo? -preguntó Helen. Se había trasladado al sillón y estaba examinando parte de los papeles que Moody había considerado apropiado que viese. Había fotocopias de informes, informes de vigilancia, detalles de reuniones. La mayor parte de los nombres y las ubicaciones estaban ocultos.

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