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Lawrence Block: Un paseo entre las tumbas

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Lawrence Block Un paseo entre las tumbas

Un paseo entre las tumbas: краткое содержание, описание и аннотация

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`Un millón de dolares en efectivo o matamos a tu mujer`. Los traficantes de drogas son presa fácil de la extorsión y, por razones obvias, no pueden acudir a la policía. Kenan Khoury recibió el mensaje, pero vaciló frente al precio del rescate: no volvió a ver a su mujer con vida. Ahora sólo piensa en vengar su muerte. Para ello contrata los servicios de Matt Scudder, un detective privado sin apenas trabajo y que sufre algún que otro problema con el alcohol. Con ayuda de dos genios de los ordenadores, un punk callejero y una amiga prostituta, Scudder busca a los asesinos en los bajos fondos de Brooklyn.

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– No.

– Yo tampoco. Sólo una piedrecita que no diga más que TJ.

– ¿Sin fechas? ¿Sin nombre completo?

Negó con la cabeza.

– Sólo TJ y tal vez el número de mi busca.

De vuelta a Colonial Road, Kenan fue al teléfono y trató de encontrar una pizzería que estuviera abierta. No la encontró, pero no importaba. Nadie tenía hambre.

– Tendríamos que estar celebrándolo -dijo-. Tenemos con nosotros a la chica, y está viva. ¡Y mirad qué fiesta tenemos!

– No es una victoria sino un empate -comentó Peter-. No se celebra un empate. Nadie gana y nadie tira petardos. Cuando el juego termina en un empate, uno se siente peor que cuando pierde.

– Yo me sentiría mucho peor si la chica estuviera muerta -replicó Kenan.

– Eso es porque esto no es un partido de fútbol, es real. Pero aun así no se puede celebrar, niño. Los hombres malos se fueron llevándose el dinero. ¿Por eso sientes ganas de lanzar el sombrero al aire?

– Todavía no están a salvo -interrumpí-. Les llevará un día o dos disponer su marcha, pero no van a ir a ninguna parte.

Sin embargo, yo no tenía más ganas de fiesta que los demás. Como cualquier juego que termina en un empate, éste había dejado un resabio de oportunidades perdidas. TJ pensaba que tendría que haberse escondido en la parte trasera del Honda o haber descubierto alguna forma de seguir el coche hasta donde ellos vivían. Peter había tenido un par de oportunidades de tumbar a Callander de un tiro en unos momentos en los que no había ningún peligro para mí ni para la chica. Y yo podía pensar en una docena de maneras con las que hubiéramos podido intentar recuperar el dinero. Habíamos hecho lo que salimos a hacer, pero deberíamos haber encontrado la forma de hacer algo más.

– Quiero llamar a Yuri -intervino Kenan-. La nena estaba hecha una lástima. Apenas podía caminar. Creo que perdió algo más que los dedos.

– Me temo que tienes razón.

– Deben de haberla maltratado mucho -farfulló mientras pulsaba los números del teléfono-. No quiero pensar en eso porque empiezo a pensar en Francey y… ¡Hola!, ¿está Yuri? ¡Lo siento, me dieron el número equivocado! Lamento molestarla.

Cortó la comunicación y suspiró.

– Una mujer hispana. Hablaba como si la hubiera despertado de un sueño profundo. ¡Detesto molestar a la gente!

– Números equivocados -dije.

– Sí, no sé qué es peor, si dar o recibir. ¡Me siento tan idiota cuando molesto a alguien de esta forma!

– Tuviste un par de llamadas equivocadas el día en que secuestraron a tu esposa.

– Sí, es verdad. Como un augurio, sólo que en ese momento no parecieron especialmente ominosas. Sólo una molestia.

– Yuri también tuvo un par de llamadas equivocadas esta mañana.

– ¿Y? -Frunció el entrecejo y luego asintió-. ¿Crees que fueron ellos? ¿Llamar para asegurarse de que había alguien en casa? Supongo, pero entonces, ¿qué? ¿Usarías un teléfono público?

Todos me miraban, perdidos, como si yo tuviera las respuestas. Suspirando, aventuré:

– Imagina que haces una llamada y quieres que pase por ser una equivocación. No dirías nada y así nadie prestaría atención a la llamada. ¿Te molestarías en salir con el coche y gastarte veinticinco centavos en un teléfono público? ¿O usarías tu propio teléfono?

– Supongo que usaría el mío, pero…

– Yo también -aseguré.

