– ¿No lo está haciendo Wave?
Entró otra bola.
– Wave está haciendo lo que él hace.
Theo no le había visto demasiado el pelo a Wave desde que había empezado todo. No había visto a demasiados miembros de la pandilla por ahí en grupos de tres o cuatro como solían andar. Todo se debía a lo de Mikey y SnapZ, lo sabía, pero aun así, llevaba dos o tres días, tal vez más, sin ver ciertas caras en las esquinas habituales.
– Así anda con cuidado, ¿no?
– Si sabe lo que le conviene… -dijo Easy.
– ¿Anda con Wave?
– Anda pegado a su culo, más bien.
– Hace tiempo que tampoco veo a Ollie -dijo Theo.
Y entonces aquella mirada, como un puñetazo, y una terrible certeza que empezó a apoderarse de Theo mientras esperaba a que Easy se diese la vuelta y apoyase una mano en el borde de la mesa para sujetarse.
Recordó una noche de sábado, dos días después de que mataran a Mikey, en que la pandilla se había reunido en el Dirty South. Para beber y fumar hasta quedarse tontos. Para reagruparse.
Había estado escuchando a un grupo en la parte de atrás; cuando tuvo suficiente, volvió para unirse a la pandilla. Easy había estado gritón, desbarrando, yendo de un miembro de la pandilla a otro; animándoles como un entrenador de fútbol que intentaba animar a un equipo perdedor para el segundo tiempo.
Ollie estaba en una esquina, agarrado a una botella, y Theo recordó a Wave y Gospel sumidos en una conversación a unos metros, en un sofá junto a la puerta. Se había fijado en los cortes y las magulladuras que Gospel tenía en la cara cuando se acercó para hablar en voz baja; había visto a Wave ponerle los dedos en la nuca mientras hablaba, sin duda haciéndose ya con parte de lo que Ollie deseaba.
Theo había visto la mirada de Wave cuando Gospel terminó de hablar, y la mirada de Ollie al ver a Wave girarse para mirarle. Volvió a verlo todo al pensar en esa noche y oyó la voz de Dennis Brown, bien alta, por encima del recuerdo sordo del grupo que tocaba en la parte de atrás. La letra de la canción que había estado escuchando unos días antes.
Wolves and Leopards,
Are trying to kill the sheep and the shepherds.
Too much informers,
Too much tale-bearers… [2]
Cuando Easy levantó la mirada desde la mesa de billar, supo que no volvería a ver a Ollie. Sólo podía esperar, por el bien del chaval, que no fuese Easy quien se había encargado de él. Conocía la capacidad para la violencia de su amigo. Así le sacaba al menos treinta centímetros a Easy, pero Theo sabía por quién apostaría llegado el momento.
Easy dejó una bola en la boca de una tronera, soltó un taco y se incorporó.
– Te toca, T.
Theo tenía la cabeza a mil. Si Wave sabía que Ollie había estado hablando con quien no debía, tal vez también supiese quién era esa persona. Tal vez ya estuviese tomando medidas para parar lo que estaba pasando. Quizá despachasen también a Easy para arreglar la situación…
– T…
Theo se agachó y metió la bola negra en una tronera con la mano.
– ¿Qué coño haces, tío? -dijo Easy.
Theo puso un billete de diez sobre la mesa y dijo:
– Me voy a casa.
Helen había bajado hasta la tienda turca en cuanto terminaron las noticias de mediodía. La mujer del dueño le había dado un poco de baklava relleno de pistacho recién hecho. Helen había comprado también un poco de pan y queso y se lo había llevado todo al parquecito de enfrente para comer.
Cuando volvió a casa, había tres mensajes en el contestador. Los dos primeros habían colgado sin decir nada. Había tenido varias llamadas de ese tipo durante la última semana o así, y todas las veces habían llamado con número oculto y habían esperado diez o quince segundos antes de colgar. Como si se conformasen con no hablar, o tuviesen demasiado miedo para decir algo.
Helen estaba bastante segura de que quien llamaba era un hombre. Y de que no se había equivocado de número.
El tercer mensaje era de una mujer, una auxiliar administrativa de la Brigada de Homicidios de la Zona Oeste.
Al parecer, el responsable de la investigación estaba satisfecho con el rumbo de la misma. Se había reunido con el forense, que se alegraba de autorizar el entierro y emitir un certificado de defunción provisional. Así las cosas, el responsable de la investigación se alegraba a su vez de poder entregar el cuerpo del subinspector Hopwood al día siguiente.
Se alegraba.
Al pub no le faltaba mucho para estar listo, y Clive había dicho que estaba resolviendo lo del distrito SE3, así que Frank se fue temprano al despacho que tenía alquilado detrás de Christ College y pasó la mañana poniéndose al día con otros negocios.
Tenía un montón de permisos de construcción e informes sobre tres locales comerciales nuevos cuya compra estaba tramitando por revisar. Acordó las tarifas de fin de semana con un nuevo contratista polaco y organizó «regalos» para dos concejales distintos cuya buena voluntad le vendría bien para una nueva promoción que se estaba planteando hacer en Battersea. Hizo unas cuantas llamadas y gestionó la entrega de varias cajas de buen vino y relojes «para él y para ella».
Todo formaba parte del juego. Gastos justificados. Su contable podía registrar esas adquisiciones como «regalos de empresa» en los libros de registro.
Después fue a ver a la madre de Laura. Iba solo en el coche, al volante, para variar. No quería que ninguno de sus empleados, ni siquiera Clive, tuviese acceso a aquel aspecto de su vida privada.
La madre de Laura vivía en un dúplex que Frank le había comprado hacía unos años en una bonita zona de Eltham. También le había regalado un pequeño utilitario, algo para que pudiese moverse por ahí; pero Frank tenía la impresión de que no salía mucho de casa últimamente. Aunque para entonces el negocio ya estaba montado y funcionando, Frank había empezado a visitarla con tanta frecuencia como le era posible en cuanto había descubierto que tenía una hermana, y siempre se iba con la sensación de haber hecho algo bueno.
Ella se emocionó al verle, como siempre. Le dijo lo mucho que le agradecía que hubiese ido a verla, lo mucho que le agradecía todo, y sus ojos se llenaron de lágrimas antes de que Frank entrase siquiera. Notó el olor a alcohol que desprendía cuando le abrazó.
Hablaron de Laura, como siempre, mientras Frank se tomaba zumo de naranja y ella abría otra botella de vino. Le preguntó por sus negocios y él le habló del pub. Ella dijo que sonaba de maravilla, que de joven le gustaba salir alguna noche que otra, cuando los pubs no estaban llenos de música chillona y gente viendo el fútbol.
– Laura se quedaba sentada fuera, más buena que el pan. Le sacábamos una botella de Coca-Cola y unas patatas.
– Mi madre hacía eso conmigo -dijo Frank.
– ¿Ves?
– A él le gustaba beber, ¿verdad?
En cuanto le mencionó a «él», el tono de la conversación cambió. El viejo de Frank les había abandonado a él y a su madre, y luego había hecho exactamente lo mismo, muchos años después, cuando Laura tenía más o menos la misma edad que Frank por entonces. La" madre de Laura solía sacar una foto de un hombre de rasgos afilados que se parecía muchísimo a Frank. Luego siempre decía:
– Has sido más padre para ella de lo que ese capullo inútil lo fue en toda su vida.
Frank se había pasado años buscando a su padre, se había dejado un buen dinero en detectives privados que no le habían llevado a ninguna parte. Todavía tenía la esperanza de ajustar las cuentas con él algún día.
Demostrarle a aquel inútil hasta dónde había llegado exactamente…
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