Los voluntarios de la campaña estaban absortos en conversaciones, en mandar mensajes de texto o en hablar por el móvil. Por fin, un joven que me prestó atención me dijo que el Ciberbatallón estaba en el Sector 8.
– ¿Y por dónde se va al Sector 8?
– Aquí nos repartimos por plataformas. Comunicaciones ocupa la plataforma 1, la más próxima a los ascensores. En la plataforma 2 está Investigación y Desarrollo. El Sector 8, donde se ubica el Ciberbatallón, está a caballo entre las dos.
Tras esto, el joven dio por terminada la conversación y volvió a concentrarse en su ordenador.
Plataformas, sectores: era evidente que aquella gente había crecido jugando a demasiados juegos de ciencia ficción en sus consolas. La energía y la concentración de los voluntarios, que me habían parecido entretenidas al principio, empezaban a irritarme.
Cuando encontré por fin el Sector 8, vi a la chica que antes buscaba la información de Petra sobre las prospecciones petrolíferas en el parque forestal Shawnee. Unos cinco jóvenes -era difícil contarlos porque no pasaban mucho rato quietos- trabajaban en los ordenadores. Alguno de ellos tecleaba frenéticamente durante unos instantes; gritaba, «te mando esto, léelo antes de que lo cuelgue» y se levantaba. Enseguida, dos o tres voluntarios se levantaban de sus puestos, miraban lo que había en la pantalla, se sentaban a teclear un comentario y volvían a su sitio.
Finalmente, conseguí que me prestara atención un muchacho con un mechón de pelo negro que le caía ante los ojos.
– Petra Warshawski -dije.
– ¿Petra? No está. Ha desaparecido. Dicen que la han secuestrado.
Las palabras mágicas atrajeron a todo el grupo a la mesa del muchacho y se inició una discusión sobre si estaba secuestrada o en alguna misión secreta para Strangwell.
– Petra podría estar haciendo un trabajo confidencial para el Estrangulador -apuntó una chica que lucía varios piercings-. Nunca explica nada de lo que le encarga.
– ¿Dirigir un grupo de matones, tal vez? -sugirió el único afroamericano del grupo.
– El Estrangulador no tendría inconveniente en ametrallar a toda la oposición a plena luz del día -dijo la chica de los piercings-. Para eso no sería necesario trabajar clandestinamente.
– ¿Con quién hablaría Petra si tuviera que solucionar un problema difícil? -intervine.
Mi pregunta hizo que el grupo callara unos momentos, hasta que una chica vestida con vaqueros y varias capas de camisetas de tirantes respondió:
– Aquí no trabajamos así. Es más como si… Uno plantea, «¿cómo hago esto?», y lo discutimos entre todos y aportamos distintas ideas. La campaña de Brian habla de cambio, no de gloria personal. Por eso, aquí todos trabajamos en equipo.
– ¿Y si Petra tuviera un problema personal? -insistí.
– No he notado nunca que los tuviera -dijo el afroamericano-. Por lo menos, antes de que el Estrangulador la sacara del equipo. Entonces, no sé si se le subió a la cabeza lo de trabajar para él, o si le pidió que hiciese algo que no le gustaba, pero dejó de salir a cenar con nosotros después del trabajo. No sabemos qué hace ni con quién habla.
– El Estrangulador es un auténtico genio de la organización -apuntó el primer joven con el que había hablado.
– Desde luego -asintió el afroamericano-. Pero no te gustaría ir con él a El Gato Loco, ¿verdad?
La chica de los pendientes se rió. Otra muchacha se acercó a preguntar quién se apuntaba a almorzar. Antes de que se marcharan todos, repartí unas cuantas tarjetas.
– Soy su prima. Petra ha desaparecido en unas circunstancias que me tienen muy preocupada. Y la policía de Chicago y el FBI están sobre el asunto también, por lo que me extraña que no hayan venido a hablar con vosotros. Si se os ocurre alguien en quien Petra pudiera confiar, o algo que haya dicho que pudiera indicarme por qué se ha esfumado, llamadme, por favor.
