Anne Holt - La Diosa Ciega

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La exitosa abogada Karen Borg ha sacado a pasear a su perro cuando se tropieza con un cadáver. ¿De quién? Solo Dios sabe, el cuerpo ha perdido su cara. Hanne obtiene una confesión de un sospechoso vendedor de drogas quien también confiesa a Karen después de pedirle que le defienda. El sendero conduce a la cima de la profesión jurídica.
En esta primera entrega de la serie se presenta a los personajes -la brillante y también arrogante Hanne Wilhelmsen y sus colegas- y el escenario -un mundo en el que la diosa de la justicia lleva los ojos vendados-. La tarea del equipo de Wilhelmsen es destapar los ojos de esa diosa ciega. La trama parte de un asesinato que desata una investigación de una red de corrupción y drogas. A lo largo del libro se va descubriendo las partes implicadas en ésta y finalmente se conoce que ciertos miembros del cuerpo de la policía, así como del departamento de Justicia, participaron en la misma. El motivo: financiar las operaciones de los servicios secretos noruegos.

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La jefatura disponía ahora de una sala de emergencias, nombre que sonaba algo pretencioso hasta que uno entraba a las dependencias. Habían sobrado veinte metros cuadrados tras la redistribución del espacio en el área A 2.11, al fondo del pasillo que miraba hacia el nordeste; aquél era un lugar impersonal y bastante inservible. Lo llamaban sala de emergencias cuando se trataba de asuntos importantes; podía albergar en el mismo espacio a todo el personal y todo el papeleo a la vez, es decir, que, de algún modo, era relativamente funcional. Había dos teléfonos sobre sendos escritorios, colocados a su vez el uno frente al otro debajo de la ventana. Las patas eran metálicas, como todas las de los pupitres del edificio, y con los tableros inclinados formando una suerte de tejado. Sobre el caballete se balanceaban una bandeja llena de lápices roídos, gomas de borrar y bolígrafos baratos. Detrás de cada escritorio las paredes estaban tapizadas de estanterías vacías que recordaban a todo el mundo lo miserable de su situación y, en una habitación contigua, había una fotocopiadora demasiado vieja que ronroneaba monótona e irritantemente.

El inspector Kaldbakken lideró la reunión, era muy delgado y usaba un dialecto cuyas palabras desaparecían a medias en un murmullo borroso, pero no importaba, porque todos los presentes estaban acostumbrados y adivinaban lo que decía.

La subinspectora Hanne Wilhelmsen aclaró la situación, fue desmenuzando toda la información entre hechos y especulaciones, realidades y rumores. Desgraciadamente, dominaban las especulaciones y los rumores, aun así causaron cierta impresión en los presentes, pero los descubrimientos técnicos eran escasos y no impresionaban ya a nadie.

– Detengan al abogado Lavik -exhortó un joven policía, lleno de pecas y con la nariz respingona-. Hay que jugárselo todo a una carta, está a punto de reventar.

Un ángel pasó por la habitación; el embarazoso silencio indicó al joven que había metido la pata, empezó a morderse las uñas de vergüenza.

– ¿Tú qué dices, Håkon? ¿Qué es lo que tenemos, en realidad? -preguntó Hanne, que tenía mejor aspecto y que finalmente había decidido cortarse el pelo. Suponía una clara mejoría, el corte de pelo torcido que había lucido durante una semana era realmente cómico.

Håkon parecía ausente e hizo un esfuerzo por seguir la corriente.

– Si pudiésemos conseguir que Lavik hablara por propia voluntad, es posible que estuviéramos un poco más cerca. El problema es que, tácticamente, debemos lograr que el interrogatorio parezca auténtico. Sabemos… -Interrumpió la frase y empezó de nuevo-. Creemos que el hombre es culpable, hay demasiadas coincidencias, como el encuentro en plena noche con el fugitivo armado, las iniciales en los billetes de banco, la visita al patio trasero el día que Han van der Kerch recibió la nota de amenaza que le dejó petrificado. Y otro hecho más: Lavik visitó a Jacob Frøstrup pocas horas antes de que ese buen hombre decidiera acabar con su propia vida.

– Eso no significa nada -aseveró Wilhelmsen-. Todos sabemos que las cárceles están llenas de drogas. Los propios carceleros, por ejemplo, entran y salen a su libre albedrío, no tienen que pasar un solo control desde la calle hasta las celdas, si les apetece. -Tras meditar durante unos segundos, añadió-: En realidad es increíble. Es bastante extraño que los empleados de los grandes almacenes Steen & Strøm deban aceptar que se les registre para prevenir los hurtos mientras que los funcionarios de prisión se niegan a pasar los controles para evitar el contrabando de drogas en las cárceles.

