Negó con la cabeza.
– Pero sé la clase de teniente que es -dijo-. No tengo mucho que ofrecer, pero te contaré lo poco que sé con mucho gusto. Puede que no obtengas la misma colaboración del Departamento de Homicidios de Brooklyn.
– ¿Y por qué?
– Nos quitaron el caso. El aviso lo pasaron al 104, lo cual fue un error, porque nos debería haber llegado a nosotros. Sin embargo, estas cosas suceden mucho. Los de Homicidios de Brooklyn lo recibieron y les quitaron el caso a los chicos del distrito.
– ¿Y cuándo conseguiste la información?
– Cuando uno de mis soplones favoritos oyó muchas cosas en algunos bares y panaderías de la Tercera Avenida, justo debajo de la autopista. Un bonito abrigo de visón a un buen precio, pero tienes que guardar esto en secreto porque la cosa está que arde. Bien, julio es una época bastante rara para vender abrigos de piel en Sunset Park. Un tío compra un abrigo para su se ñ ora [12] y quiere que ella se lo pueda poner esa misma noche. Así que mi chico viene y me cuenta que tiene la impresión de que Miguelito Cruz tiene una casa llena de cosas que quiere vender y de las que no tiene comprobantes de venta. Entre el visón y algunos otros artículos que mencionó se me vino a la cabeza el caso Tillary en Colonial Road y fue suficiente para pedir al juez una orden de registro.
Se pasó la mano por el pelo. Era medio castaño, aclarado en algunas zonas por el sol, y lo llevaba algo enmarañado. En aquella época, los policías estaban empezando a llevar el pelo un poco más largo y los más jóvenes estaban empezando a dejarse barba y bigote. Neumann, sin embargo, estaba perfectamente afeitado y sus rasgos eran bastante armoniosos a excepción de una nariz rota que no le habían arreglado muy bien.
– El equipo estuvo en la casa de Cruz -dijo-. Vive en la calle Cincuenta y Uno, al otro lado de la autopista Gowanus. Si la quieres, tengo la dirección por algún lado. Es una zona bastante marginal cerca de la Bush Terminal, si es que sabes dónde está eso. Hay muchos solares vacíos y edificios clausurados con tablas y otros en los que nadie se molestaría en entrar porque si lo haces te puedes encontrar a un grupo de yonquis acampados allí. El edificio de Cruz, sin embargo, no está tan mal. Lo verás si vas.
– ¿Vive solo?
Negó con la cabeza.
– Con su abuela. [13] Es una señora mayor, no habla inglés y yo creo que debería estar en un asilo. A lo mejor la llevan al Marien-Heim que está justo allí, en el barrio. La pobre anciana viene desde Puerto Rico y antes de que pueda hablar inglés ya se ve metida en un asilo con nombre alemán. «Estamos en Nueva York, ¿verdad?»
– ¿Encontrasteis las posesiones de Tillary en el apartamento de Cruz?
– Claro. De eso no hay duda. Los números de serie coincidían con el vídeo. Intentó negarlo. Ya sabes: «He comprado esto en la calle, me lo vendió un tío que conocí en un bar. No sé cómo se llama». Le dijimos: «Claro que sí, Miguelito, pero a una mujer la rajaron en la casa de donde ha salido esto, así que todo apunta a que se te va a involucrar en el asesinato». Al minuto siguiente ya estaba admitiendo el robo, pero insistía en que cuando estuvieron allí, no había ninguna mujer muerta.
– Debía de saber lo del asesinato.
– Claro, no importa quién la matara. Salió en los periódicos, ¿no? Primero dice que no lo había leído, luego dice que no reconoce la dirección. Ya sabes cómo van modificando las versiones.
– ¿Y qué pasa con Herrera?
– Son primos o algo así. Herrera vive en una habitación en la Cuarenta y Ocho, entre la Quinta y la Sexta Avenida. Ahora los dos viven en el Correccional de Brooklyn y allí seguirán hasta que se los lleven al norte del estado.
– ¿Estaban fichados?
