Lawrence Block - Un paseo entre las tumbas

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Un paseo entre las tumbas: краткое содержание, описание и аннотация

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`Un millón de dolares en efectivo o matamos a tu mujer`. Los traficantes de drogas son presa fácil de la extorsión y, por razones obvias, no pueden acudir a la policía. Kenan Khoury recibió el mensaje, pero vaciló frente al precio del rescate: no volvió a ver a su mujer con vida. Ahora sólo piensa en vengar su muerte. Para ello contrata los servicios de Matt Scudder, un detective privado sin apenas trabajo y que sufre algún que otro problema con el alcohol. Con ayuda de dos genios de los ordenadores, un punk callejero y una amiga prostituta, Scudder busca a los asesinos en los bajos fondos de Brooklyn.

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Aunque me preguntaba cuál sería la diferencia para mí. La única razón para que empezara a tirar sería que los jugadores del otro lado trataran de tendernos una emboscada. Si lo intentaban, yo me quitaría del medio al instante. Cuando Peter empezara a devolverles los disparos, yo ya no estaría allí para saber por dónde iban las balas.

Unos pensamientos alentadores, vaya.

Cuando habíamos reducido la distancia a la mitad, le hice una seña a Peter y él se corrió a un lado y eligió un puesto de tiro donde apostarse. Se decidió por una tumba baja y apoyó el cañón del rifle sobre la lápida de mármol. Busqué a Ray y a su socio, pero sólo podía ver sombras. Habían retrocedido en la oscuridad.

– Salid donde podamos veros -les grité-, y dejad ver a la chica.

Se movieron hasta ser vistos. Dos siluetas primero y, luego, a medida que la luz mejoró, se pudo ver que una de las siluetas la formaban dos personas: Uno de los hombres llevaba a Lucía delante de él. Escuché cómo Yuri inhalaba con fuerza y confié en que mantuviera la calma.

– Tiene un cuchillo en la garganta -gritó Callander-. Si se me va la mano…

– Va a ser mejor que no.

– Entonces será mejor que traigas la guita. Y que no intentes ninguna gracia.

Me volví, alcé las maletas y controlé nuestras tropas. No vi a TJ y le pregunté a Kenan qué había pasado con él. Me dijo que debía de haber vuelto al coche.

– Ya sabes, ¡pies para que os quiero! No creo que le vuelvan loco los cementerios de noche.

– A mí tampoco me vuelven loco, te lo aseguro.

– Escucha. ¿Por qué no les dices que vamos a cambiar las reglas, que el dinero es demasiado pesado para una sola persona y que yo iré hasta allí contigo?

– No.

– ¿Tienes que hacerte el héroe, coño?

No puedo decir que me sintiera muy heroico. El peso de las maletas me impedía sentirme especialmente gallardo. Parecía como si uno de los hombres tuviera una pistola, no el que sujetaba a la chica, y me daba la impresión de que el arma me apuntaba. Sin embargo, no me sentía en peligro de que me disparara. A menos que a alguno de nuestro bando le entrara el pánico y se liara a tiros. Si iban a matarme, por lo menos esperarían hasta que les hubiera entregado el dinero. Podrían estar locos, pero no eran idiotas.

– No intentes nada -gritó Ray-. No sé si puedes verlo, pero tiene el cuchillo en la garganta.

– Puedo verlo.

– Eso ya es bastante cerca. Suelta las maletas.

Era Ray quien tenía el cuchillo y sujetaba a la chica. Reconocí su voz, pero al mismo tiempo me di cuenta de que era tal cual me lo había descrito TJ. Una descripción absolutamente exacta. Llevaba la cazadora con la cremallera subida, de forma que no podía verle la camisa, pero estaba dispuesto a confiar en la palabra de TJ.

El otro hombre era más alto, de cabello oscuro y ralo. Sus ojos, en la penumbra del cementerio, parecían un par de quemaduras de cigarrillo en una sábana. No llevaba chaqueta, sólo una camisa de franela y vaqueros. No podía verle bien los ojos, pero podía sentir el furor de su mirada y me preguntaba qué diablos pensaba que había hecho yo para provocarle. Le traía un millón de dólares y él se consumía por matarme.

– Abre las maletas.

– Suelta a la chica primero.

– No, muestra el dinero primero.

Llevaba la pistola que Kenan había insistido en darme metida en la región lumbar, con el cañón bajo el cinturón. El bulto más o menos se disimulaba bajo mi chaqueta. No hay forma de sacarla con suficiente rapidez, si la llevas en ese lugar. Pero al menos ahora tenía las manos libres y, de hacer falta, podía recurrir a ella.

