Lawrence Block - Cuando el antro sagrado cierra

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Matt Scudder fue policía de Nueva York. Ahora es un detective sin licencia que saca las castañas del fuego a sus amigos. Se divorció de su mujer, y ahora vive en un modesto hotel del West Side. Pero su verdadero hogar se encuentra en cualquiera de los bares de su zona, la clientela habitual forma su familia. Corre el verano de 1975, y Matt anda comprometido con varios favores a amigos. En primer lugar, debe salvar de sospechas a Tommie Tillary, un hombre de negocios de ropas estridentes cuya mujer ha sido asesinada. Matt Scudder no dejará de beber ni un instante, pero se mantendrá lo suficientemente lúcido como para encontrar la solución, hallando la inspiración en el fondo de la botella.

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Pensé en lo que había dicho y asentí.

– El velatorio fue anoche -comenté.

– ¿Ah, sí? ¿Fuiste?

Negué con la cabeza.

– No conozco a nadie que fuera.

Me marché antes de que cerraran. Me tomé una copa en el Polly's y otra en el Miss Kitty's. Skip estaba nervioso y se mostraba distante. Me senté en la barra e intenté ignorar al hombre que tenía a mi lado sin resultar demasiado antipático. Quería decirme que todos los problemas de la ciudad eran culpa del antiguo alcalde. Lo cierto era que yo estaba de acuerdo, pero no me apetecía escucharlo.

Me terminé la copa y fui hacia la puerta. A medio camino, Skip me llamó. Me giré y me hizo una señal con la mano.

Volví hacia la barra. Él dijo:

– Ahora no es buen momento, pero me gustaría hablar contigo pronto.

– ¿Y eso?

– Necesito tu consejo. ¿Estarás en el Jimmy's mañana por la tarde?

– Puede -dije-, si no voy al funeral.

– ¿Quién ha muerto?

– La mujer de Tillary.

– Ah, sí. ¿El funeral es mañana? ¿Has pensado en ir? No sabía que lo conocieras tanto.

– Y no lo conozco.

– Entonces, ¿por qué vas a ir? Bueno, olvídalo, no es asunto mío. Te buscaré en el Armstrong's sobre las dos, dos y media. Si no estás allí, ya te buscaré en otro momento.

Al día siguiente, cuando él llegó sobre las dos y media, yo estaba allí. Acababa de terminar de comer y estaba sentado tomándome una taza de café cuando Skip entró y recorrió el bar con la mirada desde la puerta. Me vio, vino hacia mí y se sentó.

– No has ido -dijo-. Bueno, hoy no es día para un funeral. Acabo de salir del gimnasio. Me estaba sintiendo como un estúpido sentado allí, en la sauna. ¡Si la ciudad entera es ya una sauna! ¿Qué estás tomando? ¿Uno de tus famosos cafés Kentucky?

– No, es café solo.

– Eso no sirve para nada. -Se volvió y le hizo una seña a la camarera-. Tráeme una Prior Dark -le dijo- y algo para que mi amigo le eche a su café.

Trajo una copa para mí y una cerveza para él. Él la vertió lentamente contra el borde de su vaso, lo observó, le dio un sorbo y lo puso sobre la mesa.

– Creo que tengo un problema -comenzó.

Yo no dije nada.

– Esto es confidencial, ¿vale?

– Claro.

– ¿Sabes mucho sobre el negocio de los bares?

– Solamente desde el punto de vista de un cliente.

– Me gusta. Ya sabes que lo que importa es la pasta.

– Claro.

– En muchos sitios ya admiten tarjetas. Nosotros no. Cogemos únicamente dinero en metálico. O, si conocemos al cliente, podemos aceptar un cheque o apuntárselo en su cuenta. Pero se trata básicamente de un negocio que funciona con dinero en metálico. Diría que el noventa y cinco por ciento de nuestros ingresos se hace en metálico. De hecho, puede que sea más que eso.

– ¿Y?

Sacó un cigarrillo y le dio unos golpecitos al extremo contra la uña de su pulgar.

– Odio hablar de esto -dijo.

– Pues no hables de ello.

Encendió el cigarro.

– Un cierto porcentaje del dinero son beneficios en bruto. No queda reflejado en ninguna parte, no se declara, es como si no existiera. El dólar que no declaras equivale realmente a dos porque no pagas impuestos por él. ¿Me sigues?

– No cuesta tanto seguirte, Skip.

– Todo el mundo lo hace, Matt. La tienda de golosinas, la tienda de prensa, todo el mundo que recibe dinero en metálico. ¡Por el amor de Dios! Es típicamente americano. ¡Hasta el presidente evadiría impuestos si pudiera!

