Elizabeth George - Por el bien de Elena

Здесь есть возможность читать онлайн «Elizabeth George - Por el bien de Elena» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Por el bien de Elena: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Por el bien de Elena»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Una joven estudiante, hija de un profesor universitario, se convierte en el eje de una compleja trama. Las equívocas relaciones que Elena Weaver mantiene con sus amigos y amantes despiertan un abanico de oscuros sentimientos: celos, obsesión, amor, pasión, envidia. Un profesor casado la acosa sexualmente, un joven sordo le profesa devoción, un especialista en Shakespeare la persigue, la primera esposa y la joven amante del profesor Weaver le guardan rencor… La muerte de Elena, asesinada mientras hacía footing una neblinosa mañana, tal vez solo fue la consecuencia inevitable de la extraña atracción que ejercía en hombres y mujeres. Ambientada en Cambridge, esta novela radiografía las inextricables facetas emocionales que solapadamente marcan el destino de las personas.

Por el bien de Elena — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Por el bien de Elena», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Papá piensa que posee el alma de Van Gogh -decía Elena.

Imitaba a su padre, abierto de piernas con un cuaderno en la mano, los ojos escudriñando la lejanía, protegiéndose del sol con una mano sobre la frente. Dibujaba un bigote como el suyo sobre el labio superior y componía una expresión de ceñuda concentración.

– No se mueve ni un milímetro, Glynnie -decía a su madre-. Tieso como un palo. Como un palo.

Y las dos estallaban en carcajadas.

Pero, ahora, Glyn comprobó que los dibujos eran muy buenos, que estaban mucho más logrados que los bodegones colgados en la sala de estar, o los veleros, puertos y pueblos de pescadores que decoraban las paredes del estudio. En la serie de dibujos esparcidos sobre el suelo, comprendió que había conseguido captar la esencia de su hija. La exacta inclinación de su cabeza, los ojos de duende, la amplia sonrisa que revelaba el diente roto, el contorno de un pómulo, de la nariz y de la boca. Eran simples estudios, rápidas impresiones. Pero eran bellos y auténticos.

Cuando avanzó un paso más, Anthony levantó la vista. Recogió los dibujos y los guardó en sus respectivas carpetas. Los guardó en el cajón, junto con el lienzo, que encajó en el fondo.

– No has enmarcado ninguno -observó Glyn.

Él no contestó, sino que cerró el cajón y se acercó al escritorio. Jugueteó inquieto con el ordenador, conectó el módem y miró la pantalla. Aparecieron las instrucciones de un menú. Las contempló, sin tocar para nada el teclado.

– Da igual -dijo Glyn-. Ya sé por qué los escondes. -Se situó detrás de él y habló muy cerca de su oreja-. ¿Cuántos años has vivido así, Anthony? ¿Diez? ¿Doce? ¿Cómo demonios lo has conseguido?

El hombre bajó la cabeza. Glyn estudió su nuca, recordó inesperadamente la suavidad de su cabello y que, cuando lo llevaba demasiado largo, se rizaba como el de un niño. Había encanecido, con mechas blancas que se mezclaban con otras negras.

– ¿Qué esperaba lograr? Elena era tu hija. Tu única hija. ¿Qué demonios esperaba lograr?

La respuesta de Anthony fue un susurro. Habló como si respondiera a alguien que no se encontrara en la habitación.

– Quería herirme. Es lo único que podía hacer para que yo comprendiera.

– ¿Comprender, qué?

– Lo que es sentirse destrozado. Como yo la había destrozado a ella. Mediante la cobardía. El egoísmo. El egocentrismo. Pero sobre todo mediante la cobardía. La cátedra Penford solo te interesa para hinchar tu ego, dijo. Quieres una bonita casa y una bonita esposa y una hija que sea tu marioneta. Así la gente te mirará con admiración y envidia. Así la gente dirá que ese tío afortunado lo tiene todo. Pero no lo tienes todo. No tienes prácticamente nada. Tienes menos que nada. Porque lo que tienes es una mentira. Y ni siquiera tienes la valentía de admitirlo.

Una súbita certeza estrujó el corazón de Glyn, al comprender poco a poco el significado pleno de aquellas palabras.

– Podrías haberlo evitado. Si le hubieras dado lo que ella deseaba, Anthony, habrías podido detenerla.

– No pude. Tenía que pensar en Elena. Estaba aquí, en Cambridge, en esta casa, conmigo. Empezó a venir con frecuencia, a sentirse libre conmigo por fin, a permitirme ser su padre. No podía correr el riesgo de perderla otra vez. No podía arriesgarme. Y pensé que la perdería si…

– ¡La has perdido! -gritó Glyn, y sacudió su brazo-. No volverá a entrar por esa puerta. No va a decir: «Papá, comprendo, te perdono, sé que hiciste lo que pudiste». Se ha ido. Está muerta. Y tú pudiste evitarlo.

