No se me ocurría ni una sola cosa de Olin Taverner que pudiera descartar. Las carreras que había arruinado con la lista negra, los homosexuales que había perseguido públicamente mientras él ocultaba su condición… podría pasarme días enumerándolas. ¿Realmente importaba que alguien hubiera acelerado el final de un viejo verdugo del Comité de Actividades Antiamericanas?
Pero, claro, él había muerto poco después de enseñarle unos papeles secretos a Marc Whitby. Y Marc Whitby había muerto al poco de verlos. ¿Con quién habría hablado Whitby de esos papeles? ¿Con su joven ayudante? Pero entonces, ¿por qué ella no me lo había dicho? Quizá se sintiera más cómoda con Harriet y Amy.
Me froté mi dolorido estómago. El hombre que me había embestido o tenía suerte o estaba bien entrenado. Quizá había asesinado a Whitby y a Taverner y había vuelto a registrar la casa. Pero eso no tenía sentido; tuvo tiempo de sobra para hacerlo después de morir Taverner. A no ser que se enterase más tarde de que Whitby había visto esos documentos.
Saqué el móvil y llamé a Stephanie Protheroe, la ayudante del comisario.
– Warshawski, ¿su novio no está celoso del tiempo que pasa conmigo? Le he prestado ropa, he perdido y encontrado documentos para usted. ¿Y ahora qué?
– Tiene razón -dije-. He abusado de su amabilidad. A lo mejor debería hablar de esto con la policía de New Solway.
Ella suspiró.
– De acuerdo, morderé el anzuelo. ¿De qué se trata?
– Esta tarde he visitado a Geraldine Graham. Vive en el mismo complejo donde vivía Olin Taverner, el tipo que murió el lunes o el martes. Cuando salía de allí, descubrí que alguien había entrado en el apartamento de Taverner.
– Ese alguien no sería usted, ¿verdad, señorita Warshawski?
– Claro que no. Ese alguien es un hombre que me tiró al suelo cuando entré a echar un vistazo. Blanco, de unos cuarenta años, mucho pelo… no pude verlo bien.
– De acuerdo. -Volvió a suspirar-. Enviaremos a alguien.
– Y otra cosa, oficial. Marc Whitby visitó a Olin Taverner el jueves pasado por la noche. Ignoro si Whitby volvió aquí el domingo antes de morir… pero parece que vale la pena investigarlo. Y Taverner tuvo otra visita anónima el lunes, alguien que lavó el vaso de whisky de Taverner. Creí que le interesaría saberlo.
ROMPECABEZAS
Fue al llegar a casa cuando me acordé de las huellas de ruedas que iban hacia el desagüe. Estaba cansada, demasiado cansada para pensar en nada, por no hablar de si debía hacer algo respecto a esas huellas. Me sumergí en la bañera durante media hora y me tomé un cuenco entero de sopa de pollo enlatada. Ni por asomo era tan buena como la de la señora Aguilar, pero no tenía nada mejor.
Estaba quedándome dormida cuando llamó la oficial Protheroe. Traté de ponerme a su nivel de energía mientras me hablaba. El guardia de la entrada de Anodyne Park no pudo identificar al intruso: había pasado demasiada gente por allí ese día, ya fuera para entregar comida, o familias que habían ido de visita, y por lo tanto le era imposible reconocer a nadie a partir de una descripción tan vaga.
– ¿No habrá forzado usted la cerradura de ese cajón mientras echaba el vistazo, verdad? -añadió.
– Oficial, si yo hubiera abierto ese cajón, usted no se habría enterado. ¿Ha enviado a un equipo al lugar de los hechos para que tomen las huellas y demás?
– La administración de Anodyne no quiere ver demasiada presencia policial; baja la moral y la gente se queja. -Se rió secamente-. Pero aunque sólo sea para evitar que llame seis veces en una hora, he llevado el vaso al laboratorio.
– ¿Y me hará saber lo que descubran, aunque sólo sea para evitar que la llame seis veces en una hora?
– Nunca se sabe, pero puede que lo haga.
