– Él no es mi único cliente, señora Bayard. Estoy investigando la muerte de Marcus Whitby. El señor Whitby murió en New Solway y…
– Y no existe conexión alguna ni con mi marido ni con mi nieta, que a mí se me ocurra.
– Y tiene una clara conexión con Olin Taverner, que también murió esa semana en extrañas circunstancias. -La irritación endurecía mi postura-. El señor Whitby se vio con Taverner poco antes de su muerte. Taverner le mostró unos papeles secretos que han desaparecido. Imagino que ambos estaban interesados en Kylie Ballantine; yo esperaba que usted supiera qué relación tenía Taverner con Ballantine.
– ¿Y se supone que yo tengo que ser su archivo particular sólo porque hace tiempo publicamos uno de los libros de Ballantine?
– Porque usted conoció al señor Bayard durante los interrogatorios del Comité de Actividades Antiamericanas y quizá recordara si Kylie Ballantine fue también uno de los blancos de Olin Taverner.
Hizo una pausa, como decidiendo si merecía una respuesta, antes de decir:
– Existía algo llamado Comité para el Pensamiento y la Justicia Social, una especie de refugio de la izquierda. Olin siempre lo tomó por un frente comunista. Ballantine pudo haber participado en algunas de sus reuniones, pero no sabría decirle. Si lo hizo, es probable que Olin la interrogara en privado, pero es imposible saberlo. ¿Cuáles son las extrañas circunstancias de la muerte de Olin?
– La policía está investigando el caso -dije, lacónicamente-. No tengo autorización para decir nada al respecto.
– No puedo creerlo: usted, que no deja de tomarse libertades no autorizadas… Pues hay dos que no volverá a tomarse: hablar con mi nieta y entrar en mi casa.
Colgó sin despedirse. Bajé del coche con las piernas temblorosas, como si me hubiera pasado por encima un tren de alta velocidad. Dejé el coche y a los dos borrachos, que insistían en que ellos podían poner en marcha el motor sin problemas.
En la casa, Amy y yo finalizamos la búsqueda, sólo por rutina. Sabíamos que no había nada bajo la madera del suelo ni en ningún compartimento secreto. Puede que Marc no dejara documentos en la oficina, a la vista de Tompkin o Simón Hendricks, pero qué necesidad habría tenido de esconder papeles en su propia casa.
– Realmente confiaba en encontrar algunas de las cartas de Kylie Ballantine -dije-. Creo que te lo mencioné anoche. Marc dejó un mensaje al bibliotecario de la Colección Harsh unos días antes de morir. Gideon Reed sabía que Marc iba a ver qué encontraba en la antigua casa de Kylie; y piensa que Marc quería hacerle partícipe de lo que halló.
– Podría acercarme hasta allí -se ofreció Amy-, hablar con el dueño o los inquilinos o con quien sea, y averiguar si Marc fue finalmente.
La casa donde había vivido Ballantine estaba muy cerca de King Drive.
– No vendría mal si tienes tiempo, pero hay otra cosa que me gustaría que hicieras.
Le conté mi frustrante conversación con Renee Bayard.
– Cuando vayas a la biblioteca de la universidad, mira a ver si puedes averiguar algo sobre el Comité de Pensamiento y Justicia Social. Es una pista insignificante, pero por ahora es lo único que tenemos. Hay un par de referencias a un comité sin especificar en los archivos de Ballantine; podría tratarse de ése. Y ahora que lo pienso, Taverner interrogó a Bayard sobre su relación con ese mismo comité… Vámonos: aquí no vamos a encontrar nada.
Para hacer el registro de la casa me había puesto unos vaqueros y una camiseta, pero también había metido en el coche un traje de chaqueta para la reunión con los abogados de New Solway. Me cambié en el salón de Marc Whitby, compré unas galletas caseras en un pequeño establecimiento para comérmelas en el coche y me uní al éxodo de la ciudad de primera hora de la tarde.
