Había un taburete alto con ruedas encajado debajo del banco de trabajo. Faraday lo sacó y se sentó. La sargento Havers se había acomodado sobre el último peldaño de una escalera de tres, libreta en mano, mientras Lynley no se había movido de su sitio. La luz del almacén, al contrario que la luz de la barcaza, beneficiaba esta vez a Lynley. Procedía de la calle y de un fluorescente colgado sobre el banco de trabajo, e iluminaba directamente la cara de Faraday.
– Es evidente que necesitaremos una explicación -dijo Lynley-. Porque si no fue a una fiesta solo para hombres y la utilizó como tapadera para otra cosa, lo más probable es que hubiera inventado una historia que a la policía le habría costado más confirmar. Como ya he dicho, debió suponer que la investigaríamos en cuanto nos dio los nombres de las películas y el videoclub.
– Si hubiera dicho otra cosa… -Faraday se masajeó el cuello-. Qué follón -murmuró-. Escuche, lo que hice está relacionado con Livie y conmigo. No tiene nada que ver con Fleming. Yo no le conocía. O sea, sabía que vivía en Kensington, con la madre de Livie, pero eso era todo. Nunca me había encontrado con él. Ni Livie tampoco.
– En ese caso, imagino que no tendrá la menor dificultad en referirnos los hechos del pasado miércoles por la noche. Si no tienen nada que ver con la muerte de Fleming.
La sargento Havers produjo ruidos significativos con las páginas de su libreta. Faraday la miró.
– Livie creía que la historia de la fiesta daría el pego. En circunstancias diferentes, así habría sido. Por lo tanto, esperaba que hablara de la fiesta y, de no haberlo hecho, habría descubierto algo doloroso. No quería hacerle daño, por eso conté la historia que ella esperaba escuchar. Eso es todo.
– Debo suponer que utiliza la historia de la fiesta como coartada habitual.
– No he dicho eso.
– ¿Sargento?
Havers empezó a leer la lista de los videoclubs que Nkata les había proporcionado, así como las fechas en que las películas habían sido alquiladas durante los últimos cinco años. Solo había recitado tres años cuando Faraday la interrumpió.
– He comprendido el mensaje, pero no estoy hablando de eso, ¿vale? La historia de la fiesta solo para hombres no está relacionada con el motivo de que usted haya venido a verme.
– Pues ¿con que?
– No está relacionada ni con el miércoles por la noche ni con Fleming, lamento decepcionarle. ¿Quiere que hable del miércoles o no? Porque lo haré, inspector, y la historia se verá confirmada, pero solo lo haré si accede a olvidarse de lo demás. -Cuando Lynley se dispuso a replicar, Faraday le interrumpió-. Y no me venga con que la policía no hace tratos cuando se trata de averiguar la verdad. Usted y yo sabemos que ocurre sin cesar.
Lynley sopesó sus opciones, pero comprendió que era absurdo trasladar a Faraday a New Scotland Yard para una exhibición de coacción policiaca y una sesión grabada en la sala de interrogatorios. Al otro hombre le bastaba con llamar a un abogado y guardar silencio, y Lynley se encontraría sin más información que la conseguida en las anteriores entrevistas con el restaurador.
– Adelante -dijo.
– ¿Se olvidará de lo demás?
– He dicho que estoy interesado en el miércoles por la noche, señor Faraday.
Faraday bajó la mano hasta el banco de trabajo. Sus dedos buscaron uno de los moldes de goma.
– De acuerdo -dijo-. Livie cree que salí el miércoles por la noche para hacer algo que necesitaba una sólida coartada. Eso le dije, y como ya sabía la coartada, no tuve otro remedio que utilizarla cuando usted vino. La verdad es… -Toqueteó el molde de goma. Se removió en su asiento-. La verdad es que estuve con una mujer el miércoles por la noche. Se llama Amanda Beckstead. Pasé la noche con ella en su piso de Pimlico. -Miró a Lynley con una cierta expresión de desafío, como si esperara ser juzgado y se preparara para la sentencia. Dio la impresión de que se sentía impelido a añadir-: Livie y yo no somos amantes, por si cree que la estoy traicionando. Nunca lo hemos sido. No quiero hacerle daño, pues podría pensar que necesito algo que a ella le gustaría darme, pero no puede. No espero que comprenda de qué estoy hablando, pero le digo la verdad.