– Los sindicatos, los sindicatos -murmuró Kaldbakken.

– Además, puede que el temor que siente Han van der Kerch por la cárcel tenga algo que ver con el caso. Tal vez sospeche de alguien dentro del sistema carcelario -prosiguió Hanne, sin dejarse afectar por las consideraciones políticas del inspector-. Me parece muy poco probable que Lavik se arriesgue a que le pillen con el maletín lleno de droga. La muerte de Frøstrup es sin duda una señal que viene a confirmar que el pavor que siente Van der Kerch por la cárcel está más que fundado.

– Pero este papelito es obra de Lavik, de eso estoy segura -dijo, sacando una bolsa que contenía la «advertencia» sin digerir.

La letra era borrosa y débil, pero nadie tuvo problema alguno para leer su mensaje.

– Parece una broma de mal gusto -se atrevió de nuevo el pelirrojo-. Ese tipo de historias tiene más que ver con las series policíacas que con esta casa.

Se rió entre dientes, fue el único en hacerlo.

– ¿Es posible que la gente entre en un estado psicótico por leer un mensaje como éste? -preguntó Kaldbakken en tono escéptico, ya que en treinta años de servicio no había visto nada igual.

– Le dieron un susto de muerte, nunca mejor dicho -intervino Wilhelmsen-. Seguro que tampoco lo estaba pasando bien antes, y este mensaje fue la gota que colmó el vaso. Por cierto, ya está mejor y ha vuelto a la cárcel… Bueno, mejor lo que se dice mejor… Está sentado en un rincón y se niega a hablar. Por lo que tengo entendido, tampoco Karen Borg consigue comunicarse con él; en mi opinión debería estar en un hospital, pero los devuelven al sistema penitenciario en cuanto son capaces de recordar su nombre.

Lo sabían perfectamente: la psiquiatría carcelaria era un ir y venir perpetuo, hacia delante y hacia atrás, hacia delante y hacia atrás. Los detenidos nunca mejoraban, sólo empeoraban.

– ¿Qué tal si solicitamos una conversación con La vik? -propuso Sand-. Apostamos a que no se niega y vemos hasta dónde llegamos. Puede ser una enorme estupidez, pero, por otro lado, ¿tiene alguien una propuesta mejor?

– ¿Qué pasa con Peter Strup?

Era el jefe de sección, quien habló por primera vez. Fue Hanne la que contestó.

– Todavía no tenemos nada sobre él, en mis notas es sólo un gran punto de interrogación.

– No lo aparquéis del todo -sugirió el jefe, para concluir la reunión-. Traed a Lavik, pero, por Dios, traedlo por las buenas, no queremos que todo el colegio de abogados nos declare la guerra, al menos de momento. Mientras, tú… -apuntó al chaval con la nariz respingona y dejó que el dedo fuera señalando al siguiente-… y tú y tú, os encargáis del trabajo sucio. Venid conmigo: os voy a poner deberes, queda mucho por averiguar. Quiero saberlo todo sobre nuestros dos abogados, costumbres culinarias, qué desodorantes utilizan, afinidad política y sus historias de faldas. Ante todo, averiguad sus rasgos comunes.

El jefe de sección se llevó al pelirrojo y a otros dos de la misma edad, que habían sido lo bastante sensatos como para mantener la boca cerrada durante toda la reunión, aunque de poca servía, porque los jóvenes se las tenían que ver siempre con el trabajo rutinario.

Hanne Wilhelmsen y Håkon Sand fueron los últimos en abandonar la sala. Ella se percató de que el hombre parecía contento y satisfecho, a pesar de la marcha de los acontecimientos.

– Estoy bien -contestó él a su amigable e inesperada pregunta-. Lo cierto es que estoy de puta madre.

Sand tuvo que pelear duro para poder estar presente, porque la subinspectora Wilhelmsen era reticente ante la idea; no había olvidado la metedura de pata durante el interrogatorio de Han van der Kerch.

– Conozco a ese tipo -argumentó-. A lo mejor se siente más tranquilo si estoy presente; no te puedes imaginar hasta qué punto los buenos juristas creen dominar a los malos, tal vez se ponga arrogante.

Finalmente, Wilhelmsen tuvo que rendirse a cambio de que Håkon le prometiera abiertamente que mantendría la boca cerrada. Podría hablar en cuanto ella le hiciese una señal, pero se limitaría a hacerlo de trivialidades, no de nada concerniente al caso.

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