– ¿Ah, sí? ¿En casa de quién?
– Eso no me lo ha dicho.
– ¿Ha dejado algún número de teléfono?
– No. Es un hombre adulto. A mí me pareció que estaba en casa de una mujer.
– ¿Y eso por qué?
– Precisamente porque actuaba con tanto secretismo. Si no, me suele decir dónde está.
– ¿Llamó al teléfono fijo o al móvil?
– Al fijo.
– ¿Tiene identificador de llamada en el teléfono?
– Sí, en efecto, lo tengo.
Karin se levantó y se dirigió al vestíbulo. Volvió después de un momento.
– No, no se ve. Debe de ser un número oculto.
– ¿Tiene teléfono móvil?
Doris Johnsson estaba en el vano de la puerta, y miró con expresión desafiante a los policías que estaban sentados en el sofá.
– Antes de seguir respondiendo a más preguntas, quiero saber qué es lo que ha ocurrido. Yo también conocía a Henry. Tendrán que contármelo todo.
– Sí, claro -titubeó Wittberg, que parecía francamente impresionado por la actitud autoritaria de la corpulenta mujer.
– A Henry lo encontraron ayer por la tarde Bengt y el portero en su cuarto de revelado, en el sótano de la casa en donde vivía. Lo habían matado, no puedo explicarle cómo. Cuando el portero se fue para llamar a la policía, Bengt desapareció y no ha dado señales de vida desde entonces. Por lo tanto, para nosotros, es muy importante ponernos en contacto con él.
– Se asustaría, claro.
– Es muy posible, pero, para poder apresar al autor del crimen, debemos hablar con todos los que han visto algo o puedan contarnos qué se traía entre manos Henry los días anteriores al asesinato. ¿Tiene alguna idea de dónde puede estar Bengt?
– No, conoce a tanta gente. Lo que puedo hacer es llamar a sus amigos a ver si ellos lo saben.
– ¿Cuándo fue la última vez que vio usted a Bengt, quiero decir que lo vio realmente? -apostilló Karin.
– Vamos a ver… Aparte de ayer por la tarde, entonces. Debió de ser ayer por la mañana. Durmió hasta tarde, como de costumbre. Se levantó a eso de las once y se tomó el desayuno cuando yo almorzaba. Luego se fue. No me dijo adonde iba a ir.
– ¿Qué aspecto tenía?
– Normal. No actuaba de forma extraña ni nada por el estilo.
– ¿Sabe si ha ocurrido algo raro últimamente?
Doris Johnsson se agarraba la tela del vestido.
– Noo -dijo indecisa.
De repente alargó los brazos.
– Ah, sí, precisamente. Henry ganó en las carreras. Acertó una quiniela V5 y fue el único ganador, así que ganó un montón de dinero. Ochenta mil coronas, creo. Me lo contó Bengt el otro día.
Karin y Wittberg la miraron asombrados.
– ¿Cuando fue eso?
– No fue este domingo, así que tuvo que ser el anterior. Sí, eso es, porque entonces fueron a las carreras.
– Y Henry ganó entonces ochenta mil. ¿Sabe qué hizo con el dinero?
– Comprar bebida, supongo. Una parte se la habrá gastado directamente en alcohol. En cuanto tienen dinero, se dedican a invitar a todos.
– ¿Qué más personas forman parte de su círculo de amistades?
– Hay uno que se llama Kjelle, con el que alternaba mucho, y un par de mujeres, Monica y Gunsan. Bueno, en realidad se llama Gun.
– ¿Los apellidos?
La señora meneó la cabeza.
– ¿Dónde viven?
– Eso tampoco lo sé, pero creo que aquí en la ciudad. Ah, y un tal Örjan también, por lo visto ha llegado aquí hace poco. Bengt me ha hablado de él últimamente. Creo que vive en la calle Styrmansgatan.
Se despidieron de Doris, que prometió ponerse en contacto con ellos tan pronto como supiera dónde se encontraba su hijo.
La información del premio ganado en la V 5 hacía que ahora existiera un móvil evidente para el asesinato.
