Sara Paretsky - Valor seguro

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La investigadora privada V. I. Warshawski, experta en kárate y tiradora mortal, es contratada por el vicepresidente de un importante banco de Chicago para que encuentre a la novia de su hijo Peter, misteriosamente desaparecida.
Cuando Warshawski encuentra el cadáver de Peter, su cliente se esfuma. Sin embargo, la detective se niega a abandonar la investigación, y halla una pista que la convierte en la principal enemiga de una peligrosa organización integrada por asesinos a sueldo y pistoleros sin escrúpulos.

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Lotty estaba en la cocina tomando café y leyendo.

– Lotty, lo siento mucho. Con lo poco que duermes, sólo te faltaba yo. Pero creo que es el principio del final.

– Qué bien -dijo poniendo un punto en el libro y cerrándolo-. ¿Sabes dónde está la chica que desapareció?

– Sí. Una amiga suya me ha dado la dirección. Ahora tengo que salir de aquí sin que me vean.

– ¿Dónde está?

No sabía si responderle.

– Cariño, me han interrogado expertos más obstinados que los matones de Smeissen. Y creo que alguien más debería saberlo.

Esbocé una sonrisa.

– Tienes razón. Pero el problema es: ¿qué hacemos con Jill? Teníamos que ir a Winnetka mañana, bueno, hoy, para averiguar si su padre tiene documentos que puedan demostrar su conexión con Masters y McGraw. Aunque a lo mejor Anita me da la respuesta. Pero estaría más tranquila si Jill estuviera en su casa. Todo este tinglado, Paul durmiendo bajo la mesa del comedor y Jill cuidando a los niños, me pone nerviosa. Si quiere volver y quedarse el resto del verano conmigo, genial, pero cuando se haya arreglado todo esto. Por el momento, sería mejor que volviera a su casa.

Lotty apretó los labios y clavó la mirada en el café durante un rato hasta que dijo:

– Tienes razón. Ahora ya está mejor, después de dormir dos noches de un tirón y estar rodeada de gente tranquila que la aprecia, seguramente puede volver con su familia. Estoy de acuerdo. Y todo esto de Paul es muy delicado. Es muy amable pero es muy delicado en un espacio tan reducido.

– Mi coche está delante del hotel Conrad Hilton, en el centro. No puedo ir a buscarlo porque lo estarán vigilando. A lo mejor podría ir a buscarlo mañana y llevar a Jill a su casa. Yo estaré de vuelta mañana por la noche, me despediré y te daré un poco de intimidad.

– ¿Quieres coger mi coche? -sugirió Lotty.

Lo medité un momento.

– ¿Dónde lo tienes aparcado?

– Aquí delante.

– Gracias, pero tengo que salir sin que me vean. No sé si nos están vigilando, pero buscan a Anita desesperadamente. Y han llamado antes para asegurarse de que estaba aquí.

Lotty se levantó y apagó la luz de la cocina. Miró por la ventana medio escondida por el geranio y las cortinas de gasa.

– Yo no veo a nadie. ¿Por qué no despertamos a Paul? Que coja mi coche y dé unas cuantas vueltas a la manzana. Si nadie lo sigue, que te recoja en el callejón de detrás, y tú lo dejas al final de la calle.

– No me convence. Tú te quedarás sin coche, y cuando Paul vuelva andando, si hay alguien vigilando, sospecharán de él.

– Vic, no es tu estilo encontrar tantas pegas. No nos dejarás sin coche. Tendremos el tuyo. Y por lo de Paul -dijo y se quedó pensando un rato-. Ya lo tengo: déjalo en la clínica. Que siga durmiendo ahí. Tenemos una cama por si tenemos que quedarnos alguna noche Carol o yo.

– Está bien, no voy a buscar más pegas. Despertemos a Paul y a ver qué pasa.

Paul se despertó deprisa y de buen humor. Cuando le explicamos el plan, se entusiasmó.

– Si veo a alguien merodeando por aquí fuera, ¿quieres que le pegue?

– No hace falta, cariño -dijo Lotty entre risas-. Será mejor pasar desapercibido. En Sheffield con Addison hay un bar abierto toda la noche. Llámanos desde allí.

Dejamos a Paul solo para que se vistiera. Al cabo de unos minutos apareció en la cocina peinándose el pelo hacia atrás con la mano izquierda y abrochándose una camisa azul con la derecha. Lotty le dio las llaves de su coche. Observamos a Paul, a oscuras, desde la habitación de Lotty. Nadie le atacó y subió al coche sin problemas; no vimos a nadie que lo siguiera.

