– Entiendo. Supongo que no sabías qué pensar, pero ¿por qué no se lo preguntaste a tu padre?
– No, no sabía qué preguntarle. No podía imaginarme ninguna respuesta lógica, así que Peter y yo nos lo tomamos como una broma de Cari, que había hecho una reclamación falsa porque mira… Pero Peter no se quedó tranquilo y se puso a investigar. Peter era así: le gustaba llegar al fondo de las cosas. Y buscó los nombres de los otros directivos, y todos tenían reclamaciones al seguro. No todos tenían invalidez total, ni permanente, pero todos cobraban grandes cantidades de dinero. Y lo peor fue que mi padre también tenía una. Me asusté tanto que no quise preguntarle nada.
– ¿Joseph Gielczowski es uno de los directivos? -pregunté.
– Sí, es uno de los vicepresidentes y el presidente de la logia 3051, una logia con mucha influencia en Calumet City. ¿Lo conoces?
– No, pero la reclamación que encontré iba a ese nombre.
Ahora entendía por qué no querían que tuviera aquel polvorín en mis manos. No me extrañaba que me hubieran saqueado el piso para encontrarlo.
– Y Peter decidió hablar con Masters, supongo. Tú no sabías que Masters estaba involucrado en el negocio, ¿verdad?
– No, y Peter tampoco, claro. Y pensó que era su deber decírselo. Luego ya veríamos lo que hacíamos. Teníamos que hablar con mi padre, pero pensamos que Masters tenía que saberlo primero.
Sus ojos azules eran pozos de terror.
– Lo que pasó fue que se lo dijo a Masters, y Masters le dijo que parecía algo muy serio, y que le gustaría hablar del caso con Peter, en privado, porque a lo mejor se tendría que llevar el caso a la Comisión General de Seguros. Peter no vio ningún problema y Masters le dijo que pasaría a verlo el lunes por la mañana antes de ir al trabajo.
Me miró directamente a los ojos.
– Tendríamos que habernos imaginado algo raro. Deberíamos haber visto que no era normal, que un vicepresidente no hace estas cosas; si quiere hablar de algo, lo hace en su despacho. Pero pensamos que lo hacía como un favor porque Peter era un amigo de la familia.
Volvió a mirar al río.
– Yo quería estar allí cuando Masters llegara, pero tenía que hacer un trabajo de investigación para un profesor del Departamento de Ciencias Políticas.
– ¿Harold Weinstein? -pregunté.
– Sí. Ya veo que me has estado investigando. La cuestión es que tenía que estar en la universidad a las ocho y media y Masters no vendría hasta las nueve, así que dejé a Peter solo.
Lo abandoné. Oh, por favor, ¿por qué pensaría que aquel trabajo era tan importante? ¿Por qué no me quedé con él?
Ahora estaba llorando de verdad, no simplemente sollozando. Escondió la cabeza entre las manos y estuvo llorando un rato. No paraba de repetir que había dejado que mataran a Peter, y que tendría que haber muerto ella; su padre era el que tenía amigos criminales, no el de Peter. Dejé que se desahogara un rato.
– Escucha, Anita, puedes flagelarte el resto de tu vida, pero tú no mataste a Peter. No lo abandonaste. No le tendiste ninguna trampa. Si hubieras estado allí, ahora también estarías muerta y nunca se habría averiguado la verdad.
– ¡Y a mí qué me importa la verdad! -dijo entre sollozos-. Yo ya la sé. Y me da igual si el resto del mundo la sabe o no.
– Si el resto del mundo no la sabe, es como si estuvieras muerta -dije en un tono muy duro-. Y el próximo chico o chica que trabaje con estos documentos y descubra lo que tú y Peter descubristeis, estará muerto también. Ya sé que para ti es horroroso. Que has pasado un infierno y que te costará salir de él, pero cuanto antes acabemos con este asunto, antes podrás superarlo. Cuanto más tiempo tardemos en resolverlo, más insoportable será para ti.
Seguía con la cabeza hundida entre las manos pero había dejado de sollozar. Al cabo de un rato se incorporó y me miró. Tenía la cara llena de lágrimas y los ojos enrojecidos, pero ya no tenía las facciones tan tensas; incluso parecía un poco más joven, y no la máscara de su muerte anticipada.
