»Se trata de un crimen particularmente perverso. Cualquier médico confirmaría que el golpe en la frente causó solo un aturdimiento transitorio e incapacitó a la víctima, y que fue seguido de un ataque letal, perpetrado cuando el capitán Denny, cegado por la sangre, intentaba huir. Cuesta imaginar un asesinato más cobarde y atroz. Al capitán ya nadie puede devolverle la vida, pero puede hacerse justicia, y confío en que ustedes, señores del jurado, no vacilarán al emitir un veredicto de culpabilidad. Ahora llamaré a declarar al primer testigo de la acusación.
Alguien gritó: «¡Nathaniel Piggott!», y casi de inmediato, el encargado de la posada Green Man ocupó su asiento en el lugar del estrado reservado a los testigos y, sosteniendo la Biblia abierta con gran ceremonia, pronunció el juramento. Se había puesto el traje de los domingos, con el que solía aparecer por la iglesia, pero este se veía gastado, como sucede con las ropas de los hombres que se sienten a gusto en ellas, y permaneció de pie largo rato, estudiando a los miembros del jurado como si, en realidad, fueran candidatos a ocupar una vacante en su establecimiento. Finalmente, posó la mirada en el abogado de la acusación, seguro, al parecer, de hacer frente a cualquier cosa que sir Simon Cartwright pudiera plantearle. Cuando se le conminó a hacerlo, dijo en voz alta su nombre y su dirección.
– Nathaniel Piggott, posadero de Green Man, aldea de Pemberley, Derbyshire.
Su declaración fue concisa, y llevó poco tiempo. En respuesta a las preguntas del abogado de la acusación, manifestó ante el tribunal que George Wickham, la señora Wickham y el difunto capitán Denny habían llegado a la posada el 14 de octubre en coche de punto. El señor Wickham había pedido comida y vino, así como un cabriolé que llevara a la señora Wickham a Pemberley esa noche. La señora Wickham comentó, mientras él mostraba el bar a los recién llegados, que iba a pasar aquella noche en Pemberley para asistir al baile de lady Anne que se celebraría al día siguiente.
– Parecía bastante entusiasmada -declaró.
En respuesta a preguntas posteriores, relató que el señor Wickham había expresado su deseo de que, después de detenerse en Pemberley, el vehículo prosiguiera ruta hasta la posada King’s Arms de Lambton, donde el capitán Denny y él pasarían la noche, y desde donde, a la mañana siguiente, emprenderían viaje hasta Londres.
El señor Cartwright dijo:
– ¿De modo que en aquel momento no se sugirió en modo alguno que el señor Wickham podría quedarse también en Pemberley?
– Yo no lo oí, señor. Y no era probable. El señor Wickham, como algunos de nosotros sabemos, nunca es recibido en Pemberley.
Se oyeron murmullos en la sala. Instintivamente, Darcy se agarrotó en su asiento. Los testigos se internaban en terrenos peligrosos antes de lo que él esperaba. Mantuvo la vista fija en el abogado de la acusación, aunque sabía que los ojos de todo el jurado estaban clavados en él. Pero, tras una pausa, Simon Cartwright cambió de rumbo.
– ¿El señor Wickham le pagó por los alimentos y el vino, y por el alquiler del cabriolé?
– Así es, señor, mientras estaba en el bar. El capitán Denny le dijo: «Es tu función, y tendrás que pagarla tú. Yo solo tengo lo imprescindible para llegar a Londres.»
– ¿Los vio irse en el cabriolé?
– Sí, señor. Eran las ocho y cuarenta y cinco.
– Y, cuando se alejaron, ¿se fijó en qué estado de ánimo lo hacían? ¿En cuál era la relación entre los dos caballeros?
– No puedo decirle que me fijara, señor. Yo estaba dándole instrucciones a Pratt, el cochero. La dama le advertía que colocara el baúl con gran cuidado en el vehículo, porque en él viajaba el vestido que se pondría para el baile. Sí, vi que el capitán Denny estaba muy callado, igual que cuando se encontraban en la posada bebiendo.
– ¿Alguno de los dos había bebido mucho?