– Si ella hubiera tenido un hijo, tal vez habría comprendido lo que significaba tener a Elena en casa. Habría comprendido por qué no podía soportar la idea de hacer algo que diera como resultado volver a perderla. Ya la había perdido una vez. ¿Cómo iba a enfrentarme de nuevo a aquella agonía? ¿Cómo podía esperar de mí que lo hiciera?

Glyn comprendió que, en realidad, no estaba respondiendo a su pregunta. Estaba cavilando. Hablaba por hablar. Agazapado tras una barrera que le protegía de los peores aspectos de la verdad, hablaba en un desfiladero cuyos ecos devolvían palabras diferentes. De repente, despertó en ella la misma cólera que había despertado durante los años más calamitosos de su matrimonio, cuando ella respondía a la ciega dedicación a su carrera con dedicaciones de signo muy distinto, cuando le esperaba para que reparara en lo tarde que se iba a dormir, cuando quería que se fijara en los morados de su cuello, pechos y muslos, aguardando el momento en que por fin hablaría, en que por fin daría una señal de que la situación le preocupaba realmente.

– Siempre serás igual, ¿verdad? -dijo-. Como siempre. Que Elena viniera a Cambridge fue para tu conveniencia, no la suya. No por su educación, sino para que te sintieras mejor, para lograr lo que deseabas.

– Quería darle una vida. Quería que compartiéramos una vida.

– Habría sido imposible. Tú no la querías, Anthony. Solo te querías a ti mismo. Querías tu imagen, tu reputación, tus logros maravillosos. Querías que te quisieran, pero no la querías. Incluso ahora, analizas la muerte de tu hija, piensas que tú fuiste el responsable, en lo que sientes ahora, en lo destrozado que estás y en lo que todo ello dice sobre ti, pero no harás nada en absoluto, no extraerás ninguna deducción, no tomarás ninguna medida. Menudo descrédito para ti.

Anthony la miró por fin. Tenía los ojos inyectados en sangre.

– No sabes lo que pasó. No lo entiendes.

– Lo comprendo perfectamente. Piensas enterrar a tu muerta, lamerte las heridas y seguir adelante. Eres tan cobarde como hace quince años. La abandonaste en plena noche, y ahora repetirás la jugada. Porque es la solución más fácil.

– No la abandoné -protestó Anthony-. Esta vez me mantuve firme, Glyn. Por eso murió.

– ¿Por ti? ¿Por tu culpa?

– Sí. Por mi culpa.

– En tu mundo, el sol sale y se pone por el mismo horizonte. Siempre ha sido así.

El hombre meneó la cabeza.

– En otro tiempo, tal vez -dijo-. Pero ahora solo se pone.

Capítulo 20

Lynley aparcó el Bentley en un hueco que encontró en la esquina sudoeste de la comisaría de policía de Cambridge. Contempló la forma apenas discernible del tablón de anuncios encristalado que se alzaba frente al edificio, con la sensación de estar al borde de sus fuerzas. A su lado, Havers se removió en el asiento. Pasó las páginas de su libreta. Sabía que estaba leyendo las recientes declaraciones de Rosalyn Simpson.

– Era una mujer -había dicho la estudiante del Queen's.

Les había conducido por el mismo camino que ella había seguido el lunes por la mañana, a través de la espesa niebla algodonosa de Laundress Lane, donde la puerta abierta a la facultad de Estudios Asiáticos arrojaba un poco de luz hacia la oscuridad. Una vez que alguien la cerraba, sin embargo, la niebla parecía impenetrable. El universo se reducía al perímetro de seis metros cuadrados que podían ver.

– ¿Corres cada mañana? -preguntó Lynley a la chica mientras cruzaban Mili Lane y caminaban bordeando los postes metálicos que separaban los vehículos del puente peatonal que salvaba el río en Granta Place. A su derecha, la niebla ocultaba Laundress Lane, una extensión de campo brumoso interrumpida de vez en cuando por las formas voluminosas de los sauces. Al otro lado del estanque, una sola luz parpadeaba en el último piso de Old Granary.

– Casi -contestó ella.

– ¿Siempre a la misma hora?

– Lo más cerca posible de las seis y cuarto. A veces, un poco más tarde.

– ¿Y el lunes?

– Los lunes me cuesta más despegarme de la cama. Debí salir de Queen's hacia las seis y veinticinco.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Por el bien de Elena»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Por el bien de Elena» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Por el bien de Elena»

Обсуждение, отзывы о книге «Por el bien de Elena» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x