La primera parte del interrogatorio transcurrió sin sobresaltos. En respuesta a las preguntas, describió la velada, la cena, enumeró a los presentes, habló de la partida del coronel Fitzwilliam y de la retirada de la señorita Darcy, de la llegada del cabriolé que llevó a la señora Wickham muy alterada y, finalmente, de la decisión de dirigirse al bosque en coche para ver qué había ocurrido, y si el señor Wickham y el capitán Denny necesitaban ayuda.
Simon Cartwright dijo:
– ¿Preveían ustedes algún peligro, tal vez una tragedia?
– De ninguna manera, señor. Yo suponía, esperaba que lo peor que hubiera acontecido a los caballeros fuera que uno de ellos se hubiera encontrado en el bosque con algún problema menor que, con todo, lo hubiera incapacitado. Creía que los hallaríamos caminando lentamente hacia Pemberley, o de regreso a la posada, ayudándose uno al otro. El relato de la señora Wickham, confirmado posteriormente por Pratt, según el cual se habían producido disparos, me convenció de que sería prudente organizar una expedición de rescate. El coronel Fitzwilliam había regresado a tiempo para formar parte de ella, e iba armado.
– El vizconde Hartlep, claro está, nos ofrecerá su declaración más tarde. ¿Proseguimos? Describa, si es tan amable, el trayecto por el bosque y los pasos que llevaron al descubrimiento del cadáver del señor Denny.
A Darcy no le hacía falta ensayar nada, pero de todos modos había dedicado unos minutos a buscar las palabras más adecuadas, así como el tono de voz que usaría. Se había dicho a sí mismo que declararía ante un tribunal de justicia, y no relatando los hechos ante un grupo de amigos. Demorarse en la descripción del silencio, roto solo por sus pasos y el crujir de las ruedas, habría constituido una licencia peligrosa. Allí hacían falta hechos, hechos expresados con claridad y convicción. Así pues, explicó que el coronel había abandonado momentáneamente al grupo para advertir a la señora Bidwell, a su hijo moribundo y a su hija, de que podía haber problemas, y para aconsejarles que mantuvieran la puerta bien cerrada.
– ¿El vizconde Hartlep le informó, antes de dirigirse hacia la cabaña, de que esa era su intención?
– Así es.
– ¿Y durante cuánto tiempo se ausentó?
– Creo que durante unos quince o veinte minutos. Aunque en el momento pareció más.
– ¿Y después reemprendieron la marcha?
– Sí. Pratt logró indicarnos con cierta precisión el punto en el que el capitán Denny se había internado en el bosque, y mis compañeros y yo, entonces, hicimos lo mismo, e intentamos descubrir el camino que uno de ellos, o ambos, pudieron tomar. Al cabo de unos minutos, tal vez diez, llegamos al claro y encontramos el cadáver del capitán Denny, y al señor Wickham inclinado sobre él, llorando. Al momento comprendimos que el capitán estaba muerto.
– ¿En qué condición se encontraba el señor Wickham?
– Estaba muy afectado y, por su forma de hablar y por el olor que desprendía su aliento, diría que había bebido probablemente en abundancia. El rostro del capitán Denny estaba manchado de sangre, y también la había en las manos y el rostro del señor Wickham, en su caso quizá por haber tocado a su amigo. O eso pensé yo.
– ¿Habló el señor Wickham?
– Sí.
– ¿Y qué dijo?
De modo que ahí estaba la temida pregunta, y durante unos segundos de pánico, su mente quedó en blanco. Entonces miró a Cartwright y respondió:
– Señor, creo ser capaz de reproducir las palabras con precisión, si no en el mismo orden. Según recuerdo, dijo: «Lo he matado. Es culpa mía. Era mi amigo, mi único amigo, y lo he matado.» Y acto seguido repitió: «Es culpa mía.»
– Y, en aquel momento, ¿qué pensó usted que significaban aquellas palabras?