Cuando colgó volví a la cama, pero me había desvelado y ya no pude relajarme. Todavía era temprano, las nueve nada más. Telefoneé a Amy Blount para ver si había tenido suerte en T-Square, o con alguno de los vecinos de Marc. Lamentablemente, la madre que cuidaba a su bebé era la única persona despierta a medianoche, o al menos la única que vio movimiento en casa de Marc.
– Cuando pregunté si alguna vez iba alguien a verlo, los niños pensaron que era una novia celosa intentando ponerlo en evidencia; sólo recordaban haberme visto a mí saliendo de casa de Marc, pero a nadie más. Empezaron a inventarse una historia en la que yo era la asesina. Me hizo reír, y luego me hizo llorar; no quiero ni pensar lo solo que debió de sentirse, y no puedo creer que esté muerto.
– Sí. A veces investigar es como un juego, hasta que te acuerdas de que ha muerto una persona que era importante para sus familiares y amigos… ¿Qué hay del editor de Marc, Simón Hendricks?
– Humm. Un estirado. Como Harriet estaba allí, no le quedó más remedio que hablar con nosotras. Comenzamos como tú nos sugeriste, con Aretha, la asistente de Marc, pero ella no cree que hubiera nada especial, aparte de la inseguridad profesional, en la tensa relación entre Marc y Hendricks. Marc tenía un contrato para escribir un libro sobre Kylie Ballantine; lo descubrimos en un cajón de su escritorio. Aretha dijo que Hendricks estaba furioso con eso porque él, Hendricks, llevaba cinco años intentando publicar un libro sobre el verano que Martin Luther King pasó en Chicago.
– Entonces, ¿por qué Marc le habló del contrato para su libro?
– Debía hacerlo, según las condiciones de su puesto de trabajo.
– ¿Crees que Hendricks estaba tan resentido o tan celoso como para matar a Marc por esa razón?
Ella lo pensó un momento.
– No soy una experta en adivinar por qué una persona mata a otra. Pero, bueno, ¿por qué Hendricks habría llevado a Marc hasta aquel estanque?
– Es verdad -admití-. ¿Y qué hay del compañero de Marc, Jason Tompkin? ¿Lograste sacarle algo sobre las relaciones de la empresa con Bayard?
– Habla tanto que es difícil saber si se puede confiar en lo que dice. Pero parecer ser que la política de la compañía prohíbe hablar de un proyecto en marcha con cualquiera que no sea de la editorial Llewellyn. Sin embargo, dice que Hendricks hace hincapié en esto cuando se refiere a Ediciones Bayard. J.T. dice que la orden viene de Llewellyn, que hay mala relación entre Calvin Bayard y Augustus Llewellyn, aunque nadie sabe bien por qué, pero que él, J.T., cree que es porque Llewellyn le pidió dinero prestado a Bayard cuando empezó T-Square, y Bayard se comportó de manera paternalista; como si Llewellyn fuera el ejemplo patente del corazón magnánimo y liberal de Bayard. Pero hay algo realmente extraño: según J.T., Hendricks y Marc tuvieron una acalorada discusión la semana pasada porque Marc intentó ver a Llewellyn en persona.
Me quedé estupefacta: en una empresa, el que trata de ver al dueño a espaldas de su jefe no sobrevive.
– ¿A propósito de qué?
– Nadie lo sabe. Tal vez Marc quería persuadir al señor Llewellyn de que relajara la política interna con respecto a la comunicación con Bayard porque éste formaba parte de la historia de Kylie Ballantine.
– De modo que si Marc quiso hablar con Bayard, definitivamente tuvo que hacerlo a escondidas -dije-. Hoy he descubierto que Marc fue a New Solway al menos dos veces, y la primera vez no fue a ver a Bayard, sino a Olin Taverner.
Le conté los extraños datos que tenía sobre la muerte de Olin Taverner, y del hombre que había entrado en su casa.
– Daría el salario de un mes por saber qué había en los papeles de Taverner. Marc no le comentó nada a Aretha Cummings, ¿verdad?
– No, que ella nos haya dicho -respondió Amy-. Pero eso que nos cuentas es muy importante: un hombre mayor que abre un cajón cerrado con llave para mostrar sus papeles secretos. Si Marc lo hubiera mencionado, creo que ella nos lo habría dicho, aunque hubiese jurado no decírselo a nadie. Mañana la llamaré para confirmarlo.
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