– Supongo que depende del número de voluntarios. Seguramente yo iré. Si os apuntáis, podemos coger el autobús todas juntas. No está tan lejos.
– ¿Y dónde dormiríamos? -alguien quiso saber.
– Yo había pensado acampar -dijo Mary-. Pero seguramente encontraréis mujeres de la organización que quieran compartir una habitación de hotel. Ya lo preguntaré.
– No me gusta la idea de hacer algo para la Asociación Nacional de Mujeres -dijo una mujer con las mejillas rosadas y el pelo hasta la cintura. Llevaba un peto y una camiseta encima; tenía el aspecto de una matrona victoriana.
– ¿Por qué, Annette? -preguntó Gail.
– No tocan los problemas realmente importantes: la posición social de la mujer, las desigualdades en el matrimonio, el divorcio, el cuidado de los niños… Además, siempre lamen el culo de algún político. A la que un candidato hace un miserable gesto hacia los niños, ya lo respaldan, y se olvidan de que no hay mujeres en su partido y de que su mujer es un mero florero que se queda en casa a apoyar su carrera.
– Nunca tendrás justicia social si no consigues primero unas igualdades políticas y económicas básicas -dijo una mujer corpulenta que se llamaba Ruth, creo-. Contra los poderes políticos se puede luchar. No puedes arrancar de cuajo la opresión de hombres y mujeres sin ninguna herramienta: la ley es tu herramienta.
Este argumento era muy viejo: se remontaba a los inicios del feminismo radical de finales de los sesenta. ¿Nos concentramos en la igualdad de derechos y de salarios, o intentamos cambiar toda la sociedad y establecer nuevos roles sexuales? Mary dejó que discutieran durante diez minutos. Después dio unos golpecitos en el suelo con los nudillos.
– No quiero que nos pongamos de acuerdo en lo que pensamos sobre la Asociación de Mujeres, ni siquiera sobre la Enmienda de la Igualdad de Derechos -dijo-. Sólo me gustaría saber a quién le gustaría ir a Springfield.
Gail fue la primera voluntaria, como era de esperar, y luego Ruth. Las dos que habían estado criticando las opiniones de Weinstein también se apuntaron.
– ¿Y tú, Vic? -preguntó Mary.
– Gracias, pero no -dije.
– ¿Por qué no nos dices qué has venido a hacer exactamente? -dijo Mary con sequedad-. Aunque sea cierto que estudiaste en la Universidad de Chicago, nadie viene a un grupo de discusión un martes por la noche para comprobar si ha cambiado el campus.
– Tienes razón, no ha cambiado tanto. He venido porque estoy buscando a Anita McGraw. Aunque no os conozca, sé que Anita estaba en este grupo, y espero que alguien pueda decirme dónde está.
– En ese caso, ya puedes irte -dijo Mary enfadada.
El grupo se me comía con las miradas. Sentía su hostilidad como una fuerza física.
– La policía ya ha venido varias veces. Ahora habrán pensado que podían meter a una poli para ver si conseguía sonsacarnos la dirección de Anita, suponiendo que la tuviéramos. Yo no sé dónde está, y no sé si alguien de esta sala lo sabe. Pero la pasma no puede dejarnos tranquilas, ¿no?
No hice ningún gesto.
– No soy policía ni periodista. ¿Piensas que la policía busca a Anita para acusarla de la muerte de Peter?
– Claro -rezongó Mary-. Han estado preguntando si Peter se acostaba con otras chicas y si Anita era celosa, o si él había escrito un testamento y le había dejado dinero. Lo siento. Ya puedes irte y decirles que no se saldrán con la suya.
– Me gustaría plantear otra versión -dije.
– Vete a la mierda -dijo Mary-. No nos interesa. Vete de aquí.
– No me iré hasta que no me hayáis escuchado.
– ¿Quieres que la eche, Mary? -preguntó Annette.
– Inténtalo -dije-. Pero os pondréis más furiosas si hago daño a alguien, y de todas formas no pienso irme hasta que no hayáis escuchado lo que quiero deciros.