– El último lo hizo.

– Ni me lo recuerdes. Ese gilipollas le dio mala fama al fraude fiscal -le dio una calada al cigarrillo-. Cuando abrimos, John llevaba las cuentas. Yo soy el que grita a la gente, el que contrata y despide a los camareros y él es el que hace las compras y el que lleva la contabilidad. A él le ha tocado la mejor parte.

– ¿Y?

– Vale, iré al grano. ¡Joder! Desde el principio teníamos dos tipos de libros de cuentas, unos para nosotros y otros para Hacienda. -Su rostro se ensombreció y sacudió la cabeza-. Yo nunca lo he entendido. ¿Por qué no podemos tener nada más que unos? ¿Los que no registran los datos reales? Pero él dice que de ese modo no sabríamos realmente cómo marcha el negocio. ¿Tú le ves algún sentido? Si cuentas el dinero que tienes, ya sabes cómo te está yendo el negocio ¡No necesitas que te lo digan unos libros de cuentas! Pero, como él es el que entiende de estas cosas, pues siempre lo he aceptado.

Levantó el vaso y bebió un poco de cerveza.

– No están.

– ¿Los libros?

– John viene los sábados por la mañana y echa las cuentas de la semana. El domingo pasado todo estaba bien. Pero antes de ayer va porque tiene que comprobar algo, busca los libros y resulta que no están por ninguna parte.

– ¿Han desaparecido todos?

– Solamente los de color negro, los buenos -dio otro trago y se secó la boca con la palma de la mano-. Se pasó el día tomando Valium y volviéndose loco. Me lo contó ayer. Y yo me he estado volviendo loco desde entonces.

– ¿Pero tan malo es, Skip?

– ¡Mierda! Es muy malo. Podríamos ir a la cárcel.

– ¿En serio?

El asintió.

– Ahí está todo anotado desde que abrimos y hemos estado haciendo bastante pasta desde la primera semana. No sé por qué, es únicamente otro garito más, pero hemos atraído mucha clientela. Y también hemos estado robando a mano abierta. Si encuentran esos libros, estamos bien jodidos, ¿sabes? No podemos decir que se trata de ningún error, todo está anotado y bien claro. Hay unas cifras en unos libros y otras completamente distintas en los que entregamos cada año con la declaración de la renta. Ni siquiera podríamos inventarnos ninguna historia, lo único que podemos hacer es preguntarles directamente adónde nos van a mandar, si a la cárcel de Atlanta o a Leavenworth.

Nos quedamos en silencio un momento. Bebí un poco de café. El encendió otro cigarrillo y echó el humo hacia el techo. La música sonaba desde la pletina. Eran instrumentos de viento.

Dije:

– ¿Y qué quieres que haga?

– Que averigües quién se los ha llevado. Y que me los devuelvas.

– A lo mejor John se ha despistado y los ha puesto en otro sitio. Podría haber…

Estaba negando con la cabeza.

– Ayer por la tarde rebusqué por toda la oficina. La puse patas arriba. No están.

– ¿Han desaparecido sin más? ¿No hay señales de que hayan forzado la cerradura? ¿Dónde los guardabais? ¿Bajo llave?

– Se supone que sí. A veces se ha olvidado y los ha dejado fuera, en un cajón del escritorio. Ya sabes, descuidos. Como nunca te ha pasado nada, pues no te fijas y no pones cuidado y, si encima tienes prisa, ni te molestas en dejar las cosas en su sitio. Él dice que los guardó con llave el sábado, pero al momento dice que a lo mejor se le pasó. Es algo casi mecánico, lo hace todos los sábados, así que ¿cómo puede estar seguro de si lo olvidó o no? Bueno, de todos modos, eso ya da igual, porque el caso es que no están. No.

– Entonces alguien los ha cogido.

– Eso es.

– Si los presentan ante la Hacienda Federal…

– Entonces estamos muertos. Punto. Nos pueden enterrar al ladito de… ¿cómo se llamaba?… de la mujer de Tillary. Así que al final no has ido al funeral.

– ¿Falta alguna otra cosa?

– Creo que no.

– Entonces ha sido un robo muy concreto. Alguien entró, cogió los libros y se largó.

– Exacto.

Le di vueltas a la cabeza.

– Puede ser alguien que os guarde rencor, alguien a quien hayáis despedido, por ejemplo…

– Sí, yo también lo he pensado.

– Si van a los federales, lo sabrás cuando un par de tipos vestidos con traje aparezcan en el bar y se identifiquen. Se llevarán todos los libros de cuentas, investigarán vuestras cuentas bancarias y esas cosas.

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