Lawrence Block - Un paseo entre las tumbas

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`Un millón de dolares en efectivo o matamos a tu mujer`. Los traficantes de drogas son presa fácil de la extorsión y, por razones obvias, no pueden acudir a la policía. Kenan Khoury recibió el mensaje, pero vaciló frente al precio del rescate: no volvió a ver a su mujer con vida. Ahora sólo piensa en vengar su muerte. Para ello contrata los servicios de Matt Scudder, un detective privado sin apenas trabajo y que sufre algún que otro problema con el alcohol. Con ayuda de dos genios de los ordenadores, un punk callejero y una amiga prostituta, Scudder busca a los asesinos en los bajos fondos de Brooklyn.

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– En otra oportunidad.

– ¡Maldito policía traficante! Le volaría la cabeza.

Cuando se hubo ido, Callander apuntó:

– Nos prometiste una semana. ¿Mantienes tu palabra al respecto?

– Más, si puedo.

– Lamento lo del dedo.

– Dedos.

– Como prefieras. Él es difícil de controlar.

Pensé: «Pero tú fuiste el que usó el alambre con Pam».

– Te agradezco la semana de ventaja -continuó-. Creo que es hora de probar un cambio de clima. No creo que Albert quiera venir conmigo.

– ¿Lo vas a dejar aquí en Nueva York?

– Digamos que sí.

– ¿Cómo lo encontraste?

Sonrió levemente ante la pregunta.

– ¡Ah! -dijo-. Nos encontramos el uno al otro. La gente que tiene gustos especiales, a menudo el azar les facilita las cosas.

Era un momento raro. Tenía la sensación de estar hablando con la persona que estaba detrás de la máscara, que nuestras respectivas circunstancias habían abierto una extraña ventana de oportunidades.

– ¿Puedo preguntarte algo? -le dije.

– Adelante.

– ¿Por qué las mujeres?

– ¡Joder! Haría falta un psiquiatra para contestar a eso, ¿no? Algo enterrado en mi infancia, supongo. ¿No es eso lo que siempre resulta ser? ¿Destetado demasiado pronto o demasiado tarde?

– No es eso lo que quise decir.

– ¿Cómo?

– No me interesa cómo te volviste así. Sólo me interesa saber por qué lo haces.

– ¿Crees que tengo alguna opción?

– No sé. ¿La tienes?

– ¡Hum…! No es tan fácil contestar a eso. La excitación, el poder, la pura intensidad. Me faltan las palabras. ¿Entiendes lo que quiero decir?

– No.

– ¿Alguna vez has subido a la montaña rusa? Odio la montaña rusa, no me he subido a ninguna desde hace años. Me mareo. Pero si no odiara la montaña rusa, si me encantara, así es como me sentiría. -Se encogió de hombros-. Ya te lo dije, me faltan las palabras.

– Tal como lo dices, no parece monstruoso.

– ¿Por qué debería parecerlo?

– Lo que haces es monstruoso. Pero tus palabras suenan como las de cualquier otro ser humano. ¿Cómo puedes…?

– ¿Sí?

– ¿Cómo puedes hacerlo?

– ¡Ah! -dijo-. No son verdaderas.

– ¿Qué?

– No son verdaderas. Las mujeres, quiero decir. No son verdaderas. Son juguetes, eso es todo. Cuando comes una hamburguesa, ¿te estás comiendo una vaca? Claro que no, estás comiendo una hamburguesa.

Compuso una leve sonrisa y siguió:

– Caminando por la calle, es una mujer. Pero una vez que sube a la furgoneta, eso se termina. Sólo es parte de un cuerpo.

Me corrió un escalofrío por toda la espina dorsal. Cuando aquello ocurría, mi difunta tía Peg solía decir que una gallina se había paseado sobre mi tumba. Una expresión rara. Me pregunto de dónde procedería.

– ¿Si tengo una opción? Creo que sí. No es como si me viera forzado a actuar siempre que hay luna llena. Siempre tengo una opción, claro, y puedo elegir no hacer algo, y en realidad elijo no hacerlo y luego otro día elijo el otro camino. O sea, ¿qué clase de opción es en realidad? Puedo postergarlo, pero luego llega el momento en que no quiero postergarlo más. Y, de todos modos, postergarlo lo hace más dulce. Tal vez ésa sea la razón por la que lo hago. Leo que la madurez consiste en la habilidad de diferir la gratificación, pero no sé si eso es lo que yo pienso.

Parecía estar a punto de hacer otra revelación, pero, de pronto, algo cambió dentro de él y la ventana de la oportunidad se cerró de golpe. Cualquiera que fuera el ser real con el que yo había estado conversando, se volvió a ocultar detrás de su coraza protectora.