Volví al salón y me vestí para salir. Lotty me miraba sin decir nada mientras cargaba la Smith & Wesson y la metía en la pistolera. Llevaba tejanos ajustados y una chaqueta primaveral encima de una camiseta de canalé.

Unos diez minutos más tarde sonó el teléfono.

– Sin problemas -dijo Paul-, pero hay alguien enfrente del edificio vigilando. Creo que será mejor que no baje por el callejón porque podría seguirme o mirar detrás de la casa de Lotty. Te espero al final del callejón, a la salida.

Le transmití la información a Lotty, que asintió con la cabeza.

– ¿Por qué no sales por el sótano? Así no te verán en la calle principal, y la puerta de detrás está camuflada por las escaleras y por los cubos de basura.

Me llevó hasta el sótano. Estaba muy nerviosa y alerta a cualquier ruido. Por la ventana vimos como la noche empezaba a dejar paso a un amanecer grisáceo. Eran las 4.40 y el silencio era sepulcral. Oímos una sirena a lo lejos, pero no pasaban coches por la calle de Lotty.

Lotty había traído una linterna para evitar encender la luz y que se viera desde la calle por la ventana lateral. Enfocó las escaleras para que pudiera guiarme, y luego la apagó. La seguí sigilosamente. Al final de las escaleras me agarró la muñeca y me llevó a través de bicicletas y una lavadora, y muy despacio abrió los cerrojos de la puerta. Se oyó un pequeño clic cuando cedieron. Esperó unos minutos antes de abrir la puerta. Se abrió sin apenas ruido; las bisagras estaban engrasadas. Me deslicé hacia fuera con zapatos de suela de crepé.

Observé el callejón escondida tras las basuras. Freddie estaba sentado contra la pared al final del callejón, unas dos manzanas más abajo. Me pareció que estaba dormido.

Subí las escaleras sigilosamente.

– Dame diez minutos -susurré al oído de Lotty-. Tengo que buscar alguna forma de escaparme sin que me vea.

Lotty asintió sin decir nada.

Desde las escaleras observé a Freddie otra vez. ¿Tenía la habilidad de hacerse el dormido? Salí de detrás de los cubos de basura y caminé hasta el siguiente edificio apoyada en la pared y con la mano derecha en la culata. Freddie no se movió. Arrimada a la pared, me deslicé por el callejón. Cuando estaba más o menos a la mitad, me puse a correr silenciosamente.

15.- La camarera del sindicato

Paul me estaba esperando, como me había prometido. Era un chico inteligente; había aparcado de forma que no se viera el coche desde el callejón. Entré en el coche por la puerta del copiloto y la cerré.

– ¿Algún problema? -dijo mientras arrancaba y se alejaba del bordillo.

– No, pero he reconocido al hombre dormido que estaba en el callejón. Será mejor que llames a Lotty desde la clínica. Dile que no deje a Jill sola en el piso. Y que mañana llame al teniente Mallory para pedir un escolta que las acompañe a la clínica.

– Claro.

Paul era un encanto. Estuvimos en silencio en el corto trayecto hacia la clínica. Le di las llaves de mi coche y le recordé dónde lo había aparcado.

– Es un Monza azul marino.

– Buena suerte -dijo con voz cálida-. No te preocupes por Jill, ni por Lotty. Yo me ocuparé de ellas.

– Lotty no me preocupa nunca -dije mientras me deslizaba al asiento del conductor-. Es una fuerza de la naturaleza.

Ajusté los retrovisores y quité el freno de mano. Lotty conducía un Datsun, tan práctico y sencillo como ella.

Desde Addison hasta Kennedy, comprobé por el retrovisor que no me siguieran; no vi a nadie. El calor era muy pegajoso; la noche húmeda dejaría paso a un día de niebla y contaminación. El horizonte clareaba y yo me escabullía por las calles vacías. En la autopista no había casi ningún coche y llegué al peaje de Milwaukee en cuarenta y cinco minutos.

El Datsun de Lotty era práctico, pero hacía tiempo que no conducía un coche que no fuera automático, y rascaba un poco las marchas al reducir la velocidad.

Tenía una radio FM y escuché la WFMT hasta pasada la frontera de Illinois. Cuando la emisora empezó a solaparse con las otras, apagué la radio.

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