Dejé la pistola tranquila y lo que hice fue arrodillarme y soltar los cierres de una de las maletas, levantando bien la tapa para mostrar el dinero. Me levanté. El hombre que tenía el arma avanzó y yo alcé la mano.

– Dejadla ir primero. Después contaréis el dinero. No trates ahora de cambiar las reglas del juego, Ray.

– ¡Ah dulce, Lucy! Odio tener que verte marchar, criatura.

La soltó. Yo casi no había tenido oportunidad de mirarla, pues estaba medio escondida por el cuerpo de Ray. Aun en la oscuridad, se la veía pálida y ojerosa. Tenía las manos cogidas en la cintura, con los brazos rígidos contra los costados y los hombros hundidos. Se la veía como si estuviera tratando de presentar el blanco más pequeño posible.

– Ven aquí, Lucía -dije viendo que vacilaba-. Tu padre está allí, cariño. Ve hacia él, corre.

Dio un paso y luego se detuvo. Parecía muy insegura sobre sus pies y se cogía con fuerza una mano con la otra.

– Ve -le dijo Callander-. ¡Corre!

Lo miró a él y luego a mí. Era difícil decir qué veía porque su mirada no enfocaba nada. Estaba vacía. No supe si cogerla en brazos, cargarla sobre el hombro y correr hacia donde su padre esperaba.

O apartar la chaqueta con una mano, sacar el arma con la otra y tumbar de un tiro a aquellos dos hijos de puta. Pero el arma del hombre moreno me apuntaba y Callander también tenía ahora un arma en la mano, complemento del largo cuchillo que todavía empuñaba en la otra.

Me volví hacia Yuri y le pedí que la llamara.

– ¡Luschka! -gritó-. Luschka, ven con papá.

Reconoció la voz. Contrajo la frente para concentrarse, como si estuviera luchando por hacer que las sílabas tuvieran sentido.

– ¡En ruso, Yuri! -dije.

El replicó con algo que por cierto yo no podía entender, pero que evidentemente le llegó a Lucía. Separó las manos y dio un paso y luego otro.

– ¿Qué le pasa en la mano? -pregunté.

– Nada.

Cuando se me acercó le cogí la mano y ella la retiró.

Faltaban dos dedos.

Miré fijamente a Callander. Parecía que se disculpaba.

– Antes de que nos pusiéramos de acuerdo -dijo como explicación.

Hubo otra explosión en ruso por parte de Yuri y la chica se movió con más rapidez, pero sin llegar a correr. Parecía que no podía hacer mucho más que arrastrar los pies torpemente. Y yo no estaba seguro de por cuánto tiempo la niña podría seguir haciendo siquiera eso.

Pero se mantuvo sobre sus pies y siguió andando y yo me mantuve sobre los míos mirando los cañones de las dos pistolas. El hombre moreno me miraba fijamente y en silencio, todavía furioso, mientras que Callander observaba a la chica. Seguía apuntándome con la pistola, pero no podía evitar que sus ojos se volvieran hacia ella. Podía sentir cuánto le hubiese gustado volver el arma también en su dirección.

– Me gustaba -dijo-. Es guapa.

El resto fue fácil. Abrí la segunda maleta y retrocedí unos pasos. Ray se adelantó para examinar el contenido de las dos mientras su socio me cubría. Los billetes pasaron sólo un examen superficial. Peinó media docena de paquetes, pero no contó ninguno ni hizo un recuento grosero del número de ellos. Ni descubrió los billetes falsos, aunque creo que nadie en el mundo podría haberlo hecho en aquel momento. Cerró las maletas, volvió a sacar el arma y se mantuvo a un lado, mientras el hombre moreno venía a hacerse cargo de ellas. Las alzó gruñendo por el esfuerzo. El primer sonido que había producido en mi presencia.

– Lleva una cada vez -le dijo Callander.

– No son pesadas.

– Lleva una y vuelve por la otra.

– No me digas qué debo hacer, Ray -se enfadó, pero soltó una de las maletas y se fue con la otra.

No estuvo ausente mucho tiempo y ni yo ni Ray hablamos en su ausencia. Cuando volvió alzó la segunda maleta y manifestó que era más liviana que la otra, como si eso significara que le habíamos engañado en la cuenta.

– Entonces tendría que ser más fácil de llevar -dijo Callander con paciencia-. Vete ahora.

– Tendríamos que liquidar a este hijo de puta, Ray.

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