Sara Paretsky - Lista negra

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Una historia de secretos y mentiras que atraviesa cuatro generaciones.
Tras los atentados del 11 de septiembre, la detective V.I. Warshawski acepta un extraño encargo de uno de sus clientes más importantes: debe vigilar la antigua mansión de su madre, pues la anciana está segura de ver luces en ella.
En medio de la noche, la investigadora encuentra en los jardines de la casa el cadáver de un periodista negro. Al ver que la policía está más que dispuesta a dar carpetazo al asunto, la familia del difunto contrata los servicios de Warshawski para que les ayude a limpiar su buen nombre.
De este modo, la detective se irá enredando en una tela de araña hecha de lujuria, dinero mal adquirido, secretos ocultos y poder que se remonta a la época de la “caza de brujas” del senador McCarthy y las tristemente famosas listas negras.
Warshawski se dará cuenta de que hay fuerzas muy poderosas empeñadas en que la sórdida verdad no salga a la luz, y de que tendrá que poner toda su habilidad en juego sino quiere correr el riesgo de ser un eslabón más en la cadena de extorsiones y asesinatos.

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Aquél parecía ser el espacio privado de Renee, donde tenía tanto su equipo de oficina como las comodidades del hogar: libros, fotos familiares, alfombras gastadas y sillones cómodos. Había también un rincón con sillas de trabajo, y fue allí donde nos indicó que nos sentáramos.

– Edwards y yo queremos saber cómo conoció a Catherine. No más historias, por favor, sobre entrevistas para tareas escolares.

Renee Bayard tenía la fuerza impersonal de un huracán; uno no podía ofenderse, sino echarse a tierra o dejarse arrastrar. Sonreí.

– Ése fue un cuento de Catherine. Aunque en ese momento me sentía bastante furiosa con ella, me quedé admirada por su ingenio para resolver la situación al instante.

– Eso no responde a la pregunta. ¿Cómo se llama? Antes no necesitaba recordarlo.

– V.I. Warshawski.

Le entregué una de mis tarjetas.

– Sí, ya veo. Vale. ¿A qué vino aquí el… miércoles por la tarde? ¿Por qué siguió a Catherine hasta aquí? ¿Y por qué fue el jueves a New Solway a fastidiar a mis empleados?

– Señora, tengo un gran respeto por su marido, y también, poco a poco, por usted, a medida que la voy conociendo, pero no debe saltarse los hechos para llegar a la conclusión que le interesa.

Edwards levantó las cejas; por lo visto no estaba acostumbrado a ver que nadie se enfrentara a su madre. Renee se me quedó mirando.

– ¿Y qué hechos cree usted que me estoy «saltando»?

– Usted supone, o quiere creer, que seguí a Catherine hasta aquí la semana pasada.

Elsbetta entró con un carrito en el que había un juego de porcelana decorativa. Una vez que nos sirvió y se fue, Renee continuó como si no hubiera habido ninguna interrupción.

– Sé que no fue Darraugh Graham quien le dio su nombre a Catherine. ¿Cómo la conoció?

Le hablé de cómo encontré a Marcus Whitby, de mi investigación sobre su muerte, y de por qué quería hablar en primer lugar con Catherine; ya parecía inútil ocultar la presencia de Catherine en Larchmont el domingo por la noche. Incluso le hablé a Renee de mi presencia en el estanque el viernes, pero no le dije que oí la conversación entre Catherine y ella. Y me mantuve fiel al relato de que encontré la puerta de la cocina de Larchmont Hall abierta: no quería que empezaran a circular distintas versiones de mis actividades.

– Me sorprendió que llegara de pronto la gente del comisario -dije-. Y me pregunté si habría sido usted la que los había alertado de que había alguien en la casa.

La mano de Renee no se detuvo mientras se llevaba la delicada taza a los labios. Bebió y la volvió a dejar en su sitio.

– ¿Y qué le hizo creer algo así?

– Usted sabía que Catherine merodeaba por Larchmont en la oscuridad; ella no iba a decirle por qué. Tiene un espíritu vehemente, pero es muy joven; tal vez usted pensó que ella podía no darse cuenta de si alguien a quien ella había decidido ayudar era peligroso. Tal vez pensó que protegía a alguien al margen de la ley, alguien a quien ella veía románticamente como un Robin Hood. No sé cómo pensó usted en algo así, pero sabía que Catherine cumpliría la promesa de protegerlo a pesar del fuerte lazo que existe entre usted y ella. Lo que quería usted era encontrar a esa persona y sacarla de Larchmont.

– Entonces tú sabías que ella deambulaba por allí -dijo Edwards a su madre-, ¡Y no hiciste nada por detenerla!