– Está bien -dijo Mary de mal humor y sacó el reloj del bolsillo-. Tienes cinco minutos. Después Annette te echará.
– Gracias. Mi historia es corta. Puedo adornarla más tarde si tenéis alguna pregunta. Ayer asesinaron a John Thayer, el padre de Peter, delante de su casa. La policía cree que lo mató un asesino a sueldo que tienen fichado, aunque no tienen ninguna prueba. Yo creo, al contrario que la policía, que es el mismo hombre que mató a Peter el pasado lunes. ¿Por qué asesinaron a Peter? Pues porque descubrió algo que podía perjudicar a un sindicalista muy poderoso y muy corrupto. No he descubierto lo que sabía Peter, pero me imagino que tiene que ver con transacciones de dinero ilegales. También es probable que su padre estuviera metido en este asunto, al igual que su jefe.
Estiré las piernas y apoyé las manos en el suelo. Nadie decía nada.
– Todo esto son suposiciones. No tengo ninguna prueba que pueda llevar a los tribunales, pero tengo bastante experiencia en observar las relaciones y las reacciones de las personas. Si mis suposiciones son ciertas, la vida de Anita McGraw está en grave peligro. Lo más probable es que Peter Thayer contara a Anita lo que había descubierto, y que cuando ella encontró su cadáver el lunes, se asustara y se fugara. Mientras esté viva y sea la única que conozca el secreto de la historia, sea cual sea, los hombres que mataron dos veces para que no saliera a la luz no tendrán ningún reparo en matarla a ella también.
– Sabes muchas cosas -dijo Ruth-. ¿Cómo puedes saber tanto del tema si no eres ni policía ni periodista?
– Soy investigadora privada -dije como si no fuera conmigo-. Mi cliente es una chica de catorce años que vio cómo mataban a su padre y que está muy asustada.
Mary seguía enfadada.
– Eso es lo mismo que ser policía. Da igual quién pague tu sueldo.
– Te equivocas -dije-. Hay una gran diferencia. Yo tomo mis propias decisiones, no dependo de una jerarquía de agentes, oficiales e inspectores.
– ¿Qué pruebas tienes? -preguntó Ruth.
– El viernes pasado me dio una paliza el jefe del asesino a sueldo que seguramente mató a los Thayers. Quería que dejara el caso. Aunque no puedo demostrarlo por el momento, creo que sé quién lo contrató: un hombre que consiguió el contacto a través de un socio que tiene relaciones con criminales reputados. Este hombre es el que contrató a Peter este verano. Y sé que el hombre que tiene contactos con criminales se veía con el jefe de Peter. Su ex jefe. Todavía no he descubierto si se trata de dinero, pero me lo imagino. En ese ambiente, un escándalo sexual no viene a cuento, y tampoco creo que se trate de espionaje.
– ¿Y de droga? -preguntó Gail.
– No creo -dije-. Aunque es verdad que es una fuente ilegal de dinero que no hace ascos al asesinato para protegerse.
– Sinceramente, V. I., Vic, o como te llames, no me has convencido. No creo que Anita esté en peligro. Pero si alguien no está de acuerdo conmigo y sabe dónde está Anita, adelante, traicionadla.
– Tengo otra pregunta -dijo Ruth-. Suponiendo que supiéramos dónde está y te lo dijéramos, ¿en qué saldría ganando Anita si todo lo que has dicho es cierto?
– Si descubro en qué consiste exactamente el negocio ilegal, podré conseguir pruebas definitivas de quién es el asesino -dije-. Cuanto antes lo averigüe, menos probabilidades tendrá el asesino de encontrar a Anita.
Nadie hablaba. Esperé, callada, durante un rato. En el fondo deseaba que Annette intentara echarme. Me apetecía romperle el brazo a alguien. Las mujeres radicales son tan paranoicas, y las estudiantes radicales combinan la paranoia con el aislamiento y la pomposidad. Podría romperles los brazos a todas para divertirme un rato. Annette no se movió. Y nadie me dio la dirección de Anita.
– ¿Satisfecha? -preguntó Mary triunfante y con una sonrisita de suficiencia.
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