Antes de que terminara de hablar, ya estaban enviando correos con gran excitación. La policía, el FBI…: aquello era demasiado emocionante para no contárselo a alguien.
Regresé despacio a la esquina de la planta donde Strangwell, el Estrangulador, tenía su despacho. Aquellos jóvenes admiraban al jefe, pero le tenían miedo. Y, al mismo tiempo, estaban envidiosos de Petra porque la había escogido para trabajar con él.
Ahora, la puerta del despacho estaba abierta y Tania Crandon se encontraba en la antesala, ocupada con el móvil. La secretaria estaba de pie al lado de su mesa, hablando por el teléfono fijo. Strangwell observaba desde el quicio de la puerta, ceñudo.
– No sabíamos qué había sido de usted. -Tania guardó el teléfono.
– Ya. Esto es muy grande y es fácil perderse. -Sonreí amigablemente-. Quería hablar con los colegas de Petra para saber si se ha puesto en contacto con alguno de ellos.
– ¿Y lo ha hecho? -preguntó Strangwell.
– Creo que no. Dicen que se volvió muy reservada cuando empezó a trabajar para usted. ¿Fue una de las condiciones que le puso?
Los ojos fríos del hombre se volvieron un poco más gélidos.
– Por supuesto, espero que todo el que trabaje para mí proteja la confidencialidad de nuestros clientes. El hecho de que los del Ciberbatallón hablaran con usted sin permiso me hace pensar que no he sido suficientemente claro en comunicar esta regla.
Tania Crandon volvió a sonrojarse. Era evidente que el Estrangulador le achacaba a ella la culpa de que su equipo hubiese estado de conversación conmigo. Empezó a balbucear una disculpa, pero yo la interrumpí.
– Tiene usted un equipo joven y dinámico. Me parece que si reprime su espontaneidad, perderá las mejores cualidades de su trabajo. Soy V.I. War…
– Ya sé quién es. Su tío está aquí. Todos querríamos hablar con usted para asegurarnos de que no hará nada que pueda comprometer nuestra capacidad de encontrar a Petra.
No supe si se mostraba tan desagradable conmigo por haber hablado con sus colaboradores o porque era prima de Petra y ella había desaparecido de su entorno, o porque era su carácter, pero lo seguí a su despacho. Sabía que Peter estaba allí, desde luego, y no me sorprendió ver también a George Dornick, quien aconsejaba al candidato en temas de seguridad, pero me quedé pasmada al encontrarme, asimismo, ante Harvey Krumas.
De los cuatro hombres, Strangwell era el único que parecía sentirse a gusto, y sus ojos fríos y astutos me observaron para ver mi reacción al grupo. Harvey y Peter se sonrojaron, pero no logré descifrar si de cólera, temor u otra emoción. Incluso Dornick, hecho un pincel con su traje de shantung gris perla y camisa rosa, parecía incómodo.
Intervine antes de que Strangwell pudiera tomar el control completo del encuentro.
– Señor Krumas, nos conocimos en la fiesta de recogida de fondos de su hijo en el Navy Pier. George, ¿está aquí para sumarse a los esfuerzos de la policía por encontrar a Petra? Señor Strangwell, ¿puede contarnos en qué ha estado trabajando Petra los últimos diez días, aproximadamente? La han visto en lugares bastante raros y me ayudaría saber si la enviaba usted o iba por su cuenta.
– ¿Lugares raros? -dijo Dornick-. ¿Como cuáles?
– Como el Centro Libertad Aguas Impetuosas, unas noches después de que arrojaran las bombas incendiarias contra el local. -Me toqué el rostro sin darme cuenta-. Y como la casa de mi infancia, la noche que alguien arrojó una bomba de humo por la ventana.
– ¡Petra ni se acercaría por el South Side, a menos que tú la llevaras! -intervino mi tío-. ¡Maldita sea, Vic, si la has puesto ante una banda de maleantes…!
No obstante, a su explosión de cólera le faltó convicción, pues dejó que Dornick lo cortara a media frase.
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