– Tienes razón. Me enseñaron a no tener miedo de hablar con la gente. Pero no quiero tener que hablar de esto con mi padre.
– Lo sé -dije con ternura-. Mi padre murió hace diez años. Yo era hija única y estábamos muy unidos. Sé por lo que estás pasando.
Llevaba un ridículo traje de camarera de rayón negro con un delantal blanco. Se sonó la nariz con el delantal.
– ¿Quién cobra las indemnizaciones? -pregunté-. ¿Las personas que aparecen en las reclamaciones?
Negó con la cabeza.
– Es imposible saberlo, porque en realidad uno no va al banco a cobrar las indemnizaciones, sino que enseñas la reclamación al banco, ellos verifican que tengas una cuenta allí, y piden a la compañía de seguros que mande los cheques a aquella cuenta. Tendrías que saber en qué banco se presentaban las reclamaciones y esta información no constaba en los archivos; sólo había copias de carbón de las reclamaciones. No sé si conservan los originales, o si los mandan al director del departamento, o qué. Y Peter no quería ir tan lejos sin antes consultarlo con Masters.
– ¿Y qué papel desempeñaba el padre de Peter en todo esto?
Abrió los ojos, extrañada.
– ¿El padre de Peter? Pero si no tenía nada que ver…
– Algo tendría que ver porque lo asesinaron el otro día, el lunes.
Empezó a mover la cabeza hacia delante y hacia atrás y se puso pálida.
– Lo siento -dije-. He sido muy desconsiderada diciéndotelo de esta forma.
Le puse el brazo alrededor del hombro, y no dije nada más. Pero estaba segura de que Thayer ayudaba a McGraw y a Masters a cobrar las indemnizaciones. A lo mejor lo sabía algún directivo más del sindicato, pero seguro que no compartían un caramelo como aquel con todos. Si lo sabía demasiada gente, al final lo descubriría toda la plantilla. Seguramente sólo lo sabían Masters y McGraw, y tal vez algún médico que verificara las lesiones. Thayer les abrió una cuenta sin preguntar de dónde procedía tanto dinero. A cambio, Masters y McGraw le hacían un regalo todos los años, y cuando él amenazó con investigar sobre la muerte de Peter, le dieron la puñalada trapera: le dijeron que él también estaba involucrado y que podían juzgarlo. Tenía su lógica. Ahora sólo faltaba saber si Paul y Jill habían encontrado algo en el despacho de Thayer. O si Lucy no les había dejado entrar. Por el momento, tenía que centrarme en Anita.
Permanecimos un rato en silencio. Anita estaba ensimismada poniendo sus pensamientos en orden. Al rato dijo:
– Me siento mucho mejor después de habértelo contado.
Asentí. Se miró el uniforme absurdo que llevaba.
– Y yo, vestida así. Si Peter pudiera verme… -se le iba la voz-. Me gustaría irme de aquí, dejar de interpretar este papel absurdo de Jody Hill. ¿Crees que puedo volver a Chicago?
Medité la respuesta un momento.
– ¿Dónde te quedarías?
Se quedó pensando un rato.
– No lo sé. No puedo involucrar a Ruth y a Mary otra vez.
– Tienes razón. No sólo por ellas, sino también porque ayer me siguieron a la reunión de las Mujeres Universitarias Unidas, y es muy probable que Earl vigile a las chicas de la asociación durante unos días. Y no puedes volver a casa hasta que hayamos solucionado esto.
– Es verdad -dijo-. Pero es que estoy tan harta. Fue una buena idea venir aquí, pero me siento vigilada, y no puedo contarle a nadie lo que me pasa por la cabeza. Siempre me están chinchando con el tema de los novios, con el Dr. Dan, el hombre al que tiré el café encima esta mañana, y como no puedo decirles nada de Peter, creen que soy una antipática.
– Supongo que podría llevarte de vuelta a Chicago -dije arrastrando las palabras-. Pero tendrías que esconderte durante unos días hasta que solucione el tema… Podríamos publicar una lista con los nombres de los falsos asegurados, pero sólo conseguiríamos hacer daño a tu padre y probablemente no pillaríamos a Masters. Y yo quiero pillarle de forma que no tenga escapatoria hasta que yo lo haya resuelto todo. ¿Me sigues?
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