– Sería toda una sorpresa que no lo hubieran estado, ¿no? -Sonrió-. Son los típicos capullos. Algunos arrestos por peleas de bandas. Hace como un año y medio se libraron de los cargos por robo porque un juez dictaminó que no había una causa que justificara el cachearlos. -Sacudió la cabeza-. ¡Putas reglas! Bueno, el caso es que se libraron de aquello y en otra ocasión les echaron el guante por robo y se llegó a un acuerdo con el fiscal cuando reconocieron que no habían cometido ningún robo y que lo que ellos habían cometido había sido un allanamiento de morada. Los libraron de las penas. Y otra vez, otro caso de robo en una casa, pero en esa ocasión no llegó a nada porque desaparecieron las pruebas.
– ¿Que desaparecieron?
– Se perdieron o se traspapelaron, no lo sé. En esta ciudad es un milagro que se meta a alguien en la cárcel. Hay que tener muchas ganar de morir para acabar en prisión.
– Entonces, ¿cometieron muchos robos en casas?
– Eso parece. Pero lo que era entrar y salir. Eran cosas de poca monta. Abrían la puerta, cogían una radio, salían corriendo y la vendían en la calle por diez dólares. Cruz era peor que Herrera. Herrera trabajaba de vez en cuando, tiraba de una carretilla en un almacén de ropa o repartía comida, todos trabajos con un salario mínimo. Pero no creo que Miguelito haya tenido nunca un trabajo.
– Pero ninguno había matado a nadie antes.
– Cruz sí.
– ¿Sí?
Asintió con la cabeza.
– En una pelea en un bar; él y otro gilipollas se estaban peleando por una mujer.
– En su ficha no aparece eso.
– Porque nunca llegó a los tribunales. No hubo cargos. Hubo una docena de testigos que dijeron que el tipo muerto había atacado primero a Cruz con una botella rota.
– ¿Y qué arma usó Cruz?
– Un cuchillo. Dijo que no era suyo y había testigos preparados para jurar que habían visto a alguien tirarle el cuchillo. Pero, por supuesto, ninguno había visto quién le había pasado el cuchillo. No tuvimos suficiente para formular una acusación de posesión de armas, así que mucho menos para una acusación de homicidio.
– ¿Pero Cruz normalmente llevaba un cuchillo?
– Habría más probabilidades de pillarlo saliendo de casa sin ropa interior que sin su cuchillo.
Eso sucedió a primera hora de la tarde, el día después de que hubiera recibido los mil quinientos dólares de Drew Kaplan. Aquella mañana había enviado dinero a Syosset. Pagué mi alquiler del mes de agosto por adelantado, pagué una o dos cuentas que tenía pendientes en los bares y fui en metro hasta Sunset Park.
Está en Brooklyn, por supuesto, en el extremo oeste del distrito, más arriba de Bay Ridge y al sur y al oeste del cementerio de Green-Wood. Actualmente se están construyendo muchas casas de ladrillo rojo por Sunset Park y los jóvenes de la ciudad están huyendo de los alquileres de Manhattan y, mientras renuevan las casas antiguas de la zona, aburguesan así el barrio. Pero, por aquel entonces, los jóvenes aún no habían descubierto aquella zona y no habían comenzado a instalarse allí, de tal modo que la población era una mezcla de latinos y escandinavos. La mayoría de los primeros eran puertorriqueños, y la mayoría de los segundos eran noruegos, pero esa media estaba cambiando gradualmente de Europa a las islas.
Ya había caminado por allí antes de mi visita al Distrito 68, principalmente por la Cuarta Avenida, por la principal calle comercial, y me había ido orientando guiándome por la iglesia de San Miguel. Pocos de los edificios sobrepasaban los tres pisos y la cúpula en forma de huevo de la iglesia, que descansaba sobre una torre de más de sesenta metros, era visible desde una larga distancia.
Caminé hacia el norte por la Tercera Avenida, por el lado derecho de la calle, a la sombra de la autopista que pasaba por encima. A medida que me acercaba a la calle de Cruz me detuve en dos bares, más para ir introduciéndome un poco en el barrio que para hacer preguntas. Me tomé una copa de burbon en un sitio para evitar la cerveza.
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