Darcy era consciente de que toda la sala aguardaba su respuesta. Miró al juez, quien abrió los ojos muy despacio y lo miró.
– Responda a la pregunta, señor Darcy.
Solo entonces comprendió, horrorizado, que debía de haber permanecido en silencio varios segundos. Y, dirigiéndose al juez, dijo:
– Estaba frente a un hombre profundamente alterado, arrodillado sobre el cadáver de un amigo. Pensé que lo que había querido decir el señor Wickham era que, de no haber existido cierta discrepancia entre ellos, que llevó al capitán Denny a abandonar el cabriolé y a internarse corriendo en el bosque, su amigo no habría sido asesinado. Esa fue mi impresión inmediata. No vi ningún arma. Sabía que el capitán Denny era el más corpulento de los dos, y que iba armado. Habría sido el colmo de la locura por parte del señor Wickham seguir a su amigo hasta el bosque sin luz, ni arma de ninguna clase, si tenía la intención de causarle la muerte. Ni siquiera podía estar seguro de encontrarlo entre la densa maraña de árboles y matorrales, siendo la luna su única guía. Me pareció que no podía ser un asesinato perpetrado por el señor Wickham de modo impulsivo, ni con premeditación.
– ¿Vio u oyó a alguna otra persona, además de a lord Hartlep o al señor Alveston, bien cuando se adentró usted en el bosque, bien en la escena del crimen?
– No, señor.
– De modo que declara, bajo juramento, que encontró el cuerpo sin vida del capitán Denny, y al señor Wickham manchado de sangre inclinado sobre él y diciendo, no una vez, sino dos, que era responsable del asesinato de su amigo.
Su silencio, en este caso, fue más prolongado. Por primera vez, Darcy se sintió como un animal acorralado. Finalmente, dijo:
– Estos son los hechos, señor. Usted me ha preguntado qué me pareció que esos hechos significaban en ese momento. Y yo le he respondido lo que creí entonces, y lo que creo ahora: que el señor Wickham no estaba confesando un asesinato, sino contando lo que, en realidad, era la verdad, que si el capitán Denny no hubiera abandonado el cabriolé ni se hubiera adentrado en el bosque, no se habría encontrado con su asesino.
Pero Cartwright no había terminado. Cambiando de estrategia, preguntó:
– ¿Habría sido recibida la señora Wickham en Pemberley de haber llegado inesperadamente, y sin previo aviso?
– Sí.
– Ella, por supuesto, es hermana de la señora Darcy. ¿Habrían dado también la bienvenida al señor Wickham si hubiera aparecido en las mismas circunstancias? ¿Estaban él y la señora Wickham invitados al baile?
– Esa, señor, es una pregunta hipotética. No había razón para que lo estuvieran. Llevábamos tiempo sin mantener contacto y yo ignoraba cuál era su domicilio.
– Observo, señor Darcy, que su respuesta resulta algo ambigua. ¿Usted los habría invitado de haber conocido su dirección?
Fue entonces cuando Jeremiah Mickledore se puso en pie y se dirigió al juez.
– Señoría, ¿qué relación puede tener la lista de invitados del señor Darcy con el asesinato del capitán Denny? Sin duda, todos tenemos derecho a invitar a quien nos plazca a nuestras casas, sea o no pariente nuestro, sin que sea necesario explicar nuestras razones ante un tribunal, en circunstancias en que la invitación no tiene la menor relevancia.
El juez se agitó en su asiento y, sorprendentemente, se expresó con voz firme.
– ¿Cuenta usted con un motivo que justifique su serie de preguntas, señor Cartwright?
– Cuento con él, señoría: mi intención es arrojar algo de luz sobre la posible relación del señor Darcy con su hermano político y, por tanto, de manera indirecta, proporcionar al jurado algún dato sobre el carácter del señor Wickham.
– Dudo -rebatió el juez- de que no haber sido invitado a un baile sea un dato que arroje demasiada luz sobre la naturaleza esencial de un hombre.
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