Cogí mi libreta para buscar la hoja de papel que Jimmy Hong me había dado con la lista de llamadas a casa de Khoury. Había copiado todas las llamadas desde la medianoche, aun cuando yo sólo había necesitado las que se habían hecho desde el primer momento de la demanda de rescate. Antes tuve en mis manos el papel, para buscar el número de teléfono de la lavandería con la intención de llamar a TJ allí, pero ¿dónde mierda lo había puesto?

Lo encontré al fin. Lo desplegué.

– Aquí lo tenemos -dije-. Dos llamadas, las dos desde el mismo lugar. Una a las nueve y cuarenta y cuatro de la mañana, la otra a las dos y media de la tarde. El número del teléfono desde donde hablaban es el 243-7436.

– Es verdad -confirmó Kenan-, pero no sé a qué hora se produjeron.

– Pero ¿reconoces el número?

– Vuelve a leerlo.

Negó con la cabeza cuando lo repetí.

– No me resulta conocido. ¿Por qué no llamamos a ver qué pasa?

Tendió la mano hacia el teléfono. Cubrí su mano con la mía.

– Espera -insistí-. No les pongamos sobre aviso.

– ¿Aviso de qué?

– De que sabemos dónde están.

– ¿Lo sabemos? Todo lo que tenemos es un número.

– Los Kong podrían estar en casa ahora -dijo TJ-. ¿Quieres que los llame?

Meneé la cabeza.

– Creo que puedo arreglarme solo con esto.

Cogí el teléfono y llamé a Información. Cuando se puso la operadora, dije:

– Policía pidiendo ayuda con la guía de teléfonos. Mi nombre es oficial de policía Alton Simak, mi número de chapa es 2491-1907. Lo que tengo es un número de teléfono y lo que necesito es el nombre y dirección que le corresponde. Sí, correcto. 243-7436. Sí. Gracias.

Colgué el aparato y anoté la dirección antes de que se me olvidara. Añadí:

– El teléfono está a nombre de un tal A. H. Wallens. ¿Es amigo tuyo?

Kenan negó con un gesto de cabeza.

– Creo que la A es de Albert, así es como Callander llamaba a su socio. -Leí la dirección que había anotado-. Calle 21, número 692.

– Sunset Park -dijo Kenan.

– Sunset Park, a dos o tres manzanas de la lavandería.

– Ahí está el desempate -dijo Kenan-. Vamos.

Era una casa de madera y hasta a la luz de la luna se podía ver que estaba descuidada. La madera estaba muy necesitada de pintura y los arbustos estaban plantados sin orden ni concierto. Medio tramo de escalera en el frente llevaba a una galería con una mampara que estaba perceptiblemente hundida por la mitad. El acceso para coches, de cemento, y con parches de alquitrán aquí y allá, corría por el lado derecho de la casa hasta un garaje separado para dos coches. Había una puerta lateral a un lado y una tercera puerta al fondo de la casa.

Habíamos venido todos en el Buick. Lo dejamos aparcado en la esquina, en la Séptima Avenida. Todos íbamos armados. Tuvo que notárseme la sorpresa cuando Kenan tendió un revólver a TJ, porque me miró y susurró:

– Si se acerca, móntalo. Debes ser un tipo valiente, pero da igual. Tú déjalo venir. Ya sabes cómo funciona esto, TJ. No haces más que apuntar y disparar, como con una cámara japonesa.

La puerta central del garaje estaba cerrada con llave y la cerradura era sólida. Había una estrecha puerta de madera al lado, que también estaba cerrada con llave. Mi tarjeta de crédito no lograba aflojar la cerradura. Estaba tratando de idear la manera más silenciosa de romper un vidrio cuando Peter me alcanzó una linterna y, durante un segundo, pensé que quería que yo rompiera el cristal con ella. Entonces me di cuenta y apreté la linterna contra el vidrio y la encendí. El Honda Civic estaba allí y reconocí el número de matrícula. Al otro lado, más difícil de ver pese a que lo enfoqué con la linterna, había una furgoneta de color oscuro. La matrícula no podía verla ni podía determinar el color de la pintura con aquella luz. Pero eso era, en realidad, todo lo que teníamos que ver. Estábamos en el lugar correcto.

Había luces encendidas en toda la casa. Había señales de que la casa era una vivienda para una sola familia, un solo timbre en la puerta lateral, un solo buzón junto a la puerta de la galería. Y ellos podían estar dentro, en cualquier parte. Nos abrimos paso alrededor de la casa. En la parte de atrás, entrelacé los dedos y le di un empujón a Kenan. Él se aferró del alféizar de la ventana y levantó la cabeza sobre él. Se mantuvo allí colgado por un momento y luego se dejó caer al suelo.

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