– Tal vez eso también encaje en mis planes.
– ¿Cómo?
– Imagínatelo -le dije, dejándolo que resolviera mi propia agenda interfamiliar, alguna estrategia secreta que yo tuviera para ganarle la partida a mi socio.
– Interesante -dijo-. ¿Dónde quieres hacer el cambio?
Yo estaba preparado para la pregunta. Había propuesto una cantidad suficiente de otros lugares en llamadas anteriores y me había ahorrado éste para el final.
– En el cementerio de Green-Wood -dije.
– Creo que sé dónde es.
– Deberías. Es ahí donde tiraste a Leila Álvarez. Está lejos de Middle Village, pero ya encontraste el camino una vez. Son las nueve y veinte. Hay dos entradas por el lado de la Quinta Avenida, una a la vuelta de la Calle 25 y la otra a diez manzanas al sur. Toma la entrada de la Calle 25 y dirígete hacia el sur, a unos dieciocho metros dentro de la verja. Nosotros entraremos por la Treinta y cinco y nos acercaremos a vosotros desde el sur.
Se lo tracé todo como un estratega de juegos de guerra que recreara la batalla de Gettysburg.
– A las diez y media -puntualicé-. Eso te da más de una hora para llegar. No hay tráfico a esta hora, así que ése no tendría que ser un problema. ¿O necesitas más tiempo?
No necesitaba ni una hora. Estaba en Sunset Park, a cinco minutos del cementerio con el coche. Pero no hacía falta que él supiera que yo lo sabía.
– Ese tiempo tendría que ser suficiente.
– Y tendrás mucho tiempo para instalarte. Entraremos diez manzanas al sur de donde entráis vosotros, a las once menos veinte. Eso te da diez minutos de ventaja, además de los diez minutos que tardaremos para encontraros.
– Y ellos se quedarán lo menos cincuenta metros más atrás -precisó.
– Exacto.
– Y tú harás el resto del camino solo. Con el dinero.
– Exacto.
– Me gustaba más con Khoury -dijo-. Cuando yo decía «rana», él saltaba.
– Entiendo cuánto te gustaba. Pero esta vez hay el doble de pasta.
– Es verdad -asintió-. Leila Álvarez. Hacía tiempo que no pensaba en ella. -Su voz adoptó una calidad casi soñadora-. Era realmente bonita. Especial.
No dije nada.
– ¡Dios santo, qué miedo tenía! -dijo-. Pobre putita, estaba realmente aterrorizada.
Cuando por fin dejé el teléfono, me tuve que sentar. Kenan me preguntó si estaba bien. Le dije que sí.
– No se te ve muy animado -dijo-. Tienes cara de necesitar un trago, pero supongo que ésa es la única cosa que no necesitas ahora.
– Tienes razón.
– Yuri acaba de hacer café. Te traeré una taza.
Cuando me la trajo, me sinceré:
– Estoy bien. Me saca de quicio hablar con ese hijo de puta.
– Lo sé.
– Hablé un poco para hacerle saber algo de lo que sé. Empezó a parecerme que ésa era la única manera de que dejara de perder tiempo. No se iba a mover, a menos que pudiera controlar completamente la situación. Decidí mostrarle que estaba en una posición un poco más débil de lo que pensaba.
– ¿Sabes quién es? -preguntó Yuri.
– Sé su nombre. Sé cómo es y el número de matrícula del coche que lleva. -Cerré los ojos por un momento sintiendo su presencia al otro lado de la línea telefónica, sintiendo los pensamientos de su mente-. Sé quién es.
Le expliqué lo que había convenido con Callander. Empecé a trazar un esquema del terreno y luego me di cuenta de que lo que necesitábamos era un plano. Yuri dijo que había uno de las calles de Brooklyn en algún lugar del apartamento, pero que no sabía dónde. Kenan añadió que Francine solía guardar uno en la guantera del Toyota y Peter bajó a buscarlo.
Habíamos limpiado la mesa. Todo el dinero estaba empaquetado de nuevo para ocultar los billetes falsos. Dispuesto ya para la entrega en dos maletas. Extendí el plano sobre la mesa y tracé una ruta hacia el cementerio, indicando las dos entradas en el límite oeste del camposanto. Expliqué cómo funcionaría, dónde nos instalaríamos, cómo se haría el intercambio.