EL CRIADO DE LA FAMILIA
Había ya mucho tráfico a pesar de que llegué a Eisenhower a las dos y media. Para cuando quise encontrar dónde aparcar, localizar el edificio en medio de aquel enorme complejo de negocios y oficinas y entrar en el baño de señoras para sacudirme las migas de galletas de la blusa, ya llegaba quince minutos tarde a la entrevista. Larry Yosano me llevó directamente al despacho del director de la firma.
Julius Arnoff era un hombre pequeño y delgado, cercano a los ochenta años, con los ojos muy hundidos bajo unos párpados pesados. No me estrechó la mano, sólo hizo un gesto para invitarnos a Yosano y a mí a que nos sentásemos en las sillas que había al otro lado de su mesa.
– Me dice el joven Yosano, aquí presente, que usted es una detective de Chicago. Una detective privada, no de la policía de Chicago.
– Así es.
Esbozó una fría sonrisa.
– Usted no es el primer detective de Chicago que siente curiosidad por los asuntos de nuestros clientes.
– Supongo que no -dije-. Por lo que la señora Geraldine Graham me ha contado últimamente, sus clientes podrían mantener ocupada a una oficina entera de detectives.
Larry Yosano tomó aire y pasó de mirarme a mí a mirar a Arnoff con aire de consternación, pero el anciano abogado dijo:
– Si la señora Graham ha estado confiándose a usted, entonces el señor Yosano poco más podrá añadir a lo que ya sabe.
– Ella me ha contado cosas sueltas, no una historia coherente y completa. Me ha hablado de sus disputas con su madre, y que su madre… la obligó a casarse con MacKenzie Graham. Me contó que Olin Taverner era homosexual. Sé que Calvin Bayard tiene Alzheimer y que Renee Bayard se toma un gran trabajo para que nadie lo sepa. Pero me falta gran parte de los detalles que conectan todo eso.
– ¿Y usted espera que le contemos lo que no les dijimos a los detectives y a los reporteros que vinieron aquí a meter las narices hace cincuenta años? -Su tono era desdeñoso.
– No me interesan los elegantes personajes de Peyton Place de hace medio siglo, sino un par de asesinatos contemporáneos. Estoy investigando la muerte de Marcus Whitby, el hombre que murió…
– Lo sé todo sobre el hombre que murió en Larchmont. Aunque los Graham vendieron Larchmont Hall, seguimos relacionados con la propiedad. Sé que Rick Salvi cree que ese hombre se suicidó y que usted nos quiere forzar a todos a abrir una investigación.
– Cuando se comete un asesinato, suele ser una buena idea investigarlo -dije suavemente.
– No siempre, jovencita, no siempre -interrumpió.
– Yo también he estado preguntándomelo. -Adopté una expresión pensativa-. Ayer descubrí pruebas en el apartamento de Olin Taverner que me hacen sospechar que él también ha sido asesinado. Y aun así, tengo que preguntarme si es necesario investigarlo. ¿Acaso importa que alguien enviara a un viejo al otro mundo un poco antes de tiempo? ¿Acaso no estoy derrochando energía en la muerte de un hombre que arruinó la vida de tantas personas?
– Olin Taverner empezó su formación en leyes en la oficina de Theodore Lebold -dijo Arnoff-. Pasó a asuntos más importantes antes de que yo entrara en la compañía, pero aquí siempre lo tuvimos en alta estima.
– Entonces considera que su asesinato merece una investigación. Pero no el de Marc Whitby.
– No tergiverse mis palabras, jovencita. -Arnoff volvió su mirada de párpados hinchados hacia Yosano-. ¿Qué sabemos de la muerte del señor Taverner, Larry?
Yosano se irguió en su asiento.
– Sólo que la señorita Warshawski encontró algo inusual en su casa, señor. Quedó en explicarme la situación en la reunión de hoy.
– ¿Y la situación es…? -Arnoff se volvió hacia mí.
Me apoyé contra el respaldo, con las piernas cruzadas, intentando dejar claro que no era una subordinada.
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