– Al menos se ha puesto en contacto con vosotros antes de mandar los libros directamente a la Hacienda Federal.
– Ya. Eso he pensado yo. Así tenemos la oportunidad de hacer algo. Si nos lanzara una moneda, lo único que podríamos hacer sería agacharnos y recogerla.
– ¿Se lo has contado a tu socio?
– Aún no. He llamado a su casa, pero no estaba.
– Así que te limitas a esperar sentado.
– Eso es. ¿Qué coño he hecho quedándome de brazos cruzados? -Había un vaso en su escritorio con un líquido marrón. Le dio una última calada a su cigarro y lo echó dentro del vaso-. ¡Qué asco! -dijo-. No quiero verte hacer esto nunca, Matt. No fumas, ¿verdad?
– Muy de vez en cuando.
– ¿Sí? ¿Puedes fumarte uno cada cierto tiempo sin engancharte? Conozco a un tío que consume heroína así. Por cierto, tú también lo conoces. Pero estos pequeños cabrones -dijo mientras daba golpecitos sobre el paquete de cigarrillos- creo que son más adictivos que el caballo. ¿Quieres uno ahora?
– No, gracias.
Él se levantó.
– Los únicos a los que no me engancho son los que no me han gustado en un principio. Oye, gracias por venir. No se puede hacer otra cosa más que esperar, pero creo que quería mantenerte al tanto, contarte lo que estaba pasando.
– Está bien -le dije-, pero quiero que sepas que no me debes nada.
– ¿Qué quieres decir?
– Que no tienes que ir pagándome las cuenta de los bares.
– ¿Seguro?
– Seguro.
– Lo hice porque quise.
– Y te lo agradezco, pero no era necesario.
– Bueno, vale. -Se encogió de hombros-. Pero sí que podré pagarte una copa en mi propio bar, ¿no?
– Eso sí.
– Pues vamos -dijo-. Antes de que el jodido Ruslander me arruine el negocio.
Cada vez que iba al Armstrong's, me preguntaba si me encontraría con Carolyn y, cuando no lo hacía, me sentía más aliviado que decepcionado. Podría haberla llamado, pero sentía que no era, en absoluto, lo más apropiado. El viernes por la noche había ocurrido exactamente lo que los dos habíamos deseado, y me alegraba de ello. Además, me había ayudado para superar lo mal que me habían sentado las negativas de Fran y estaba empezando a dar la impresión de que lo que había sentido por ella no había sido más que un simple calentón. Supongo que media hora con una de las prostitutas de la calle me habría servido igualmente, aunque habría sido menos placentero.
Tampoco me encontré con Tommy y eso también fue un alivio y, de ningún modo, una decepción.
Entonces, el lunes por la mañana compré el News y leí que habían detenido a un par de jóvenes hispanos de Sunset Park por el robo y el asesinato de Tillary. El periódico mostraba la típica foto: dos jóvenes delgados, con el pelo revuelto, uno de ellos intentando ocultar su rostro de la cámara, el otro mostrando una sonrisa desafiante, y cada uno de ellos esposado a un irlandés trajeado y de gesto adusto. Había un texto a pie de foto que te decía quiénes eran los buenos, pero esa información sobraba.
Estaba en el Armstrong's aquella tarde cuando el teléfono sonó. Dennis dejó el vaso que estaba secando y contestó.
– Estaba aquí hace un minuto -dijo-. Iré a ver si ha salido. -Cubrió el micrófono del teléfono con su mano y me miró con aire burlón-. ¿Sigues aquí? -preguntó-. ¿O te has marchado sin que me diera cuenta?
– ¿Quién quiere saberlo?
– Tommy Tillary.
Nunca sabes lo que una mujer decidirá contarle a un hombre, ni cómo un hombre reaccionará ante ello. Tampoco quería descubrirlo, pero si tenía que hacerlo prefería enterarme por teléfono antes que cara a cara. Asentí con la cabeza y Dennis me pasó el teléfono por encima de la barra.
Dije:
– Soy Matt Scudder, Tommy. Lo sentí mucho cuando me enteré de lo de tu mujer.