– ¿Por qué no estás asustado? -preguntó con mal humor-. Tengo un arma que te apunta y te comportas como si fuera una pistola de agua.

– Hay un rifle de precisión apuntándote. No darías un paso.

– No. Pero ¿de qué te serviría? Cualquiera pensaría que estarías asustado. ¿Eres valiente?

– No.

– Pues bien, no voy a disparar. ¿Y dejar que Albert se quede con todo? No, no lo creo, pero pienso que es hora de que desaparezca entre las sombras. Vuélvete, empieza a volver hacia tus amigos.

– Bueno.

– No hay ningún tercer hombre con un rifle. ¿Creíste que lo había?

– No estaba seguro.

– Sabías que no lo había. Está bien. Tú recibiste a la chica y nosotros el dinero. Todo resuelto.

– Sí.

– No trates de seguirme.

– No lo haré.

– No, sé que no lo harás.

No volvió a abrir la boca y pensé que se había ido. Seguí caminando y, cuando había dado una docena de pasos, gritó a mis espaldas:

– Lamento lo de los dedos. Fue un accidente.

22

– Estás muy callado -dijo TJ.

Yo conducía el Buick de Kenan. En cuanto Lucía Landau llegó junto a su padre, Yuri la alzó en sus brazos, se la echó sobre su hombro y corrió de vuelta hacia su coche, con Dani y Pavel trotando detrás de él.

– Le mandé que no esperara -dijo Kenan-. La chica necesitaba un médico. Él tiene a alguien que vive en el vecindario, un tipo que irá a su casa.

De manera que eso había dejado dos coches para los cuatro y, cuando llegamos a ellos, Kenan me tiró las llaves del Buick, diciéndome que él iría con su hermano.

– Venid a Bay Ridge -pidió-. Iremos a comprar pizza o cualquier cosa. Luego os llevaré a los dos a casa.

Estábamos parados ante un semáforo en rojo cuando TJ me dijo que yo estaba callado y no pude discutírselo. Ninguno de los dos había abierto la boca desde que subimos al coche. Todavía no me había sacudido el efecto de mi conversación con Callander. Dije algo en el sentido de que nuestras actividades me habían agotado mucho.

– Aunque estuviste tranquilo -comentó-. Plantado ahí, frente a esos cretinos.

– ¿Dónde estabas tú? Creíamos que habías vuelto al coche.

Negó con la cabeza.

– Di la vuelta alrededor de ellos. Pensé que tal vez podía ver al tercer hombre, el del rifle.

– No había ningún tercer hombre.

– Seguro que estaba bien escondido. Lo que hice fue rodearlos y salir por donde ellos habían entrado. Encontré su coche.

– ¿Cómo te las arreglaste?

– No fue difícil. Lo había visto antes. Era el mismo Honda. Retrocedí contra un poste y lo vigilé y el cretino sin chaqueta salió corriendo del cementerio y tiró una de las maletas en el portaequipajes. Luego dio media vuelta y volvió a entrar corriendo en el cementerio.

– Iba en busca de la otra maleta.

– Ya lo sé, y pensé que mientras buscaba la segunda maleta, yo podía quitarle la primera. El maletero estaba cerrado con llave, pero podía abrirlo del mismo modo que él lo hizo, apretando un botón en la guantera, porque las puertas del coche no estaban cerradas con llave.

– Me alegro de que no lo intentases.

– Bueno, podría haberlo hecho, pero si volvía y la maleta no estaba allí, ¿qué iba a hacer? Volver y dispararte, con toda seguridad. Así que eso no era muy conveniente.

– Bien pensado.

– Luego razoné: si esto fuera una película, lo que haría sería meterme en la parte de atrás y agacharme entre el asiento trasero y el de delante. Pondrían el dinero en el maletero y se sentarían delante, así que nunca iban a mirar atrás. Me imaginé que volverían a su casa o dondequiera que fueran y, cuando llegáramos allí, yo me escurriría y te llamaría para decirte dónde estaba. Pero luego pensé: «TJ, esto no es ninguna película. Eres demasiado joven para morir».

– Me alegro de que pensaras eso.

– Además, tal vez no estuvieras en el mismo número, y entonces ¿qué hacía yo? Así que espero y él vuelve con la segunda maleta, la mete en el portaequipajes y sube al coche. Y el otro, el que hizo la llamada, viene y se sienta al volante. Arrancan y yo me vuelvo a meter en el cementerio y os alcanzo a todos. El cementerio es extraño, amigo. Puedo entender eso de tener una piedra que dice quién está debajo, pero no entiendo que algunos de ellos tengan esas casitas, a lo mejor más elegantes que las que tenían cuando estaban vivos. ¿Tú querrías algo así?

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