– Eso te pone al frente -observó Kenan.
– Estaré a la altura de la misión que se me confía.
– Si él intenta algo…
– No creo que lo haga.
«Siempre puedes matarme», le había dicho a él. «Sí, podría», había respondido.
– Yo soy el que tendría que llevar las maletas -replicó Yuri.
– No son tan pesadas -apunté-. Puedo llevarlas yo solo.
– Tú sigues una broma, pero yo lo hago en serio. Es mi hija. Yo debería ir al frente.
Negué con la cabeza. Si él llegara a acercarse tanto a Callander, no podía confiar en que no perdiera la cabeza y lo atacara. Pero tenía una misión mejor para darle.
– Quiero que Lucía corra hacia la seguridad. Si estás allí, querrá quedarse contigo. Por ello te necesito aquí -dije, señalando en el plano-. De modo que puedas llamarla.
– Te meterás un arma en el cinturón -terció Kenan.
– Probablemente lo haga, pero no sé de qué me va a servir. Si intenta algo, no tendré tiempo de sacarla. Si no lo hace, no me hará falta. Lo que quisiera tener es un chaleco Kevlar.
– ¿Esa malla a prueba de balas? He oído que no detiene ni un cuchillo.
– A veces sí, a veces no. No siempre detiene una bala. Pero te da una buena oportunidad.
– ¿Sabes dónde conseguir uno?
– No a estas horas. Olvídalo, no es importante.
– ¿No? A mí me parece sumamente importante.
– Ni siquiera sé si tienen armas.
– ¿Bromeas? Yo no creo que haya nadie en esta ciudad que no tenga un arma. ¿Qué hay del tercer hombre, el francotirador, el tipo que estará escondido detrás de una sepultura, cubriéndonos a todos? ¿Con qué supones que va a hacer el trabajo? ¿Con una puta honda Wham o qué?
– Eso sería así si existiera un tercer hombre. Yo fui el que lo mencionó y Callander fue lo suficientemente vivo para seguirme la corriente.
– ¿Crees que el rapto es obra de dos tipos solos?
– Eran solamente dos cuando secuestraron a la chica en Park Avenue. No los veo saliendo a reclutar una persona extra para una operación como ésta. Tened en cuenta que esos dos comenzaron matando por placer, hasta que luego se les ocurrió una veta comercial. Ésta no es por lo tanto una operación criminal ordinaria donde uno sale y junta un grupo de hombres. Hay algunos testimonios que parecen indicar la existencia de un tercer hombre en los dos secuestros que se presenciaron, pero los testigos pueden haber supuesto que había uno al volante, porque así es como uno esperaría que se comportara esa gente. Pero si sólo tuvieras dos personas con las que hacerlo, una de ellas se desdoblaría y conduciría la furgoneta. Y creo que eso es lo que ocurrió.
– ¿Así que podemos olvidarnos del tercer hombre?
– No -repliqué-. Ésa es la cuestión. Tenemos que suponer que está allí.
Fui a la cocina a buscar más café. Cuando volví, Yuri me preguntó cuántos hombres quería.
– Somos tú, yo, Kenan, Peter, Dani y Pavel. Pavel está abajo, lo conociste cuando entraste en el edificio. Tango tres hombres más, listos para venir, todo lo que tengo que hacer es llamarlos.
– Yo puedo pensar en una docena -apuntó Kenan-. La gente con la que hablé, ya fuera que tuviera dinero para participar o no, todos dijeron lo mismo. «Si necesitas que te eche una mano, dímelo, estaré allí.» -Se inclinó sobre el plano-. Podemos dejarlos ocupar la posición y luego traer una docena más de hombres en tres o cuatro coches. Bloquear no sólo ambas salidas sino también las demás, aquí y aquí. Estás meneando la cabeza, ¿por qué no?
– Quiero dejarlos salir con el dinero.
– ¿Ni siquiera quieres intentarlo después de que recuperemos a la chica?
– No.
– ¿Por qué no?
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