Knutas se había llevado sándwiches de pan danés de centeno, Smörrebröd, para el almuerzo. Recientemente había estado de visita su suegro y había hecho las delicias de toda la familia con los productos de Dinamarca que tanto les gustaban. Las tres rebanadas oscuras llevaban encima diferentes acompañamientos: paté de hígado de cerdo con una especie de calabaza en conserva que recordaba bastante al pepino, albóndigas en rodajas con remolacha en vinagre, y su favorito, el rullepölse, un embutido de carne de cerdo cocida, enrollada y ahumada. Todo ello regado con una cerveza bien fría.
Lo interrumpió una llamada en la puerta. Norrby asomó la cabeza.
– ¿Dispones de un momento?
– Claro.
Norrby dobló su cuerpo de casi dos metros de estatura en una de las sillas que Knutas tenía dispuestas para las visitas.
– He hablado con un vecino que tenía algo interesante que contar.
– ¿De qué se trata?
– Anna Larsson es una señora mayor que vive en el piso que está encima del de Dahlström. El lunes por la noche a las diez y media lo oyó salir. Llevaba puestas sus viejas zapatillas, que suenan en el suelo de una forma especial.
Knutas frunció el ceño.
– ¿Cómo pudo oírlo desde el interior de su apartamento?
– Buena pregunta, pero el caso es que su gato tenía diarrea.
– ¿Y?
– Anna Larsson vive sola y no tiene ningún balcón. Justo cuando estaba a punto de irse a la cama, el gato se cagó en el suelo. Olía tan mal que no podía dejar dentro la bolsa con la mierda. Ya se había puesto el camisón y no quería bajar hasta el contenedor de basuras por temor a encontrarse con algún vecino. Por eso dejó la bolsa provisionalmente en el rellano delante de su puerta. Pensó que si la tiraba por la mañana temprano nadie notaría nada.
– Ve al grano -cortó Knutas impaciente. La tendencia de Norrby a perderse en los detalles era a veces más irritante de lo normal.
– Pues bien, justo en el momento que ella abre la puerta, oye salir a Dahlström con las zapatillas puestas, que cierra la puerta y baja las escaleras del sótano.
– Está bien -concluyó Knutas dando unos golpecitos con la pipa en la mesa.
– La señora Larsson no piensa más en ello. Se acuesta y se duerme. A medianoche se despierta porque el gato maúlla. Esta vez se ha cagado en su habitación. Es evidente que el gato padece una fuerte gastroenteritis.
– Mmm.
– Se levanta, lo limpia y tiene otra bolsa con mierda de gato para dejar en el rellano. Cuando abre, alguien entra en el portal y se detiene frente a la puerta de Dahlström. Pero esta vez no oye el ruido de las zapatillas de Dahlström, sino a alguien que lleva zapatos de verdad. Le pica la curiosidad y se queda a escuchar. El desconocido no llama, pero la puerta se abre y quien sea entra, sin que ella oiga hablar a nadie.
Aquello sí que despertó el interés de Knutas. Se quedó con la pipa en el aire.
– ¿Qué pasó después?
– Después no oye nada más. Ni un sonido.
– ¿Tuvo la impresión de que alguien abrió la puerta de Dahlström desde dentro o la abrió la persona que estaba fuera?
– Cree que la abrió la persona que estaba fuera.
– ¿Por qué no ha contado esto antes?
– La interrogaron la misma tarde que encontraron muerto a Dahlström. Dice que se sentía estresada y muy disgustada, por eso entonces sólo mencionó que había oído a Dahlström bajar al sótano. Pero después empecé a preguntarme cómo podía estar tan segura. Por eso quería hablar con ella otra vez.
– Bien hecho -aprobó Knutas-. Es probable que oyera al asesino, pero también pudo ser Dahlström que hubiese vuelto a salir. Eso fue varias horas más tarde, ¿no?
– Es cierto, pero parece poco probable que volviera a salir otra vez, ¿no te parece?
– Tal vez. ¿Hizo esa señora alguna observación más después de que el hombre entrara en la casa?
– No, se acostó y volvió a quedarse dormida.
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