Faraday terminó la frase ruborizado. Lynley no indicó que había más de una forma de traición.
– ¿La dirección y el teléfono de Amanda Beckstead? -se limitó a preguntar.
Faraday los recitó. La sargento Havers tomó nota.
– Su hermano también vive en Pimlico -añadió Faraday-. Sabe que estuve con ella. Lo confirmará. Es probable que los vecinos también.
– Se marchó bastante tarde, si el relato de su regreso es correcto.
– Livie esperaba que fuera a buscarla a casa de su madre a eso de las cinco, y así fue. La verdad es que habría podido ahorrarme las prisas. Su madre y ella aún seguían dale que dale mientras desayunaban.
– ¿ Discutiendo?
Faraday compuso una expresión de sorpresa.
– No, joder. Enterrando el hacha de guerra, diría yo. No se veían desde que Livie tenía veintidós años, así que tenían mucho de qué hablar y poco tiempo para ello. En mi opinión, habían estado levantadas toda la noche, hablando.
– ¿De qué?
Faraday desvió su atención hacia el molde de goma cercano a sus dedos. Pasó el pulgar por el lado.
– ¿Puedo suponer que estaban hablando de otras cosas que no eran la disposición última de las cenizas de Olivia?
– No tenía nada que ver con Flerriing.
– Entonces, nada debería impedirle hablar de ello.
– No es eso, inspector. -Levantó la cabeza y clavó los ojos en Lynley-. Está relacionado con Livie. Debería contarlo ella, no yo.
– Me parece que se dedican muchas energías a la protección de Olivia Whitelaw. Su madre la protege. Usted la protege. Ella se protege. ¿Por qué?
– No dedico energías a proteger a Livie.
– El acto de la negación exige energía, señor Faraday. Al igual que las evasivas y las mentiras descaradas.
– ¿Qué coño está insinuando?
– Que usted es menos que sincero con los hechos.
– Le he dicho dónde estuve el miércoles por la noche. Le he dicho con quién estuve. Casi le he dicho lo que hicimos. Esa es mi parte de la historia, y el resto se lo tendrá que sacar a alguien.
– Por lo tanto, sabe de qué estuvieron hablando. Toda la noche.
Faraday maldijo. Se levantó del taburete y paseó por el almacén. En el Gimnasio Platino, Cyndi Lauper había dado paso a Metallica, al volumen máximo. Faraday caminó hacia la puerta y la bajó con estrépito hasta el suelo de cemento. Las guitarras aullantes se apagaron un poco.
– No aguantaré mucho más. Livie lo sabe. Yo lo sé. He conseguido resistir hasta ahora, sobre todo porque he podido arañar algunas horas de vez en cuando para ver a Amanda. Ha sido… No sé. Creo que ha sido mi salvavidas. Sin ella, creo que habría tirado la toalla hace tiempo.
– ¿A qué se refiere?
– A soportar a Livie y la ELA. Eso es lo que tiene. Una enfermedad neuromotriz. A partir de ahora, solo empeorará. -Deambuló inquieto desde el banco de trabajo hasta una pila de moldes viejos apoyados contra la pared del fondo del almacén. Los golpeó con la punta de la bamba y, cuando siguió hablando, lo hizo al suelo, sin mirar a Lynley-. Cuando ya no pueda usar el andador, necesitará una silla de ruedas. Después, un ventilador y una cama de hospital. Cuando llegue ese momento, no podrá quedarse en la barcaza. Podría ingresar en un asilo, pero ella no quiere y yo tampoco. Cuanto más pensábamos en la situación y descartábamos soluciones, más nos acercábamos a su madre. Y a volver a casa con su madre. Por eso Livie fue a verla el miércoles.
Читать дальше