– El capitán Denny solo tomó cerveza, menos de una pinta. El señor Wickham bebió dos cervezas y se pasó al whisky. Cuando se fueron, él estaba muy colorado, y algo tambaleante, pero se expresaba con claridad, aunque, eso sí, en voz muy alta, y se subió al cabriolé sin precisar ayuda.
– ¿Oyó usted alguna conversación entre ellos cuando accedían al coche?
– No, señor, o al menos no lo recuerdo. Fue la señora Piggott la que oyó discutir a los dos caballeros, según me contó, pero eso había sido antes.
– También llamaremos a declarar a su esposa. No tengo más preguntas para usted, señor Piggott. Puede abandonar el estrado, a menos que el señor Mickledore tenga algo que preguntarle.
Nathaniel Piggott, confiado, volvió el rostro hacia el abogado de la defensa, mientras el señor Mickledore se ponía en pie.
– De modo que ninguno de los dos caballeros estaba de humor para conversar. ¿Tuvo usted la impresión de que les complacía viajar juntos?
– En ningún momento expresaron lo contrario, señor, y no existió discusión entre ellos cuando emprendieron viaje.
– ¿Ninguna señal de enfado?
– No, señor, que yo notara.
No hubo más preguntas, y Nathaniel Piggott abandonó el estrado con el aire satisfecho de un hombre seguro de haber causado una buena impresión.
La siguiente en ser llamada a declarar fue Martha Piggott, y se produjo cierto revuelo en una esquina de la sala, mientras la corpulenta mujer se abría paso entre un grupo de personas que le susurraban su apoyo y se dirigía al estrado. Llevaba un sombrero muy adornado con almidonadas cintas rojas, que parecía nuevo, adquirido sin duda porque la trascendencia de la ocasión lo requería. Con todo, habría resultado aun más llamativo de no haber reposado sobre una mata de pelo amarillo panocha. Además, de vez en cuando se lo tocaba, como si dudara de si seguía plantado sobre su cabeza. Clavó la vista en el juez hasta que el abogado de la acusación se puso en pie para dirigirse a ella, tras dedicarle un gesto de asentimiento con la cabeza. Pronunció su nombre y domicilio, prestó juramento con voz clara y corroboró el relato de su esposo sobre la llegada de los Wickham y del capitán Denny.
Darcy le susurró a Alveston:
– A ella no la llamaron a declarar durante la instrucción. ¿Se ha producido alguna novedad?
– Sí -respondió Alveston-. Y podría perjudicarnos.
Simon Cartwright prosiguió con las preguntas.
– ¿Cuál era el ambiente general en la posada entre los señores Wickham y el capitán Denny? ¿Diría usted, señora Piggott, que era un grupo bien avenido?
– No lo diría, señor. La señora Wickham estaba de buen humor y se reía. Se trata de una dama agradable y habladora, señor, y fue ella la que nos contó a mí y al señor Piggott, cuando estábamos en el bar, que iba a asistir al baile de lady Anne, y que aquello iba a ser un gran escándalo, porque la señora Darcy no tenía la más remota idea de que ella iba a presentarse, y no podría echarla, no en una noche tormentosa como aquella. El capitán Denny estaba muy callado, pero el señor Wickham parecía inquieto, como impaciente por emprender viaje.
– ¿Y oyó usted alguna discusión, alguna palabra que intercambiaran?
El señor Mickledore se puso en pie al momento para protestar porque la acusación estaba guiando al testigo, y la pregunta fue reformulada:
– ¿Oyó alguna conversación entre el capitán Denny y el señor Wickham?
La señora Piggott captó al momento lo que se esperaba de ella.
– Mientras nos encontrábamos en la taberna no, señor. Pero después de que dieran cuenta de los fiambres y las bebidas, la señora Wickham pidió que le subieran el baúl a la habitación para poder cambiarse de ropa antes de trasladarse a Pemberley. No iba a lucir el vestido del baile, dijo, pero quería ponerse algo bonito para causar buena impresión a su llegada. Yo envié a Sally, una de mis doncellas, a que la asistiera. Me dirigí entonces al retrete del patio y al salir, cuando abría la puerta en silencio, vi al señor Wickham hablando con el capitán.
Читать дальше