– Gracias, Matt. ¡Jesús! Parece como si hubiera pasado un año y hace solamente, ¿cuánto? ¿Algo más de una semana?
– Bueno, al menos han cogido a esos cabrones.
Hubo una pausa. Entonces, él dijo:
– ¡Por Dios! No has visto el periódico, ¿verdad?
– Claro que sí. Han sido dos hispanos. Mostraban su fotografía.
– Supongo que has leído el News de esta mañana.
– Es lo que leo normalmente, ¿por qué?
– Pero no el Post de esta tarde.
– No. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Es que resulta que están limpios?
– Limpios… -dijo y bramó antes de continuar-: Me imaginé que lo sabrías. La poli vino esta mañana antes de que viera la historia en el News, así que ni siquiera sabía lo del arresto. ¡Mierda! Sería más fácil si ya lo supieras.
– No te sigo, Tommy.
– Me refiero a los dos latin lovers. ¿Conque limpios, eh? Mierda. Igual de limpios que el lavabo de hombres de la estación de metro de Times Square. ¡Así es como están de limpios! La poli registró su casa y encontraron pertenencias nuestras por todas partes. Las joyas que les había descrito, un estéreo cuyo número de serie era el mismo que el que yo les facilité, todo. ¡Y una mierda! De limpios nada, ¡por el amor de Dios!
– ¿Entonces?
– Entonces han admitido el robo, pero no el asesinato.
– Los criminales siempre hacen eso, Tillary.
– Deja que termine, ¿vale? Reconocieron el robo, pero según ellos no fue realmente un robo. Resulta que yo les había dado todo.
– Y por eso fueron a recogerlo a mitad de la noche.
– Eso digo yo. Pero su versión es que tenían que hacer que pareciera un robo para que yo pudiera recibir dinero de mi seguro. Yo podría reclamarle una cantidad superior a la que ellos me habían robado y de ese modo todos salíamos ganando.
– ¿A cuánto ascendía la suma real?
– Mierda, no lo sé. En su casa había el doble de cosas de las que yo anoté al rellenar el informe. Había cosas que eché en falta algunos días después de rellenar el informe y otras que ni siquiera sabía que hubieran desaparecido hasta que los polis las encontraron. Además, se llevaron cosas que el seguro no cubría. Por ejemplo, un abrigo de piel de Peg que siempre quisimos incluir en la póliza, aunque nunca llegamos a hacerlo. Y lo mismo pasa con algunas de sus joyas. Mi póliza era básica, no cubría muchas de las cosas que se llevaron. También robaron un juego de libras esterlinas, herencia de su tía, y juro que había olvidado que tuviéramos eso. Y eso tampoco quedaba cubierto.
– Pues no parece un montaje para cobrar un seguro.
– No, claro que no. ¿Cómo demonios iba a serlo? De todos modos, lo importante es que, según ellos, la casa estaba vacía cuando entraron. Peg no estaba allí.
– ¿Y?
– Y la versión es que entraron en casa, se lo llevaron todo y entonces yo llegué con Peg, la apuñalé seis veces, u ocho, ya no lo sé, y la dejé allí para que pareciera que había sucedido durante el robo.
– ¿Y cómo han podido los ladrones testificar que tú apuñalaste a tu mujer?
– No han podido. Lo único que han dicho es que no fueron ellos, que ella no estaba en casa mientras estuvieron allí y que yo había pactado con ellos lo del robo. La pasma llegó a la otra conclusión.
– ¿Y qué han hecho? ¿Te han detenido?
– No. Han venido al hotel donde estoy alojado. Era temprano, acababa de salir de la ducha. Solamente querían hablar, y al principio lo hice, pero luego empecé a darme cuenta de que estaban buscando algo con lo que acusarme. Así que dije que seguiría hablando solo en presencia de mi abogado, y lo llamé y él se dejó el desayuno en la mesa y vino corriendo. No me dejó decir ni una palabra.
– ¿Entonces no te han liado para que contaras nada?
– No.
– Pero tampoco se han tragado tu historia, ¿no?
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