– Me enteré el viernes. -Por primera vez Renee estaba a la defensiva-. Llamé a Rick Salvi para decirle que alguien se ocultaba en la casa; claro que no le dije que era un conocido de Catherine.

– Aun así -estalló Edwards-, deberías…

– Pensé que tenía a Catherine bien vigilada -dijo Renee-. Fui a verla a medianoche, justo antes de llamar a Rick, y ella estaba, o parecía estar, durmiendo. Pensé que el problema estaría resuelto antes de que ella se despertara por la mañana. Sin embargo, debió de esperar a que yo entrara en la habitación para ver si dormía, luego salió por la ventana hacia el techo del porche y se deslizó por una columna hasta el suelo. Al oír disparos que provenían del bosque, volví a su dormitorio y vi que no estaba. Creo que nadie había recorrido la distancia entre mi casa y Larchmont tan rápidamente como yo aquella noche. Lo que fue una suerte, ya que cuando llegué todos miraban a Catherine tendida en el suelo como si de una película se tratase. Ni siquiera habían llamado a una ambulancia.

A Edwards le centelleaban los ojos.

– Estoy seguro de que tus habilidades organizativas le salvaron la vida. Es una pena que no las utilizaras para evitarle el peligro.

– Es tu hija, Eds, y hará lo que quiera sin importar cuánto me esfuerce en que haga lo contrario. -Renee se explicaba con esa clase de resignación que hace que a uno le entren ganas de zarandear a quien habla.

Edwards respiró hondo y me miró.

– ¿Qué relación tiene con ese chico, con Sadawi?

– Sólo he estado con su hija un par de veces, pero creo que estaba más enamorada de la situación que del muchacho en sí. ¿Qué han averiguado sus colegas de Washington? ¿Es realmente una amenaza para la seguridad?

– No sabemos nada de él, pero está conectado con un grupo sospechoso. La mezquita que frecuenta tiene un discurso bastante violento, y vivía en una habitación alquilada a uno de sus miembros, un tipo que enviaba dinero a los Hermanos de la Fundación Harmony.

– ¿Debo suponer que estos hermanos no están en armonía con los intereses americanos? -sugerí.

– Oh, todos esos grupos son turbios. Sabemos que enviaron una máquina de rayos X a los rebeldes chechenos; que compraron alimentos para familias egipcias, pero creemos que otros fondos pasan de manera encubierta a manos de Al Qaeda.

La Fundación Spadona tiene línea directa con el Gobierno. Tal como esperaba, dando por sentado que Edwards había hablado con el fiscal del distrito, me contestó sin darse cuenta de que le estaba sonsacando. El hecho de que su madre lo sacara de quicio me ayudó bastante.

– Una máquina de rayos X difícilmente constituye una amenaza, Eds -observó Renee-. Seguramente no estarán pensando que van a usarla para fabricar armas nucleares.

Él se revolvió incómodo en la silla.

– Mamá, no dejes que tu hostilidad hacia el fiscal del distrito y sus métodos te impida ver la realidad de lo peligrosos que pueden ser nuestros enemigos.

– Tienes razón -dijo ella-. Sus métodos hacen difícil recordar quién es más peligroso: si la gente que ataca nuestra libertad lejos de nuestras fronteras, o aquellos que la suprimen en casa.

– Los más peligrosos dentro de casa son los que se niegan a cooperar con los esfuerzos del Gobierno para cortar el terrorismo de raíz, ya sea por lealtad a Al Qaeda, o por ignorancia, o a través de ideas equivocadas sobre los derechos legales de los enemigos de América. -Edwards apoyó su taza con tanta energía que la delicada asa se desprendió.

– Sólo porque expresas tu furia con más violencia que yo no significa que tengas razón; ni siquiera significa que estés más furioso que yo -dijo su madre-. ¿No te das cuenta de que Catherine fue alcanzada por un disparo porque gente como Rick Salvi cree que tiene luz verde para utilizar cualquier medio a su alcance si considera que hay un terrorista a la vista? Actuaron siguiendo literalmente el viejo dicho: dispara primero, pregunta después.

Los ojos do Edwards eran dos ranuras de irritación en el rostro.

– Sabían que se trataba de un terrorista que había huido de la casa; no sabían que mi hija estaba allí. Fue un grave error, pero si tú la hubieses cuidado como deberías, nada de eso habría sucedido.

– Se volvió hacia mí-. En cuanto a usted, si estaba en Larchmont Hall el viernes por la noche, huyó del lugar de los hechos. Pudo haber escapado con Sadawi.

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